Los Jardines De Luz - Maalouf Amin. Страница 22

En la iglesia de Deb, mientras el comenzaba su sermon, Maleo y Pattig miraban a su alrededor con ansiedad, espiando las reacciones de unos y de otros al acecho del mas imperceptible guino del sacerdote ya fuera de enfado o de aprobacion. ?Escucharia hasta el final? O gritaria de pronto: ?Al hereje! ?Al blasfemo!

Curiosamente, nada se produjo. Ni entusiasmo, ni admiracion, ni tampoco indiferencia. Se podia leer el fervor en todos los ojos, pero un fervor tenido de tristeza. En cuanto al sacerdote, escucho con una gravedad impasible hasta que el visitante se hubo callado; entonces se levanto, pronuncio una formula de agradecimiento, alabo la erudicion de Mani, su amplio conocimiento de los textos y luego, despues de una corta oracion repetida a coro por el auditorio, despidio a los fieles deseandoles la paz.

Despues de la genuflexion y la senal de la cruz, la gente se retiro andando hacia atras, mientras el sacerdote invitaba a Mani y a sus companeros, asi como a un notable de la comunidad, a seguirle a su casa, una modesta construccion de ladrillo contigua a la iglesia.

– Perdonadnos, nobles hermanos, si el recibimiento que os hemos dispensado no es digno de vuestro rango y de vuestra sabiduria; pero quiza hayais percibido en los fieles el miedo que los domina.

El mas asombrado por este preambulo fue Pattig.

– Sin embargo, vuestra comunidad parece feliz en comparacion con todas las demas. Hemos estado con vuestros hermanos en Ctesifonte, en Kashgar y en veinte ciudades mas, y en ninguna de ellas resonaban sus oraciones.

Maleo insistio:

– Es raro encontrar una felicidad como la vuestra. En las provincias romanas los cristianos son perseguidos, y en el imperio sasanida el culto al fuego se ha convertido en la religion oficial y solo se tolera a las otras comunidades si han renunciado a ganar adeptos. Se las vigila de cerca, se las oprime con tributos y se las confina en sus barrios, obligandolas a llevar la ropa que las diferencia.

El sacerdote se mostro conmovido y avergonzado.

– Vuestras palabras son la pura verdad, quiza no hayamos dado gracias al Padre suficientemente por los anos de clemencia que hemos conocido… En efecto, nada de lo que describis existia en Deb. Viviamos en medio de la gente, llevabamos la misma ropa y hablabamos en voz alta.

Dijo esto con voz ahogada y se le saltaron las lagrimas. Mani, Maleo y Pattig evitaron mirarle, desconcertados. Solo el notable coloco una mano filial y consoladora sobre su hombro subitamente abatido. En el momento de las presentaciones, el sacerdote le habia llamado Bar-Turna, describiendole como el comerciante cristiano mas respetado de la ciudad. Tenia la tez muy morena y mate y los lobulos de las orejas perforados a la manera de los indios; sin embargo, dado su nombre, tipico del pais de Aram, se trataba seguramente de un mestizo.

Hasta entonces, habia permanecido silencioso, pero adivinando el gran malentendido que estaba aduenandose de ellos, se esforzo por disiparlo.

– Nobles visitantes, ?sereis los unicos hombres en esta ciudad que ignoran que nuestros soberanos, los principes Kushanas, acaban de ser derrotados por el ejercito persa y que se han retirado mas alla de los cinco rios?

Hablaba un arameo bastante correcto, pero acentuando erroneamente la mayoria de las silabas, como tantos creyentes que consideraban un deber aprender la lengua liturgica, pero que no tenian ocasion de usarla en los intercambios cotidianos. Cuando le faltaba una palabra, la reemplazaba con soltura por su equivalente griego, convencido de que todas las personas presentes le comprendian.

– Nobles hermanos -insistio con una impaciencia que seguia siendo respetuosa-, ?no habeis observado que no hay ni un soldado en las calles de Deb?

– Efectivamente, lo he observado -respondio Maleo-, pero solo he visto en ello la prueba de que en esta ciudad reina la paz y la seguridad.

– La serenidad de tu alma ha enmascarado la triste realidad. En realidad, nuestra ciudad ha sido abandonada a su suerte, la guarnicion se ha marchado, asi como el gobernador; antes de irse, convoco a los jefes de todas las comunidades y de los gremios para aconsejarles que ofrecieran su sumision a los nuevos senores del pais.

– ?Y donde estan esos nuevos senores?

– Dicen que su ejercito esta acampado a una jornada de aqui, en las colinas del Taran, y que esta mandado por un principe muy joven, Ormuz, nieto de Artajerjes, rey de reyes. ?Que piensa hacer? ?Cuando tomara nuestra ciudad? ?Por que ese principe sasanida no ha exigido aun nuestra rendicion teniendo a sus tropas tan cerca? El Altisimo no se ha dignado aclararnos estas preguntas. De ahi esta angustia que nos invade a todos, incluso a los mas creyentes, a los que mas confian en Su sabiduria. ?Habeis visitado los mercados de la ciudad?

– No -respondio Mani-. ?En cuanto pusimos un pie en el muelle, el otro tomo el camino de este lugar santo!

El sacerdote, que se habia recobrado un poco, dijo con fervor:

– ?Benditos seais! ?Que el Padre llene la tierra de gente a vuestra imagen!

