Que dificil es ser Dios - Стругацкие Аркадий и Борис. Страница 15

— ?Cuanto le habeis dado? — pregunto Don Tameo.

— Una miseria — dijo Rumata con indiferencia -. Dos piezas de oro.

— ?Por la joroba de San Miki! — exclamo Don Tameo — o ?Debeis ser rico! Si lo deseais, os vendo mi potro jamajareno.

— No, gracias — dijo Rumata -. Prefiero ganaroslo a la taba.

— ?Llevais mucha razon! — dijo Don Sera, deteniendose -. ?Por que no nos sentamos a jugarnoslo?

— ?Aqui? — pregunto Rumata.

— ?Y por que no? — se sorprendio Don Sera -. No veo nada que pueda impedir el que tres nobles Dones se pongan a jugar a la taba en el lugar que mas les acomode.

En aquel momento Don Tameo se cayo, sin saber como. Don Sera se enredo en sus pies y cayo estrepitosamente sobre su companero.

— Lo habia olvidado por completo — dijo cuando se hubo repuesto -. Se supone que debemos entrar de guardia.

Rumata levanto a los dos y los arrastro sujetandolos por los codos. Al pasar frente a la lobrega casa de Don Satarin, se detuvo y dijo:

— ?Y si hicieramos una visita a nuestro buen viejo Don?

— No veo inconveniente en que tres nobles Dones entren a ver al viejo Don Satarin — dijo Don Sera.

Pero en aquel momento Don Tameo abrio los ojos y recito: — Mientras estemos al servicio del rey debemos mirar siempre al futuro. Don Satarin es una etapa caduca. ?Adelante siempre! Ya es hora que estemos en nuestros puestos.

— Adelante pues — asintio Rumata.

Don Tameo hundio la cabeza en su pecho y no volvio a despertarse, aunque siguiera andando. Don Sera, doblando los dedos, se puso a contar sus exitos amorosos. Asi llegaron hasta palacio. Rumata deposito a Don Tameo en un banco del cuerpo de guardia y respiro aliviado. Don Sera se sento ante la mesa, echo a un lado un fajo de ordenes firmadas por el Rey, y dijo que por fin habia llegado el momento de beber vino de Irukan frio. Decid al patron que traiga un barril, ordeno, y a esas mozas (y al decir esto senalo a los oficiales de la guardia que estaban jugando a las cartas en otra mesa) que vengan aqui. En aquel momento llego el jefe de la guardia, un teniente, y miro fijamente a Don Tameo y de reojo a Don Sera. Este ultimo le pregunto «por que se habian marchitado todas las flores del amor furtivo», y aquello acabo de convencer al teniente de que era inutil que ocuparan sus puestos en aquellas condiciones y que era mejor dejarles dormir un rato.

Entonces Rumata se sento a jugar con el teniente, y este le gano una pieza de oro. Mientras jugaban, charlaron de las nuevas bandoleras de los uniformes, y de los distintos procedimientos para afilar las espadas. A proposito de aquello, Rumata dijo que pensaba ir a ver a Don Satarin, que poseia una magnifica coleccion de armas blancas antiguas. Grande fue su afliccion cuando supo por boca de su interlocutor que el distinguido cortesano habia acabado de perder por completo la cabeza, y hacia un mes que habia puesto en libertad a todos sus prisioneros, disuelto su milicia y donado al tesoro publico su riquisimo arsenal de maquinas de tortura. El viejo, que tenia ya ciento dos anos, habia manifestado su inquebrantable deseo de dedicar el resto de su vida a las buenas obras. Por lo visto le quedaba ya poca.

Tras despedirse del teniente, Rumata salio de palacio y se dirigio al puerto. Iba rodeando charcos y saltando por encima de los hoyos llenos de agua putrefacta, empujando sin consideracion a la muchedumbre que se cruzaba en su camino, guinandole el ojo a las muchachas, en las que su apostura producia un irresistible impacto, saludando cortesmente a las damas en sus palanquines y a los conocidos que se cruzaban con el, y aparentando no advertir a los Milicianos Grises.

