Scaramouche - Sabatini Rafael. Страница 66

– Pero es que t? no sabes, Andr?-Louis… -la se?ora de Plougastel le hablaba ahora con indescriptible angustia y se acerc? a su hijo cogi?ndolo por un brazo-. Por el amor de Dios, Andr?-Louis, s? clemente con ?l. ?Tienes que serlo!

– Pero, se?ora, eso es lo que estoy haciendo. Estoy siendo mucho m?s clemente de lo que ?l merece. Y ?l lo sabe. El destino ha entreverado de una forma curiosa nuestras vidas hasta hacernos coincidir aqu? esta noche. Es como si el destino le obligara a recibir el castigo que merece. Pero por vuestra seguridad, no aprovecho esta ocasi?n ?nica que el azar me ofrece, siempre y cuando ?l haga inmediatamente lo que le ordeno.

Desde el otro lado de la mesa, el marqu?s habl? fr?amente mientras su mano derecha se deslizaba bajo los faldones de su gab?n.

– Me alegro, se?or Moreau, de que adopt?is ese tono conmigo. Me ahorr?is hasta el ?ltimo escr?pulo. Acab?is de hablar del destino, y estoy de acuerdo con vos en que ha obrado de un modo extra?o en nuestras vidas, aunque quiz? no con el final que supon?is. Durante a?os os hab?is cruzado en mi camino, siempre estorbando y frustr?ndolo todo, siempre sobre mi cabeza como una espada de Damocles. Incesantemente hab?is amenazado mi vida, primero indirecta y luego directamente. Vuestro entremetimiento en mis asuntos ha arruinado mis m?s queridas esperanzas, quiz? con m?s eficacia de la que supon?is. Sois peor que una pesadilla. Y sois uno de los culpables de la situaci?n desesperada en que me encuentro esta noche.

– ?Un momento! ?Escuchad! -dijo ardientemente la se?ora de Plougastel, como movida por una corazonada de lo que iba a venir-. ?Gervais! ?Esto es horrible!

– Horrible tal vez, pero inevitable -dijo el se?or de La Tour d'Azyr-. As? lo ha querido ?l. Soy un hombre desesperado, el fugitivo de una causa perdida. Este hombre tiene la llave de mi salvaci?n. Adem?s, entre ?l y yo hay una cuenta pendiente.

Entonces sac? la mano de debajo del fald?n del gab?n y empu?aba una pistola. La se?ora de Plougastel chill? precipit?ndose hacia el marqu?s. Arrodill?ndose ante ?l, le sujet? el brazo, aferr?ndolo tanto que en vano el marqu?s trataba de librarse de su mano.

– ?Th?r?se! -grit?-. ?Est?is loca? ?Quer?is poner en peligro mi vida y la vuestra! Ese monstruo tiene los salvoconductos que son nuestra salvaci?n. Su vida no vale nada.

Desde el fondo del sal?n, Aline, que presenciaba horrorizada la escena, habl? r?pidamente indic?ndole a su amado la ?nica forma de escapar de aquel callej?n sin salida.

– ?Quema esos salvoconductos, Andr?! ?Qu?malos enseguida, ah?, en las velas del candelabro!

Pero Andr?-Louis se hab?a aprovechado del breve forcejeo del marqu?s con la se?ora de Plougastel para sacar tambi?n su pistola.

– Creo que lo mejor ser? que le queme la cabeza abri?ndole un agujero -dijo-. Separaos de ?l, se?ora.

Lejos de obedecer aquella orden imperiosa, la se?ora de Plougastel se levant? y cubri? con su cuerpo al marqu?s, pero sin dejar de agarrarle la mano para que no pudiera usar su pistola.

– ?Andr?! ?Por el amor de Dios, Andr?! -le implor? con voz ronca.

– ?Apartaos, se?ora! -orden? Andr?-Louis de nuevo, m?s en?rgicamente-. Dejad que este asesino reciba su merecido. ?l ha hecho peligrar todas nuestras vidas, y ha perdido el derecho a vivir la suya por lo que ha hecho en todos estos a?os. ?Apartaos!

Entonces dio un salto tratando de disparar por encima del hombro de la dama, y Aline corri? hacia ?l, pero era demasiado tarde.

– ?Andr?! ?Andr?!

