Romeo y Julieta - Шекспир Уильям. Страница 13

JULIETA.-Corred, corred a la casa de Febo, alados corceles del Sol. El látigo de Faetón os lance al ocaso. Venga la dulce noche a tender sus espesas cortinas. Cierra ¡oh Sol! tus penetrantes ojos, y deja que en el silencio venga a mí mi Romeo, e invisible se lance en mis brazos. El amor es ciego y ama la noche, y a su luz misteriosa cumplen sus citas los amantes. Ven, majestuosa noche, matrona de humilde y negra túnica, y enséñame a perder en el blando juego, donde las vírgenes empeñan su castidad. Cubre con tu manto la pura sangre que arde en mis mejillas. Ven, noche; ven, Romeo, tú que eres mi día en medio de esta noche, tú que ante sus tinieblas pareces un copo de nieve sobre las negras alas del cuervo. Ven, tenebrosa noche, amiga de los amantes, y vuélveme a mi Romeo. Y cuando muera, convierte tú cada trozo de su cuerpo en una estrella relumbrante, que sirva de adorno a tu manto, para que todos se enamoren de la noche, desenamorándose del Sol. Ya he adquirido el castillo de mi amor, pero aún no le poseo. Ya estoy vendida, pero no entregada a mi señor. ¡Qué día tan largo! tan largo como víspera de domingo para el niño que ha de estrenar en él un traje nuevo. Pero aquí viene mi ama, y me traerá noticias de él. (Llega el ama con una escala de cuerdas.)Ama, ¿qué noticias traes? ¿Esa es la escala que te dijo Romeo?

AMA.-Sí, ésta es la escala.

JULIETA.-¡Ay, Dios! ¿Qué sucede? ¿Por qué tienes las manos cruzadas?

AMA.-¡Ay, señora! murió, murió. Perdidas somos. No hay remedio… Murió. Le mataron… Está muerto.

JULIETA.-¿Pero cabe en el mundo tal maldad?

AMA.-En Romeo cabe. ¿Quién pudiera pensar tal cosa de Romeo?

JULIETA.-¿Y quién eres tú, demonio, que así vienes a atormentarme? Suplicio igual sólo debe de haberle en el infierno. Dime, ¿qué pasa? ¿Se ha matado Romeo? Dime que sí, y esta palabra basta. Será más homicida que mirada de basilisco. Di que si o que no, que vive o que muere. Con una palabra puedes calmar o serenar mi pena.

AMA.-Sí: yo he visto la herida. La he visto por mis ojos. Estaba muerto: amarillo como la cera, cubierto todo de grumos de sangre cuajada. Yo me desmayé al verle.

JULIETA.-¡Estalla, corazón mío, estalla! ¡Ojos míos, yaceréis desde ahora en prisión tenebrosa, sin tornar a ver la luz del día! ¡Tierra, vuelve a la tierra! Sólo resta morir, y que un mismo túmulo cubra mis restos y los de Romeo.

AMA.-¡Oh, Teobaldo amigo mío, caballero sin igual, Teobaldo! ¿Por qué he vivido yo para verte muerto?

JULIETA.-Pero ¡qué confusión es ésta en que me pones! ¿Dices que Romeo ha muerto, y que ha muerto Teobaldo, mi dulce primo? Toquen, pues, la trompeta del juicio final. Si esos dos han muerto, ¿qué importa que vivan los demás?

AMA.-A Teobaldo mató Romeo, y éste anda desterrado.

JULIETA.-¡Válgame Dios! ¿Conque Romeo derramó la sangre de Teobaldo? ¡Alma de sierpe, oculta bajo capa de flores! ¿Qué dragón tuvo jamás tan espléndida gruta? Hermoso tirano, demonio angelical, cuervo con plumas de paloma, cordero rapaz como lobo, materia vil de forma celeste, santo maldito, honrado criminal, ¿en qué pensabas, naturaleza de los infiernos, cuando encerraste en el paraíso de ese cuerpo el alma de un condenado? ¿Por qué encuadernaste tan bellamente un libro de tan perversa lectura? ¿Cómo en tan magnífico palacio pudo habitar la traición y el dolor?

AMA.-Los hombres son todos unos. No hay en ellos verdad, ni fe, ni constancia. Malvados, pérfidos, trapaceros… ¿Dónde está mi escudero? Dame unas gotas de licor. Con tantas penas voy a envejecer antes de tiempo. ¡Qué afrenta para Romeo!

JULIETA.-¡Maldita la lengua que tal palabra osó decir! En la noble cabeza de Romeo no es posible deshonra. En su frente reina el honor como soberano monarca. ¡Qué necia yo que antes decía mal de él!

AMA.-¿Cómo puedes disculpar al que mató a tu primo?

JULIETA.-¿Y cómo he de decir mal de quien es mi esposo? Mató a mi primo, porque si no, mi primo le hubiera matado a él. ¡Atrás, lágrimas mías, tributo que erradamente ofrecí al dolor, en vez de ofrecerle al gozo! Vive mi esposo, a quien querían dar muerte, y su matador yace por tierra. ¿A qué es el llanto? Pero creo haberte oído otra palabra que me angustia mucho más que la muerte de Teobaldo. En vano me esfuerzo por olvidarla. Ella pesa sobre mi conciencia, como puede pesar en el alma de un culpable el remordimiento. Tú dijiste que Teobaldo había sido muerto y Romeo desterrado. Esta palabra desterrado me pesa más que la muerte de diez mil Teobaldos. ¡No bastaba con la muerte de Teobaldo, o es que las penas se deleitan con la compañía y nunca vienen solas! ¿Por qué cuando dijiste: “ha muerto Teobaldo” no añadiste: “tu padre o tu madre, o los dos”? Aun entonces no hubiera sido mayor mi pena. ¡Pero decir: Romeo desterrado! Esta palabra basta a causar la muerte a mi padre y a mi madre, y a Romeo y a Julieta. “¡Desterrado Romeo!” Dime, ¿podrá encontrarse término o límite a la profundidad de este abismo? ¿Dónde están mi padre y mi madre? Dímelo.

AMA.-Llorando sobre el cadáver de Teobaldo. ¿Quieres que te acompañe allá?

JULIETA.-Ellos con su llanto enjugarán las heridas. Yo entre tanto lloraré por el destierro de Romeo. Toma tú esa escalera, a quien su ausencia priva de su dulce objeto. Ella debía haber sido camino para mi lecho nupcial. Pero yo moriré virgen y casada. ¡Adiós, escala de cuerda! ¡Adiós, nodriza! Me espera el tálamo de la muerte.

AMA.-Retírate a tu aposento. Voy a buscar a Romeo sin pérdida de tiempo. Está escondido en la celda de fray Lorenzo. Esta noche vendrá a verte.

JULIETA.-Dale en nombre mío esta sortija, y dile que quiero oír su postrera despedida.

ESCENA TERCERA

Celda de Fray Lorenzo

(FRAY LORENZO y ROMEO)

FRAY LORENZO.-Ven, pobre Romeo. La desgracia se ha enamorado de ti, y el dolor se ha desposado contigo.

ROMEO.-Decidme, padre. ¿Qué es lo que manda el Príncipe? ¿Hay alguna pena nueva que yo no haya sentido?

FRAY LORENZO.-Te traigo la sentencia del Príncipe.

ROMEO.-¿Y cómo ha de ser si no es de muerte?

FRAY LORENZO.-No. Es algo menos dura. No es de muerte sino de destierro.

ROMEO.-¡De destierro! Clemencia. Decid de muerte. El destierro me infunde más temor que la muerte. No me habléis de destierro.