Dio un pequeno rodeo para ir a la Escuela Patriotica. La escuela habia sido fundada bajo el patrocinio de Don Reba dos anos atras, y tenia por objeto preparar cuadros militares y administrativos, educando para ello a los hijos de la pequena nobleza y de los comerciantes. El edificio era de piedra, de nueva construccion, sin columnas ni bajorrelieves, pero con gruesos muros provistos de estrechas ventanas a modo de aspilleras y torres semicirculares a ambos lados de la entrada principal. En caso de necesidad, el edificio podia ser defendido facilmente.

Rumata subio por una estrecha escalera hasta el segundo piso y, haciendo sonar sus espuelas sobre las losas, se dirigio al despacho del procurador, pasando por delante de las aulas. En estas se oian murmullos y voces coreadas: «?Quien es el Rey? Su Majestad. ?Quienes son los Ministros? Hombres fieles que desconocen la duda…» «Y Dios, nuestro Creador, dijo: «Maldecire». Y maldijo…» «…Cuando el cuerno suena dos veces, hay que dispersarse de dos en dos formando cadena y bajar las picas…» «…Si el torturado pierde el conocimiento, hay que interrumpir el tormento y no dejarse llevar…»

A eso se llama escuela, penso Rumata. Un nido de sabiduria. Un puntal de la cultura.

Empujo la pequena y arqueada puerta y entro en el despacho sin llamar. Era una estancia oscura y fria, con apariencia de sotano. De detras de una enorme mesa, repleta de papeles y de junquillos para castigar a los alumnos, salio a su encuentro un hombre larguirucho, anguloso y calvo, de ojos hundidos, que vestia un ajustado uniforme gris con los emblemas del Ministerio de Seguridad de la Corona. Era el procurador de la Escuela Patriotica, el muy docto padre Kin, un criminal sadico metido a monje, autor del Tratado sobre la delacion, una obra que llamo poderosamente la atencion de Don Reba.

Rumata respondio a su amanerado saludo con una distraida inclinacion de cabeza, y se sento sin mas preambulos en un sillon, cruzando las piernas. El padre Kin permanecio de pie, un poco inclinado hacia adelante, en postura de respetuosa atencion.

— ?Como marchan las cosas? — pregunto Rumata -. ?Estamos degollando a unos sabihondos y empezamos ya a preparar otros?

El padre Kin sonrio mostrando los dientes.

— No todos los instruidos son enemigos del Rey — dijo -. Son enemigos del Monarca los instruidos que suenan, que dudan, que no creen. Aqui preparamos…

— Esta bien — dijo Rumata -. Te creo. ?Que estas escribiendo ahora? He leido tu tratado. Me parece un libro util pero absurdo. ?Como es posible que tu…?

— No me propuse llamar la atencion por mi inteligencia — respondio Kin dignamente -. Lo unico que pretendi fue ser util al Estado. No necesitamos gente lista, sino fiel. Y nosotros…

— Bueno, bueno — interrumpio Rumata -. Te creo. Pero dime, ?estas escribiendo o no algo nuevo?

— Quiero someter a la consideracion del Ministro unos razonamientos sobre la nueva forma que debe tener el Estado, tomando como modelo la Region de la Orden Sacra. — ?Y que pretendes? — exclamo Rumatra -. ?Que nos hagamos todos frailes?

El padre Kin apreto los punos y se inclino hacia adelante.

— Permitidme que os explique, noble Don — dijo exaltadamente -. La esencia del proyecto es otra completamente distinta. Esta esencia dimana de los fundamentos del nuevo Estado, y a su vez estos son claros y se reducen a tres, a saber: fe ciega en la infalibilidad de las leyes, obediencia ciega a las mismas y vigilancia incesante de todos por cada uno.