Ciudad Maldita - Стругацкие Аркадий и Борис. Страница 15
Andrei vio a Van en la entrada de su edificio. El chino estaba sentado sobre un pedestal, encorvado, con aire de tristeza, con las manos cansadas entre las rodillas.
—?Perdieron los bidones? —pregunto, sin levantar la cabeza—. Mira que cosas pasan...
Andrei echo un vistazo por la entrada del patio y se asusto. La basura lo cubria todo, hasta la altura de la farola. Un estrecho caminito permitia llegar hasta la oficina del conserje.
—?Dios mio! —dijo Andrei, y empezo a agitarse—. Ahora mismo yo... espera... ahora voy... —Intento recordar las calles por las que el y Donald habian pasado de madrugada y en que lugar los fugitivos habian tirado los bidones del camion.
—No es necesario —dijo Van con desesperacion—. Ya paso por aqui una comision. Anoto los numeros de los bidones y prometio que por la noche los traerian de vuelta. Por supuesto, no traeran nada esta noche, pero quiza lo hagan por la manana, ?eh?
—Van, date cuenta de que todo aquello fue un infierno, me da hasta verguenza acordarme...
—Lo se. Donald me ha contado como fue todo.
—?Ya esta en casa? —pregunto Andrei, mas animado.
—Si. Dijo que no le pasara a nadie, que le dolian las muelas. Le di una botella de vodka y se fue.
—Vaya... —mascullo Andrei, que contemplaba de nuevo los montones de basura.
Y de repente sintio unos deseos locos, insoportables, casi histericos, de banarse, de tirar el hediondo mono de trabajo, de olvidarse de que manana tendria que palear toda aquella porqueria... A su alrededor, el mundo se volvio pegajoso y maloliente. Andrei, sin decir una palabra mas, atraveso corriendo el patio en direccion a su escalera, subio los peldanos de tres en tres temblando de impaciencia, llego a su piso, busco la llave bajo la alfombrilla, abrio la puerta y un aire fresco, perfumado con agua de colonia, lo acogio entre sus amantes brazos.
TRES
Ante todo, se desvistio hasta quedarse totalmente desnudo. Hizo un bulto con el mono de trabajo y la ropa interior, y lo tiro a una caja llena de cosas sucias. El fango, con el fango. A continuacion, desnudo en el centro de la cocina, miro a su alrededor y un nuevo motivo de asco lo hizo estremecerse. La cocina estaba llena de vajilla sucia. En los rincones habia montones de platos, cubiertos por telaranas azuladas de moho, que ocultaban caritativamente unos restos negruzcos. Sobre la mesa habia un monton de copas manoseadas y turbias, vasos y latas de frutas en conserva. Y, encima de los taburetes, atufaban en silencio ollas ennegrecidas, sartenes llenas de grasa, espumaderas y cazos. Se dirigio al fregadero y abrio el grifo. ?Que felicidad! ?Habia agua caliente! Y se dedico a poner orden.
Tras lavar toda la vajilla, agarro la fregona. Trabajo con dedicacion y entusiasmo, como si estuviera limpiando la suciedad de su cuerpo. Pero no alcanzo a limpiar las cinco habitaciones. Se limito a la cocina, el comedor y el dormitorio. En el resto, solo echo un vistazo con cierta perplejidad: aun no se acostumbraba, y no podia comprender para que una persona sola necesitaba tantos cuartos, sobre todo tan innecesariamente grandes y que olian a moho. Cerro bien las puertas de aquellas habitaciones y puso sillas delante.
Tenia que bajar al quiosco a comprar algo para la noche. Llegaria Davidov, y seguramente pasaria por alli alguien de la panda habitual. Pero decidio darse un bano antes que nada. El agua estaba ya casi fria, pero de todos modos era maravilloso. Despues, vistio la cama de limpio. Y cuando vio la cama con sabanas impolutas y fundas almidonadas, cuando percibio el olor a frescura que salia de ellas, tuvo unas ganas repentinas y locas de acostarse sobre aquella limpieza olvidada con el cuerpo limpio, y se dejo caer con tal fuerza que los muelles defectuosos chirriaron y la vieja madera pulida crujio.
