Los Jardines De Luz - Maalouf Amin. Страница 4
Nabu sonrie a la luz temblorosa de las antorchas, sus ojos parecen clavados en la afluencia de fieles, sobre los que reina de pie, con su larga barba que le llega hasta la mitad del pecho, enfundado en una cenida coraza y en su tunica de madera veteada que se ensancha formando un pedestal. Se acercan seis sacerdotes, desplazan la estatua y la instalan sobre unas andas de madera que izan hasta sus hombros y luego mas alto, por encima de sus cabezas. Mientras se forma la procesion, el dios se eleva a cada paso hasta flotar en el aire. Sus porteadores le encuentran muy ligero; con las manos extendidas, apenas le rozan y el dios parece flotar por encima de la multitud que se apretuja con gritos de extasis. Los porteadores giran sobre si mismos, luego dibujan un circulo mas amplio antes de dirigirse hacia la salida. Los fieles se apartan.
Ahora la procesion esta fuera, en el pequeno atrio. El dios efectua una corta danza alrededor del pozo de las aguas lustrales y avanza hacia la escalinata. En ese momento, un sacerdote tropieza y se esfuerza por recobrar el equilibrio, pero ya el siguiente se tambalea a su vez y se desploma. La estatua, sin sujecion, parece saltar hacia la monumental escalera por la que rueda dando brincos, seguida por las miradas de la multitud petrificada.
Por muy guerrero, por muy parto que sea, Pattig no puede contener las lagrimas. No es el funesto presagio lo que le abruma. Para el se trata de otra cosa: es su fervor el que ha sido insultado. Ha querido creer en Nabu; semana tras semana, experimentaba la necesidad de contemplarle, macizo en su trono, infalible, sin edad, sonriendo a la decadencia de los imperios, haciendo caso omiso de las calamidades. ?Y, bruscamente, esta caida!
Sin embargo, se le ocurre una idea que le impide abandonarse a las lamentaciones. Arrodillandose en el lugar del drama, no tarda en descubrir, clavado entre dos losas de marmol, un trozo de baston. Lo extrae, lo examina y no le cabe la menor duda de que la punta superior ha sido aserrada. «?Maldito palmireno!», murmura Pattig que recuerda a Sittai paseandose por el atrio, deteniendose y clavando su baston en el suelo antes de retorcerlo y arrancarlo como se haria con una mala hierba. Pattig se levanta y busca inutilmente con los ojos, a su alrededor, al hombre del traje blanco. «?Maldito palmireno!», refunfuna una vez mas, tentado de gritar «al asesino», «al deicida», de lanzar a la exaltada muchedumbre en persecucion del sacrilego.
Pero los sacerdotes suben ya, llevando con inutiles precauciones las piezas rotas de la estatua, un trozo de brazo pegado aun al hombro, un mechon de barba colgado de un lobulo de la oreja… La colera de Pattig se transforma en tristeza resignada. Casi le reprocha a Nabu ofrecer semejante espectaculo. Se aleja, dispuesto a vagar hasta el alba por los senderos del templo. Por instinto, sus pasos toman de nuevo el camino del estanque oval y, con los ojos aun llenos de lagrimas, mira hacia el lugar donde se encontraba aquel hombre maldito.
Alli esta Sittai. En la misma losa. En la misma postura. Tan blanco como siempre, desde el gorro hasta las sandalias, golpeando con la mano la empunadura de un baston singularmente corto. Pattig se planta ante el, le coge por la tunica y le zarandea:
– ?Ay de ti, palmireno! ?Por que has hecho eso?
El hombre no deja traslucir ni sorpresa ni inquietud y tampoco intenta soltarse. Su elocucion es tranquila y firme.
– Si es verdad que Nabu ha guiado los pasos de sus sacerdotes, es el quien les ha hecho tropezar. ?O bien ignoraba, a pesar de su omnisciencia, que yo habia roto mi baston en aquel lugar?
– ?Por que le guardas rencor al dios Nabu? ?Te ha castigado de alguna manera? ?Se ha negado a salvar a un hijo enfermo?
– ?Guardar rencor a esa viga esculpida? No puede ni afligir ni curar. ?Que podria hacer Nabu por ti o por mi si no puede hacer nada por el mismo?
– ?Y ahora blasfemas! ?No respetas la divinidad?
– El dios que yo adoro no se cae, no se rompe, no teme ni mi baston ni mis sarcasmos. Solo el merece un fervor como el tuyo.
– ?Cual es su nombre?
– Es el quien da los nombres a los seres y a las cosas.
– ?Y por el has roto la estatua?
– No, la he roto por ti, hombre de Ecbatana. Tu que buscas la verdad, ?la esperas aun de la boca de Nabu?
Pattig abandona la lucha y con aire ausente va a sentarse, ya vencido, en el borde del estanque. Sittai avanza hacia el y le pone la mano abierta sobre la cabeza. Un gesto de posesion al que acompanan estas palabras:
– La verdad es una amante exigente, Pattig, no tolera ninguna infidelidad; a ella le debes toda tu devocion, todos los momentos de tu vida son suyos. ?Es realmente la verdad lo que buscas?
– ?Nada mas que eso!
– ?La deseas hasta el punto de abandonar todo por ella?
– Todo.
– Y si fuera a ti a quien se le pidiera manana romper un idolo, ?lo harias?
Pattig se sobresalta y se echa atras.
– ?Por que tendria que ofender a Nabu? En este templo me han recibido como a un hermano, he compartido su vino y su carne y, a veces, alrededor de este estanque, las mujeres me han abierto los brazos.
– A partir de este dia, no beberas vino, no volveras a comer carne y no te acercaras a ninguna mujer.
– ?A ninguna mujer? ?He dejado una esposa en mi pueblo de Mardino!
Es una suplica, Pattig esta desconcertado, pero Sittai no le deja un instante de respiro:
– Tendras que abandonarla.
– Va a dar a luz dentro de unas semanas. ?Estoy impaciente por ver a mi primer hijo! ?Que padre seria si los abandonara?
– Pattig, si realmente es la verdad lo que buscas, no la encontraras en el abrazo de una mujer ni en los vagidos de un recien nacido. Ya te lo he dicho, la verdad es exigente; ?la deseas aun o has renunciado ya a ella?
Cuando, corriendo a su encuentro hasta el camino alto se lanza a su cuello, jadeante, y el la rechaza friamente con las dos manos, Mariam se dice que su marido, por pudor, no quiere que el extranjero que le acompana sea testigo de sus efusiones.
Con todo, se siente un poco herida, pero se guarda de demostrarlo y ordena que lleven a los dos hombres unos lebrillos de agua y toallas para que puedan lavarse el polvo de los caminos. Ella se escabulle tras una colgadura. Cuando reaparece, una hora mas tarde, es un verdadero festin lo que lleva a la terraza. Mientras ella avanza con las primicias, dos copas del mejor vino de la tierra de Mardino, un sirviente la sigue cargado con una gran bandeja de cobre donde se superponen platos y escudillas. Totalmente concentrado en escuchar al hombre de blanco que le habla a media voz, Pattig no les ha oido acercarse.
Mariam hace senas al sirviente de que no haga ningun ruido al colocar los manjares sobre la mesa baja. Si dos platos se entrechocan, esboza una mueca, pero inmediatamente se tranquiliza con el espectaculo de esas golosinas a las que Pattig es tan aficionado: yemas de huevo duro rematadas con una gota de miel, lonchas finas de faisan con pure de datiles… Los dias en que su hombre va a Ctesifonte, Mariam ocupa asi su tiempo, ingeniandose en prepararle los mas sabrosos manjares; de esa manera, el tendra siempre prisa por volver, y si esta con amigos, antes que ir a una taberna descuidando sus obligaciones, los traera orgullosamente a su casa, seguro de que alli estaran mejor atendidos que los comensales de un rey.
Despues de una ultima ojeada para verificar que todo esta en su sitio, Mariam va a sentarse en un cojin al otro extremo de la habitacion. A veces, cuando su marido esta solo, cena con el; nunca cuando tiene invitados, pero apenas se aleja, preocupada en comprobar a cada instante que a los comensales no les falte de nada.
Transcurren unos largos minutos. Absortos en su charla, Pattig y Sittai no han tendido aun la mano hacia la mesa. ?Se han dado cuenta siquiera del festin que se les ofrece? ?Han olido el aroma que invade la terraza? Mariam se apena en silencio. Aunque se hubieran parado en el camino para comer, deberian al menos, por pura cortesia, tomar una albondiga, una aceituna, un sorbito de esas copas que ha colocado justo delante de ellos.
Pero ahora el invitado saca de debajo de su tunica una especie de chal que extiende sobre sus rodillas, extrae de el un pan negruzco, lo parte y se lleva un trozo a la boca. Mariam contiene la respiracion. ?Asi que ese individuo desdena todo lo que ella ha preparado para mordisquear un vulgar pedazo de pan! Y eso no es todo. Ahora desenrolla mas el chal, saca de el dos pequenos pepinos arrugados y los moja en una garrafa de agua antes de darle uno a su anfitrion. Pattig, visiblemente azarado, se queda con la hortaliza en la mano, pero el palmireno mastica la suya ostensiblemente.
No pudiendo aguantar mas, Mariam se acerca al extrano personaje.
– ?Hay algo en esta comida que incomode a nuestro invitado?
El hombre no dice nada y aparta la mirada. Pattig interviene:
– Nuestro huesped no puede comer estos alimentos.
Mariam contempla la mesa con desolacion.
– ?De que alimentos hablas? Hay aqui tantas cosas diferentes. Platos cocinados con aceite, otros con grasa, otros asados o cocidos, carnes, verduras crudas e incluso pepinos. ?Nuestro invitado no puede tocar nada de todo esto?
– No insistas, Mariam, vete, estas importunando a nuestro huesped.
– ?Y tu, Pattig, no tienes hambre despues de haber caminado?
Con un movimiento de la mano, su marido repite el mismo gesto de alejamiento que hizo al llegar y anade:
– Llevate todo esto, Mariam, ni el ni yo tenemos hambre, no deseamos ningun alimento. ?No puedes dejarnos solos?
Mariam no ha esperado a salir de la habitacion para estallar en sollozos. Corre hacia su cuarto sujetandose el vientre como si este fuera a rodar a sus pies. La anciana Utakim, su sirvienta, su unica amiga, que se ha apresurado a reunirse con ella, la encuentra sentada en el suelo aturdida, respirando agitada y quejumbrosamente.
– Entonces es verdad lo que dicen de los hombres; ?basta un maleficio, un encuentro, un elixir, para que su amor aparezca, para que su amor se vaya!
Utakim ha visto nacer a Mariam. Cuando su madre murio de parto, fue ella quien la amamanto, y la vispera de su boda, fue ella quien la vistio y la maquillo. ?Quien mejor que ella podria consolarla?
– Ya conoces a tu hombre; en cuanto una idea le preocupa, se olvida de comer, comienza a palidecer, a adelgazar, como si estuviera enamorado. ?Acaso no sabes que es asi? Hoy tiene a ese visitante y se alimenta de sus palabras, pero manana lo habra olvidado y sera de nuevo un amante insistente, un padre impaciente. Asi es como siempre ha sido y asi es como lo has amado.