Destinos Truncados - Стругацкие Аркадий и Борис. Страница 27

—Eso que estas diciendo es tan incorrecto que ni siquiera me ofendo. Pero continua, cuando hablas tu rostro cambia de una manera impresionante. —Encendio un cigarrillo y le tendio otro—. Continua.

—Medusas —dijo ella, con amargura—. Medusas tontas, babosas. Se agitan, se arrastran, no saben que quieren, no son capaces de hacer nada, no aman nada verdaderamente... como gusanos en una letrina.

—Eso es una groseria. Una imagen epatante, pero nada apetitosa. Diana, querida mia, no eres una pensadora. El siglo pasado, y en provincias, quien sabe como hubiera sonado eso... al menos la sociedad hubiera recibido una dulce sacudida, y tendrias una multitud de jovenes palidos, de ojos ardientes, arrastrandose detras de ti. Pero hoy todo eso es obvio. Hoy, todos saben que es el ser humano. La pregunta es: que hacer con el ser humano. Y hay que reconocer que ya aburre preguntarse eso.

—?Y que hacen con las medusas?

—?Quien? ?Las medusas?

—Nosotros.

—Por lo que se, nada. Creo que preparan conservas con ellas.

—Esta bien —dijo Diana—. Durante todo este tiempo, ?has trabajado en algo?

—?Claro que si! He escrito una carta terriblemente tierna a mi amigo Rots-Tusov. Si despues de esta carta no enchufa a Irma en un internado, eso querra decir que no sirvo para nada.

—?Y eso es todo?

—Si. El resto lo he tirado.

—?Dios mio! Y yo te cuidaba, trataba de no molestarte, espantaba a Roscheper...

—Me banabas en la banera —le recordo Viktor.

—Te banaba en la banera, te preparaba cafe...

—Aguarda. Yo tambien te banaba en la banera...

—Da igual.

—?Como que da igual? ?Crees que es facil trabajar despues de banarte en la banera? Escribi seis variantes para describir ese proceso, y ninguna sirve para nada.

—Dejame leerlas.

—Son solo para hombres. Ademas, las tire, ya te lo he dicho. En general, ahi habia poco patriotismo y conciencia nacional, por lo que, de todos modos, no se lo podia mostrar a nadie.

—Dime entonces: ?tu primero escribes, y despues introduces la conciencia nacional?

—No —respondio Viktor—. Primero, me impregno de la conciencia nacional hasta lo mas profundo del alma: leo los discursos del senor Presidente, me aprendo de memoria las sagas de los titanes, visito las asambleas patrioticas... Despues, cuando eso me hace vomitar, no cuando me da nauseas, sino cuando vomito, me pongo a escribir... Hablemos de otra cosa. Por ejemplo, de lo que vamos a hacer manana.

—Manana tienes un encuentro con los estudiantes del gimnasio.

—Eso termina rapido. ?Y despues?

Diana no respondio. Miro detras de el. Viktor se volvio. Un leproso se acercaba a ellos, un leproso con todos sus atributos: negro, empapado, con una venda en la cara.

—Hola —le dijo a Diana—. ?Golem no ha vuelto?

A Viktor le asombro el cambio que habia tenido lugar en el rostro de Diana. Como en un cuadro antiguo. No, un cuadro no, un icono. La extrana inmovilidad de los rasgos. Y uno se pregunta si eso era lo que queria el pintor o si fue por incapacidad del artesano. Ella no respondia. Callaba, y el leproso tambien la miraba sin decir nada, y en aquel silencio no habia nada incomodo: ellos estaban juntos, mientras Viktor y todos los demas estaban en otra parte. A Viktor no le gusto aquello.

—Seguramente Golem vendra ahora —dijo el, en voz alta.

—Si —dijo Diana—. Sientese, esperelo.

La voz de ella era la de siempre y le sonreia al leproso con una expresion de indiferencia. Todo era como siempre, Viktor estaba con Diana, mientras el leproso y todos los demas estaban en otra parte.

—?Por favor! —dijo Viktor con alegria, indicando el butacon del doctor R. Kvadriga.

El leproso se sento y puso sobre sus rodillas las manos, enfundadas en guantes negros. Viktor le sirvio conac. El leproso, con un gesto descuidado y habitual, tomo la copa, la sacudio, como si la estuviera sopesando, y la volvio a poner sobre la mesa.

—Espero que no lo haya olvidado —le dijo a Diana.

—Claro. Por supuesto, ahora se lo traigo. Viktor, dame la llave de la habitacion; vuelvo enseguida.

Tomo la llave y se dirigio con rapidez a la salida. Viktor encendio un cigarrillo. «?Que te esta pasando, amigo? —se dijo—. Ultimamente tienes demasiadas visiones. Te has vuelto sensible, demasiado... celoso. Y no vale la pena. Eso no tiene la menor relacion contigo: todos esos antiguos maridos, todos esos conocidos extranos... Diana es Diana, y tu eres tu. ?Que Roscheper es impotente? Pues es impotente. A ti, eso no te importa.» Sabia que todo aquello no era tan sencillo, que ya habia recibido una dosis de veneno, pero se dijo: «ya basta», y ese dia, en ese momento al menos, logro convencerse a si mismo de que, verdaderamente, ya bastaba.

El leproso seguia sentado frente a el, inmovil y terrible como un espantapajaros. Olia a humedad y a medicamentos. ?Se me hubiera ocurrido pensar que alguna vez estaria sentado a la misma mesa con un mohoso en un restaurante? El progreso, chicos, avanza poco a poco. O sera que nos hemos vuelto omnivoros: ?acaso nos hemos convencido finalmente de que todos los hombres son hermanos? La humanidad, amigo mio, estoy orgulloso de ti... Y usted, caballero, ?le entregaria su hija a un mohoso?

—Mi apellido es Banev. —Viktor se presento y decidio preguntar—: ?Como esta de salud vuestro... lesionado? Me refiero al que cayo en el cepo.

El leproso volvio rapidamente la cabeza hacia el. «Mira como desde una aspillera», penso Viktor.

—Bien —respondio el leproso con sequedad.

—En su lugar, yo hubiera hecho una denuncia en la policia.

—No tiene sentido.

—?Por que? —insistio Viktor—. No esta obligado a dirigirse a la comisaria local, puede ir a la regional...

—No tenemos necesidad de ello.

—Cada crimen impune genera un nuevo crimen —dijo Viktor encogiendose de hombros.

—Si. Pero eso no nos interesa.

Los dos callaron.

—Me llamo Zurzmansor —dijo el leproso al rato.

—Un apellido famoso —repuso Viktor con cortesia—. ?No es usted pariente del sociologo Pavel Zurzmansor?

—Ni siquiera su tocayo —replico el leproso entrecerrando los ojos—. Banev, me han dicho que manana va a hablar en el gimnasio...

Viktor no tuvo tiempo de responder. A sus espaldas alguien arrastro un butacon.