Bar-Turna prosiguio:

– Cuando hayais recorrido la ciudad, lo comprendereis. Los puestos estan vacios; el oro, las telas de valor, las especias raras y las joyas han desaparecido. La hospederia de la gente de Canton esta desierta y cada junco que atraca parte de nuevo cargado de mercancias y de mercaderes. En los barrios bajos, los pobres tambien tienen miedo, hasta tal punto que los hombres han readmitido a sus mujeres.

Temiendo haber sido poco claro, se apresuro a anadir:

– Aqui es la tradicion. Cada mes, cuando la mujer esta impura, su marido la expulsa de la casa para demostrar a todos que no la ha tocado; ella, durante una semana, se instala en la calle bajo un cobertizo. Pero ahora, mancilladas o no, las han trasladado de nuevo a sus casas por miedo a que los soldados, al llegar, se las lleven cautivas.

– Ese terror me parece excesivo -intervino Maleo-. La tropa no puede entrar en una ciudad conquistada sin que se produzca algun saqueo, hay que resignarse a ello; pero se puede evitar lo peor. No dejeis los puestos vacios, si no quereis que los soldados, frustrados, se venguen en los habitantes. Dejadles algo para que puedan saquear sin empobreceros y mostraos afligidos sin protestar. Si la ciudad esta decidida a entregarse sin lucha, si ofrece suntuosos regalos al principe, habra poca depredacion y, muy pronto, las mercancias escondidas podran volver a los escaparates. Yo mismo soy mercader en Ctesifonte y consigo ejercer mi comercio sin demasiados contratiempos. A lo largo de los ultimos anos, los sasanidas han ocupado varias ciudades portuarias como Charax de donde venimos; esa ciudad no ha sufrido demasiado por su dominacion. Son gente de orden, os haran pagar unos impuestos, pero os dejaran trabajar y os protegeran de los piratas.

Estas palabras de Maleo tuvieron la virtud de reconfortar a sus interlocutores que, antes que complacerse en lamentaciones, comenzaron a considerar el envio de una delegacion al encuentro del conquistador. El sacerdote sugirio que estuviera formada por los mercaderes mas notables llevando presentes, y que un hombre respetado hablara en nombre de los ciudadanos.

– Se puede pensar en mejores soluciones -protesto cortesmente Bar-Turna-. Un monton de mercaderes rollizos, envueltos en chales de brocado y con las orejas cargadas de perlas y esmeraldas, ?no sera una incitacion al saqueo y al asesinato?

El sacerdote reflexionaba. Deseaba ir el mismo con aquellos que guiaban a las otras comunidades, pero si era verdad que esos sasanidas sentian tanta hostilidad hacia las diversas religiones, temia que su presencia no sirviera mas que para irritarlos.

A lo largo de esas discusiones, Mani habia permanecido silencioso, encerrado en si mismo, tan ausente que los demas casi le habian olvidado. Quiza le juzgaran demasiado ajeno a esas preocupaciones terrenales. Por eso, se sorprendieron al verle tomar la palabra subitamente, en el mas ingenuo de los tonos:

– Sere yo quien vaya al encuentro de ese principe.

– ?Ah, no! -se sobresalto Maleo-. ?Tu desde luego que no!

Busco un argumento plausible que encubriera su demasiado espontanea reaccion.

– Tu tambien eres un hombre de religion y, ademas, acabas de llegar a esta ciudad. ?Como podrias hablar en su nombre?

– Soy de Babel -prosiguio Mani como si no hubiera oido-. ?No seria prudente que el hombre que hable en nombre de esta ciudad sea un subdito de los sasanidas y que se dirija a ellos en un lenguaje que comprendan?

El tono de Maleo se volvio suplicante. Aun tenia presente en sus ojos la imagen de aquel oficial que merodeaba alrededor de su casa.

– ?Hemos abandonado Ctesifonte para huir de los soldados de Artajerjes y tu quieres correr a su encuentro!

– ?Pero yo jamas he tenido la intencion de huir! -dijo candidamente Mani-. He venido con una mision.

– ?Ante el ejercito sasanida?

El hijo de Babel no respondio inmediatamente. Parecio ausente de nuevo, pero su rostro revelaba una inmensa plenitud.

– Hasta hoy -dijo al fin-, yo ignoraba con que mision habia sido conducido hasta la India. ?Ahora, ya lo se!

Cinco

Ormuz, nieto del senor del Imperio, se pavoneaba en su asiento de madera labrada en el interior de una inmensa tienda, verdadero palacio de lona con algunos lienzos recogidos para que penetraran el viento y la luz. Oficiales y escribas se afanaban junto a el, pero con la cabeza inclinada y los brazos a lo largo del cuerpo, y sin una entonacion fuera de lugar.

Antes de conceder audiencia al visitante, su secretario le habia informado: «Un hombre con la pierna lisiada, procedente del pais de Babel. Su navio atraco hace tres dias en el puerto de Deb».

– ?Que carga has traido? -pregunto el principe a Mani.

– Solo mis palabras.

– ?Curiosa mercancia!

Cuando Ormuz se reia a carcajadas, el aro de plata que sujetaba la extremidad de su barba saltaba y sus cortesanos se alborotaban, pero sin dejarse llevar por la alegria, ya que en cuanto recuperaba su aspecto serio, estaban obligados a imitarle al instante, so pena de parecer libres y arrogantes. El propio principe solo se reia con mesura y con la mirada constantemente al acecho.

– Admirable mercancia es la palabra -prosiguio como si, decididamente, la expresion le complaciera-. No pesa nada en las bodegas y, si sabes sacar partido de ella, puede enriquecerte.

Y para el caso en que sus allegados no hubieran comprendido sus alusiones, explico: