La Joven De Las Rosas - Kretser Michelle de. Страница 42
– Hace cinco minutos ha insinuado que no necesitan ningun pretexto, que era solo cuestion de tiempo el que… se volvieran contra mi.
– Desde luego. -La voz de Saint-Pierre era muy cortes-. Pero, vera, era la seguridad de Sophie lo que tenia ahora en mente.
– Me aseguraria de que no le pasara nada… la protegeria -protesto el.
El magistrado no respondio.
Se oyeron unos pasos correr por el pasillo. La fila de hormigas habia empezado a doblarse sobre si misma.
– ?Que debo hacer? -pregunto Joseph.
13
Su padre piensa que propio es de Sophie abordar los problemas sin vacilar, no porque los reciba de buen grado sino para quitarlos de en medio lo antes posible. En las ascensiones ella siempre lo adelanta varios metros, subiendo con zancadas resueltas mientras que el lo hace sin prisas, disfrutando de la vista, reparando en un ramillete de campanillas moradas, esquivando un escarabajo marron. Tiene que tener en cuenta a su corazon; ademas, no logra quitarse la costumbre de creer que dispone de todo el tiempo del mundo, amplias curvas en un rio verde y lento que serpentea hasta perderse en la distancia.
Se pregunta si todos los ninos comparten la ilusion de que son los demas quienes se hacen viejos. Pero sabe que alcanzara y hasta adelantara a Sophie en la bajada, donde avanza sin detenerse mientras ella lo hace de lado, temiendo resbalar. Y que puede deducirse de ello, se pregunta; tal vez sencillamente que tiene una lamentable tendencia a examinar la evidencia en busca de explicaciones alternativas que encajen con los hechos.
Trata de explicar una version de eso a Sophie, que lo espera en lo alto de la cresta al abrigo de un espino.
– No me fio de la gente que no contempla las distintas alternativas -dice ella, mientras el se sienta en la hierba-. Se jactan de ser practicos cuando lo que son en realidad es poco imaginativos.
– Bueno, tambien existe el exceso de imaginacion.
– Que Stephen no te oiga decir eso.
El observa como se retuerce para liberarse de la bolsa que ha insistido en llevar en bandolera. Hubo un tiempo en que habia creido que ella y Fletcher… e inmediatamente su mente da un brinco, como una liebre asustada, porque no se atreve a pensar en lo que sabe que esta ocurriendo, y ?que sera de Claire…? ?Que puede esperarle salvo tristeza?
Sophie le ofrece un racimo de pequenas uvas doradas, creyendo saber por que esta tan sombrio.
– Tendras tiempo para terminar tu libro -dice-, y daremos un paseo cada dia. Y si vendemos esos dos campos habra suficiente dinero, aunque Matty siga creciendo con rapidez.
– En tiempos de mi abuelo -dice el, recorriendo el valle con la mirada- todo lo que alcanzas a ver era nuestro. -Un comentario suscitado no por el pesar, sino por la ligera perplejidad ante la erosion de las certezas por parte del tiempo.
Sophie escupe una pepita -?zup!- en el centro de un grupo de ortigas amarillentas.
Y llega la pregunta:
– ?Que piensas de Joseph Morel?
Ella mira con el entrecejo fruncido una uva y la lanza ladera abajo, donde graznan unos grajos invisibles.
– Hace mucho que no lo veo. No creo que sus obligaciones oficiales lo hayan alentado a modificar la opinion que tiene de las personas como nosotros.
– Tal vez su presencia en el comite salve a todos de lo peor de su entusiasmo.
Era lo que habia argumentado Morel, sosteniendo que por lo menos Ricard le preguntaba su opinion y a menudo lograba persuadirlo de que adoptara su forma de pensar: «Somos amigos, ?comprende?». Habia mencionado un fondo municipal para ayudar a los pobres, el albergue de los veteranos de guerra indigentes y las mejoras en la sanidad publica; habia hablado con optimismo de un hospital de partos que proporcionaria a las mujeres obreras el descanso en una cama que tanto necesitaban. Bajo la mirada esceptica de Saint-Pierre habia admitido que, en lo que se referia a las «situaciones politicas» y las medidas tomadas para encargarse de ellas, su influencia era minima. «Pero le he prometido apoyarle hasta el final del proximo verano.»
Sophie se pone de pie con un solo y suave movimiento. Saint-Pierre piensa: Nunca volvere a trepar a un arbol, nunca volvere abajar corriendo una colina, nunca volvere a montar de un salto un caballo o a bajar de dos en dos los escalones.
Octubre ha sido una sucesion de dias palidos y despejados. Las mangas recogidas de Sophie dejan al descubierto unos antebrazos dorados aun por el sol. Ella se aparta un mechon de los ojos y se acerca a las gruesas moras que perforan el seto, cuya arquitectura esta emergiendo una vez mas de la confusion del verano. Saint-Pierre observa, consciente de que no ha respondido a su pregunta. Y ya no esta seguro de si ha hecho bien en pedir cautela, recomendar paciencia, aconsejar prudencia hasta… ?hasta que? ?Como puede acabar todo esto?
Morel ha prometido no hablar con Sophie hasta terminar su etapa en el comite. Lo ha prometido de mala gana, mirandose los pies, deseando haber acudido directamente a ella en vez de a su padre. Asi y todo, le ha dado su palabra.
A Morel no le queda mucho tiempo de vida, de eso Saint-Pierre esta seguro. El medico esta enfermo de dudas, una enfermedad terminal en tiempos de revolucion. No toleraran por mucho mas tiempo sus escrupulos sintomaticos. ?Que supondria que se casara con Sophie, aparte de dolor? Y algo peor tal vez.
Pero el tibio aliento del recelo le susurra al oido, insinuando que, de la mano de su instinto para alejarla del peligro, va el deseo de mantenerla cerca, a su lado, aliviando sus dias. ?Otro viejo estupido y egoista, piensa, en eso me he convertido?
Cuando la bolsa de Sophie esta llena vuelve a sentarse a su lado. Saint-Pierre, deseando permanecer el mayor tiempo posible comiendo uvas al sol otonal, empieza a hablar de los restaurantes. Desaprueba -como no- esa moda pasajera parisina. Claro que no censura a los duenos, cocineros anteriormente empleados en cocinas aristocraticas que se han encontrado sin empleo y han abierto esos establecimientos adonde acuden en tropel a comer los diputados de provincias.
– Esos pobres diablos no han probado una comida casera en anos -dice Saint-Pierre con sincera lastima-. Nada bueno se saca de merodear por Paris.
Pero, por una vez, Sophie no esta prestando atencion.
– Padre -dice-, hay algo que quiero hacer.
14
En el puesto de control, el primer guardia habia llamado a otro guardia para que examinara los papeles de Sophie, y le habian pedido que vaciara la bolsa y los bolsillos. Se quedaron un rato estudiando las cifras que ella habia garabateado detras del recibo de una tienda.
1 fanega de harina 158
1 fanega de cebada 22
1 fanega de copos de avena 22
1 libra de sal 96
2 litros de aceite 110
12 mechas de lampara 24
1 libra de jabon de Marsella 23
1 ana de tela 86
2 pares de medias 64
1 sombrero pasable 220
827
– Es una gran cantidad de comestibles secos. -El segundo guardia, el mayor de los dos, acerco la cara a la de ella-. ?Estas acaparando provisiones?
– Por supuesto que no. Somos ocho en casa, sin contar dos ninos, un perro y dos caballos.
Detras de ella, una mujer que arrastraba a un nino cenudo rio entre dientes, compasiva.
– Tipico de los hombres. No tienen ni idea de lo que supone dar de comer a una familia.
– ?Cual es el proposito de tu visita a Castelnau?
– Tengo cita con el doctor Joseph Morel -dijo Sophie, esperando que no le pidieran que lo demostrara.
El primer guardia recorria la lista con un dedo, moviendo los labios.
– Has sumado mal. Son 825, no 827. -Le tendio el papel para que lo comprobara.
El segundo guardia se dio unos golpecitos en la sien y puso los ojos en blanco.
– Mujeres. Son unas negadas para los numeros.
– Todo el mundo puede cometer un error. -La defensora de Sophie alzo la voz y se cruzo de brazos-. Con lo caro que esta todo es imposible llevar la cuenta. -Espero un momento a ver si aceptaban el desafio. Al ver que no era asi, estiro el cuello para escudrinar la lista-. Querida -volviendose hacia Sophie-, te estan cobrando demasiado por las mechas. Si vas a la tienda de mi hermana, no te pedira mas que dieciocho livres la docena. La encontraras en la rue de la Convention, es imposible no verla. Dile que te envio yo.
– Gracias.
– ?Es este el sombrero por el que has pagado tanto? Es perverso -fulminando a los guardias con la mirada- lo que cierta gente cree que puede sacar durante una revolucion.
El portero del hospital le indico donde estaba el despacho del director. Ella habia calculado su visita para el mediodia, sabiendo que el doctor Ducroix llegaba a esa hora a casa de Isabelle para almorzar.
Se habia dejado los chanclos puestos hasta llegar a la verja, pero en el patio debia de haber barro de la lluvia reciente. Justo antes de llamar, bajo la vista y vio que sus zapatos rojos nuevos estaban sucios. Al instante el coraje la abandono; pero era demasiado tarde, ya habia llamado a la puerta y oido su voz.
Joseph se levanto para saludarla, parpadeo rapidamente, le ofrecio una silla, se disculpo por la ausencia de Ducroix -asumio que era a su colega a quien ella queria ver-, le dijo que si se apresuraba tal vez lograra alcanzar a Ducroix, que se habia marchado hacia apenas cinco minutos.
– Bien puedo preguntarselo a usted -dijo ella, aceptando la silla que le ofrecia y retirando de esta un platito en el que habia habido leche.
El le libro del platito y volvio a disculparse, murmurando algo sobre gatitos y haciendo un vago ademan hacia las salas. Luego dijo, sin mirarla a ella sino al monton de papeles que habia encima del escritorio.
– ?En que puedo ayudarla?
Sophie temblo. Empezo a disculparse por molestarle, por no haber concertado una cita, sabia lo ocupado que estaba y no deberia robarle tiempo…
El la interrumpio en voz baja.
– Estoy enteramente a su disposicion.
– Mi hermana… la pequena, me comento que tal vez les interesara ayuda para cuidar a los enfermos. Me tendrian que ensenar que hacer. Tengo un poco de experiencia, asisti a mi madre durante su enfermedad… -Desesperada, llamo en su auxilio al profesor Kolreuter, quien dio brincos por un paisaje ordenado con precision geometrica, y unas flores curiosas florecieron al primer roce.
De pronto, Joseph se quito los anteojos.