Con la voz empa?ada, demudada, anhelante, casi al borde de la histeria, la afligida condesa puso al fin una eficaz y terrible barrera entre aquellos dos hombres que se odiaban a muerte, decididos a quitarse la vida uno al otro:

– ?Es tu padre, Andr?! ?Gervais, es tu hijo… nuestro hijo! Lee esa carta… ah?, sobre la mesa. ?Oh, Dios m?o!

Y, enervada, cay? al suelo, y all? se qued? acurrucada, sollozando a los pies del se?or de La Tour d'Azyr.

CAP?TULO XVII Salvoconducto

Por encima del cuerpo de aquella mujer que lloraba -madre de uno y amante del otro- las miradas asombradas de los dos mortales enemigos se encontraron en medio de una curiosidad horrorizada que no admit?a palabras. Aline permanec?a al otro lado de la mesa, petrificada de espanto por aquella ?ltima revelaci?n.

El se?or de La Tour d'Azyr fue el primero en moverse. A pesar del desconcierto, record? que la se?ora de Plougastel le hab?a dicho algo acerca de una carta que estaba sobre la mesa. Lo que acababa de decir la condesa, hizo que avanzara resueltamente, sin miedo. Pas? tambale?ndose por delante del hijo reci?n descubierto y cogi? la hoja de papel que estaba junto al candelabro. Durante un instante que dur? una eternidad, ley? sin que nadie le hiciera caso. Estupefacta y llena de conmiseraci?n, Aline contemplaba a Andr?-Louis mientras ?ste miraba, perplejo y fascinado, a su madre.

El se?or de La Tour d'Azyr termin? de leer la carta y, en silencio, volvi? a dejarla donde estaba. Reaccionando de forma natural en un hijo de aquel siglo artificioso, severamente educado en la supresi?n de las emociones, lo primero que hizo fue serenarse. Despu?s volvi? al lado de la se?ora de Plougastel, y se agach? para levantarla. -?Th?r?se! -dijo.

Obedeciendo instintivamente, la dama hizo un esfuerzo para levantarse, domin?ndose a su vez. El marqu?s la condujo hasta el sill?n que estaba junto a la mesa.

Andr?-Louis los miraba enmudecido, aturdido, sin dar ni un paso para ayudar a levantar a su madre. Como en un sue?o, vio al marqu?s inclinarse sobre la se?ora de Plougastel. Y como en un sue?o, le oy? preguntar:

– ?Cu?nto hace que lo sabes, Th?r?se?

– Yo… siempre lo he sabido… siempre. Se lo confi? a Kercadiou. Y una vez fui a verle, cuando era un ni?o. Pero eso ya no importa.

– ?Por qu? nunca me lo dijiste? ?Por qu? me enga?aste diciendo que el ni?o hab?a muerto pocos d?as despu?s de nacer? ?Por qu?, Th?r?se? ?Por qu??

– Ten?a miedo. Pens?… pens? que as? ser?a mejor… que ser?a mejor que nadie, ?nadie!, ni siquiera t?, lo supiera. Y nadie, excepto Quint?n, lo ha sabido hasta anoche cuando para inducirle a venir aqu? y salvarme se vio obligado a dec?rselo a ?l.

– Pero ?y yo, Th?r?se? -insisti? el marqu?s-. Yo ten?a derecho a saberlo.

– ?Ten?as derecho! ?Y qu? hubieras podido hacer? ?Reconocerle acaso? ?Y despu?s, qu?? ?Ah! -la dama sonri? desesperada-. Hab?a que pensar en mi esposo, yo ten?a mi familia. T? mismo hab?as dejado de quererme, pues el miedo a que se descubriera todo hab?a apagado en ti el amor. ?Por qu? no te lo dije entonces? ?Por qu?? Tampoco te lo hubiera dicho ahora de haber encontrado otra manera de… de salvaros a los dos. Ya en cierta ocasi?n sufr? el mismo p?nico, cuando os enfrentasteis en el Bois de Boulogne. A mi manera, iba a tratar de evitar aquel duelo cuando nuestros coches se encontraron. Con tal de evitar aquel horror, en ?ltima instancia, estaba dispuesta a revelar la verdad. Pero Dios, en su infinita misericordia, hizo que no fuera necesario.

Por incre?ble que pareciera aquella declaraci?n, a ninguno de los presentes se le hab?a ocurrido ponerla en duda. Incluso si as? hubiera sido, estas ?ltimas palabras disipaban cualquier duda, pues explicaban lo que hasta ese momento hab?a permanecido oculto.