?Si, aquello era maravilloso! Era algo fresco, perfumado, crujiente... A la derecha, al alcance de su mano, habia un paquete de cigarrillos y cerillas, y a la izquierda, tambien a su alcance, habia una balda con novelas policiacas escogidas. Lo unico que faltaba era un cenicero que estuviera a la misma distancia, y ademas, se le habia olvidado limpiar el polvo de la balda, pero se trataba de algo sin la menor importancia. Selecciono Diez negritos,de Agatha Christie, encendio un cigarrillo y se dedico a leer.
Cuando se desperto, aun era de dia. Escucho con atencion. En el piso y en el edificio reinaba el silencio: solo el agua, que goteaba copiosamente de los grifos defectuosos, creaba un extrano conjunto de sonidos. Ademas, el dormitorio estaba limpio, y aquello era extrano y a la vez inexplicablemente agradable. Despues, llamaron a la puerta. Se imagino a Davidov, energico, tostado por el sol, con olor a heno y a aguardiente recien destilado, de pie delante del portal, con las riendas de los caballos en la mano y una botella de aguardiente ya preparada. Llamaron otra vez, y se desperto del todo.
—?Voooy! —grito, se levanto de un salto y se puso a buscar los pantalones. Encontro unos a rayas, de pijama, que los anteriores inquilinos habian dejado olvidados, y se los puso con precipitacion. La goma estaba pasada y tenia que aguantarse los pantalones por un lado.
En contra de lo que esperaba, al otro lado de la puerta principal nadie soltaba tacos con alegria, no relinchaban los caballos y no se oia agitarse ningun liquido. Sonriendo con anticipacion, Andrei quito el pestillo, abrio la puerta, dio un grito y retrocedio un paso mientras se agarraba la maldita goma con las dos manos. Ante el se encontraba la mismisima Selma Nagel, la nueva del numero dieciocho.
—?No tendra usted un cigarrillo por casualidad? —pregunto la chica, sin que mediara un saludo.
—Si... por favor... entre... —balbuceo Andrei, retrocediendo unos pasos.
La chica entro y paso por delante de el, envolviendolo en el vaho de un perfume desconocido. Llego hasta el comedor, mientras el cerraba la puerta de un golpe.
—?Un momento, espere, ahora voy! —grito con desesperacion corriendo al dormitorio.
«Ay, ay, ay —se dijo—. Ay, ay, ay, como es posible que yo...»
En realidad no sentia la menor verguenza, incluso se sentia alegre de estar tan limpio, recien banado, con sus hombros anchos, su piel lisa, sus biceps y triceps bien desarrollados: le daba lastima tener que vestirse. Sin embargo, no le quedaba mas remedio que hacerlo, abrio la maleta, rebusco y encontro los pantalones de un chandal y una chaqueta deportiva, lavada y descolorida, con las letras LU entrelazadas en el pecho y la espalda. Asi se presento ante la hermosa Selma Nagel, sacando el pecho, con los hombros echados para atras, caminando con ligereza y llevando un paquete de cigarrillos en la mano extendida.
La hermosa Selma Nagel cogio un cigarrillo con indiferencia, saco un mechero y lo encendio. Ni siquiera miro a Andrei, y su aspecto parecia decir que nada en el mundo le interesaba. En realidad, no parecia tan hermosa a la luz del dia. Su rostro no era completamente simetrico sino mas bien basto: la nariz era corta y respingona, los pomulos demasiado anchos, y la boca grande estaba excesivamente pintada. Pero sus piernas, totalmente desnudas, estaban mas alla de cualquier alabanza. Por desgracia, el resto no se dejaba ver, alguien le habia ensenado a llevar ese tipo de ropa que mas bien parece un saco. Un jersey. Y con semejante cuello. Como el de un buzo.