Anaconda - Quiroga Horacio. Страница 5

– Resultado -concluyo-: dos hombres fuera de combate, y de los mas peligrosos. Ahora no nos resta mas que eliminar a los que quedan. -?O a los caballos! -dijo Hamadrias.

– ?O al perro! -agrego la Nacanina.

– Yo creo que a los caballos -insistio la cobra real-. Y me fundo en esto: mientras queden vivos los caballos, un solo hombre puede preparar miles de tubos de suero, con los cuales se inmunizaran contra nosotras. Raras veces -ustedes lo saben bien- se presenta la ocasion de morder una vena… como ayer. Insisto, pues, en que debemos dirigir todo nuestro ataque contra los caballos. ?Despues veremos! En cuanto al perro -concluyo con una mirada de reojo a la Nacanina, me parece despreciable.

Era evidente que desde el primer momento la serpiente asiatica y la Nacanina indigena habianse disgustado mutuamente. Si la una, en su caracter de animal venenoso, representaba un tipo inferior para la Cazadora, esta ultima, a fuer de fuerte y agil, provocaba el odio y los celos de Hamadrias…

De modo que la vieja y tenaz rivalidad entre serpientes venenosas y no venenosas llevaba miras de exasperarse aun mas en aquel ultimo Congreso. -Por mi parte -contesto Nacanina-, creo que caballos y hombres son secundarios en esta lucha. Por gran facilidad que podamos tener para eliminar a unos y otros, no es nada esta facilidad comparada con la que puede tener el perro el primer dia que se les ocurra dar una batida en forma, y la daran, esten bien seguras, antes de veinticuatro horas. Un perro inmunizado contra cualquier mordedura, aun la de esta senora con sombrero en el cuello agrego senalando de costado a la cobra real-, es el enemigo mas temible que podamos tener, y sobre todo si se recuerda que ese enemigo ha sido adiestrado a seguir nuestro rastro. ?Que opinas, Cruzada?

No se ignoraba tampoco en el Congreso la amistad singular que unia a la vibora y la culebra; posiblemente, mas que amistad, era aquello una estimacion reciproca de su mutua inteligencia.

– Yo opino como Nacanina -repuso-. Si el perro se pone a trabajar, estamos perdidas.

– ?Pero adelantemonos! -replico Hamadrias.

– ?No podriamos adelantarnos tanto…! Me inclino decididamente por la prima.

– Estaba segura -dijo esta tranquilamente.

Era esto mas de lo que podia oir la cobra real sin que la ira subiera a inundarle los colmillos de veneno.

– No se hasta que punto puede tener valor la opinion de esta senorita conversadora -dijo, devolviendo a la Nacanina su mirada de reojo-.El peligro real en esta circunstancia es para nosotras, las Venenosas, que tenemos por negro pabellon a la Muerte. Las culebras saben bien que el hombre no las teme, porque son completamente incapaces de hacerse temer. -?He aqui una cosa bien dicha! -dijo una voz que no habia sonado aun.

Hamadrias se volvio vivamente, porque en el tono tranquilo de la voz habia creido notar una vaguisima.ironia, y vio dos grandes ojos brillantes que la miraban apaciblemente.

?A mi me hablas? -pregunto con desden.

– Si, a ti -repuso mansamente la interruptora-. Lo que has dicho esta empapado en profunda verdad.

La cobra real volvio a sentir la ironia anterior, y como por un presentimiento, midio a la ligera con la vista el cuerpo de su interlocutora, arrollada en la sombra.

?Tu eres Anaconda!

?Tu lo has dicho! -repuso aquella inclinandose. Pero la Nacanina queria de una vez por todas aclarar las cosas.

– ?Un instante! -exclamo.

– ?No! -interrumpio Anaconda- Permiteme, Nacanina. Cuando un ser es bien formado, agil, fuerte y veloz, se apodera de su enemigo con la energia de nervios y musculos que constituye su honor, como lo es el de todos los luchadores de la creacion. Asi cazan el gavilan, el gato onza, el tigre, nosotras, todos los seres de noble estructura. Pero cuando se es torpe, pesado, poco inteligente e incapaz, por lo tanto, de luchar francamente por la vida, entonces se tiene un par de colmillos para asesinar a traicion, ?como esa dama importada que nos quiere deslumbrar con su gran sombrero!

En efecto, la cobra real, fuera de si, habia dilatado el monstruoso cuello para lanzarse sobre la insolente. Pero tambien el Congreso entero se habia erguido amenazador al ver esto.

– ?Cuidado! -gritaron varias a un tiempo-. ?El Congreso es inviolable!

– ?Abajo el capuchon! -alzose Atroz, con los ojos hechos ascua. Hamadrias se volvio a ella con un silbido de rabia.

– ?Abajo el capuchon! -se adelantaron Urutu Dorado y Lanceolada. Hamadrias tuvo un instante de loca rebelion, pensando en la facilidad con que hubiera destrozado una tras otra a cada una de sus contrincantes. Pero ante la actitud de combate del Congreso entero, bajo el capuchon lentamente.

– ?Esta bien! -silbo-. Respeto al Congreso. Pero pido que cuando se concluya…, ?no me provoquen!

– Nadie te provocara -dijo Anaconda.

La cobra se volvio a ella con reconcentrado odio:

– ?Y tu menos que nadie, porque me tienes miedo! -?Miedo yo! -contesto Anaconda, avanzando.

– ?Paz, paz! -clamaron todas de nuevo-. ?Estamos dando un pesimo ejemplo! ?Decidamos de una vez lo que debemos hacer!

– Si, ya es tiempo de esto -dijo Terrifica-. Tenemos dos planes a seguir: el propuesto por Nacanina, y el de nuestra aliada. ?Comenzamos el ataque por el perro, o bien lanzamos todas nuestras fuerzas contra los caballos?

Ahora bien, aunque la mayoria se inclinaba acaso a adoptar el plan de la culebra, el aspecto, tamano e inteligencia demostrados por la serpiente asiatica habian impresionado favorablemente al Congreso en su favor. Estaba aun viva su magnifica combinacion contra el personal del Instituto; y fuera lo que pudiere ser su nuevo plan, es lo cierto que se le debia ya la eliminacion de dos hombres. Agreguese que, salvo la Nacanina y Cruzada, que habian estado ya en campana, ninguna se habia dado cuenta del terrible enemigo que habia en un perro inmunizado y rastreador de viboras. Se comprendera asi que el plan de la cobra real triunfara al fin.

Aunque era ya muy tarde, era tambien cuestion de vida o muerte llevar el ataque en seguida, y se decidio partir sobre la marcha.

– ?Adelante, pues! -concluyo la de cascabel-. ?Nadie tiene nada mas que decir?

– ?Nada…! -grito Nacanina-. ?Sino que nos arrepentiremos!

Y las viboras y culebras, inmensamente aumentadas por los individuos de las especies cuyos representantes salian de la caverna, lanzaronse hacia el Instituto.

– ?Una palabra! -advirtio aun Terrifica-. ?Mientras dure la campana estamos en Congreso y somos inviolables las unas para las otras! ?Entendido?

– ?Si, si, basta de palabras! -silbaron todas.

La cobra real, a cuyo lado pasaba Anaconda, le dijo mirandola sombriamente:

– Despues…

– ?Ya lo creo! -la corto alegremente Anaconda, lanzandose como una flecha a la vanguardia.

X

El personal del Instituto velaba al pie de la cama del peon mordido por la yarara. Pronto debia amanecer. Un empleado se asomo a la ventana por donde entraba la noche caliente y creyo oir ruido en uno de los galpones. Presto oido un rato y dijo:

– Me parece que es en la caballeriza… Vaya a ver, Fragoso.

El aludido encendio el farol de viento y salio, en tanto que los demas quedaban atentos, con el oido alerta.

No habia transcurrido medio minuto cuando sintieron pasos precipitados en el patio y Fragoso aparecia, palido de sorpresa.

– ?La caballeriza esta llena de viboras! -dijo.

– ?Llena? pregunto el nuevo jefe-. ?Que es eso? ?Que pasa…?

– No se…

– Vayamos.

Y se lanzaron afuera.

– ?Daboy! ?Daboy! -llamo el jefe al perro que gemia sonando bajo la cama del enfermo. Y corriendo todos entraron en la caballeriza.

Alli, a la luz del farol de viento, pudieron ver al caballo y a la mula debatiendose a patadas contra sesenta u ochenta viboras que inundaban la caballeriza. Los animales relinchaban y hacian volar a coces los pesebres; pero las viboras, como si las dirigiera una inteligencia superior, esquivaban los golpes y mordian con furia.

Los hombres, con el impulso de la llegada, habian caido entre ellas. Ante el brusco golpe de luz, las invasoras se detuvieron un instante, para lanzarse en seguida silbando a un nuevo asalto, que dada la confusion de caballos y hombres no se sabia contra quien iba dirigido.

El personal del Instituto se vio asi rodeado por todas partes de viboras. Fragoso sintio un golpe de colmillos en el borde de las botas, a medio centimetro de su rodilla, y descargo su vara -vara dura y flexible que nunca falta en una casa de bosque- sobre el atacante. El nuevo director partio en dos a otra, y el otro empleado tuvo tiempo de aplastar la cabeza, sobre el cuello mismo del perro, a una gran vibora que acababa de arrollarse con pasmosa velocidad al pescuezo del animal.

Esto paso en menos de diez segundos. Las varas caian con furioso vigor sobre las viboras que avanzaban siempre, mordian las botas, pretendian trepar por las piernas. Y en medio del relinchar de los caballos, los gritos de los hombres, los ladridos del perro y el silbido de las viboras, el asalto ejercia cada vez mas presion sobre los defensores, cuando Fragoso, al precipitarse sobre una inmensa vibora que creyera reconocer, piso sobre un cuerpo a toda velocidad y cayo, mientras el farol, roto en mil pedazos, se apagaba. -?Atras! -grito el nuevo director-. ?Daboy, aqui!

Y salieron atras, al patio, seguidos por el perro, que felizmente habia podido desenredarse de entre la madeja de viboras.

Palidos y jadeantes, se miraron.

Parece cosa del diablo… -murmuro el jefe-. Jamas he visto cosa igual… ?Que tienen las viboras de este pais? Ayer, aquella doble mordedura, como matematicamente combinada… Hoy… Por suerte ignoran que nos han salvado a los caballos con sus mordeduras… Pronto amanecera, y entonces sera otra cosa.

– Me parecio que alli andaba la cobra real -dejo caer Fragoso, mientras se ligaba los musculos doloridos de la muneca.

– Si -agrego el otro empleado-. Yo la vi bien… Y Daboy, ?no tiene nada?

– No; muy mordido… Felizmente puede resistir cuanto quieran. Volvieron los hombres otra vez al enfermo, cuya respiracion era mejor. Estaba ahora inundado en copiosa transpiracion.

– Comienza a aclarar -dijo el nuevo director, asomandose a la ventana-. Usted, Antonio, podra quedarse aqui. Fragoso y yo vamos a salir.

– ?Llevamos los lazos? -pregunto Fragoso.

– ?Oh, no! -repuso el jefe, sacudiendo la cabeza- Con otras viboras, las hubieramos cazado a todas en un segundo. Estas son demasiado singulares… Las varas y, a todo evento, el machete.