Vencido, el se?or de La Tour d'Azyr se dej? caer en un sill?n. Perdiendo por un momento el absoluto dominio de s? mismo, se llev? las manos al rostro. Por las abiertas puertaventanas del jard?n llegaba el lejano redoble de un tambor record?ndoles lo que ocurr?a afuera, en la ciudad. Pero aquel ruido pas? inadvertido para todos. Era como si cada uno de ellos estuviera enfrentado a un horror mucho mayor que el que atormenta- iba a Par?s. Al fin, Andr?-Louis habl? en voz baja, con inexorable apat?a:

– Se?or de La Tour d'Azyr, creo que estar?is de acuerdo conmigo en que este descubrimiento es tan desagradable y terrible para vos como para m?, y que no borra nada de lo sucedido hasta ahora entre nosotros. Si algo altera, es s?lo para a?adir algo m?s a la cuenta pendiente. Y, sin embargo… ?Oh! ?Para qu? sirven ahora las palabras? Aqu? ten?is este salvoconducto que os convierte en el lacayo de la se?ora de Plougastel. Huid con ?l lo mejor que pod?is. A cambio, os suplico el favor de no volver a vernos ni a o?r hablar de vos jam?s.

– ?Andr?! -grit? su madre avanzando hacia ?l y de nuevo surgi? la pregunta-: ?Acaso no tienes coraz?n? ?Qu? te ha hecho para que lo odies tanto?

– Escuchad, se?ora. Hace dos a?os, en este mismo sal?n, os habl? de un hombre que hab?a asesinado brutalmente a mi mejor amigo y que luego hab?a seducido a la mujer con la que iba a casarme. Ese hombre es el se?or de La Tour d'Azyr.

Por toda respuesta, la dama gimi? y se cubri? el rostro con las manos. El marqu?s volvi? a ponerse en pie. Lentamente se acerc? a su hijo sosteni?ndole la mirada.

– Eres duro -dijo severamente-. Pero reconozco ese rasgo de car?cter. No puedes negar la sangre que corre por tus venas.

– No me lo record?is -dijo Andr?-Louis.

El marqu?s baj? la cabeza.

– No volver? a mencionarlo. Pero deseo que por una vez al menos me comprendas, y t? tambi?n, Th?r?se. Me acusas de haber asesinado a tu amigo m?s querido. Admito que los medios empleados quiz? fueron indignos. Pero ?qu? otros medios ten?a a mi disposici?n para defenderme de esas ideas que desde entonces me amenazan d?a tras d?a? Philippe de Vilmorin era un revolucionario, un hombre con ideas nuevas, que quer?a destruir la sociedad para reconstruirla de acuerdo con los ideales de los suyos. Yo pertenec?a al orden establecido y, con el mismo derecho que ?l, quer?a que la sociedad se mantuviera como estaba. No s?lo era mejor as? para m? y los m?os, sino que sigo convencido de que era mejor para todo el mundo, pues no es posible concebir la sociedad de otro modo. Toda sociedad humana, por fuerza, se compone de varias clases. Podr?is transformarla temporalmente en una cosa amorfa, con una revoluci?n como ?sta; pero s?lo temporalmente. Pronto, despu?s del caos suscitado por los tuyos, el orden se restablecer? o la vida desaparecer?; y junto con el orden se restablecer? la diferenciaci?n social, esas distintas clases que son necesarias para la organizaci?n de cualquier sociedad. Los que ayer estaban en lo alto, en el nuevo orden de cosas, ser?n despose?dos sin ning?n beneficio para el conjunto de la sociedad. Yo me opon?a a este cambio. ?se era el esp?ritu contra el que yo luchaba con las armas de que dispon?a, dondequiera que las encontraba. Philippe de Vilmorin era el tipo de revolucionario m?s subversivo, un hombre elocuente, animado por falsos ideales, un pobre ignorante enga?ado que cre?a que ese cambio convertir?a el mundo en un lugar mejor para ?l y los que piensan como ?l. S? que estoy ante un hombre inteligente y te desaf?o a contestarme, de todo coraz?n y a conciencia, si realmente crees que semejante cambio es posible. Sabes que no lo es. Sabes que es una perniciosa doctrina, sobre todo en los labios de Philippe de Vilmorin, puesto que era sincero y elocuente. Su voz era un peligro que hab?a que… silenciar. Era necesario, en defensa propia, y as? lo hice. Personalmente, yo no ten?a nada contra Philippe de Vilmorin. Era un hombre de mi propia clase: un caballero afable, gentil, inteligente y talentoso…