Que dificil es ser Dios - Стругацкие Аркадий и Борис. Страница 26

— ?Y por que no? — inquirio Rumata, mirando fijamente al baron -. Me parecen unas chicas muy agradables.

El baron agito la cabeza y se echo a reir sarcasticamente.

— Mirad, esa que hay ahi tiene el culo caido, y esa otra que se esta rascando no tiene ni eso. En el mejor de los casos son tan solo jamelgos, amigo mio. ?Recuerde a la baronesa! ?Que manos, que gracia! ?Y que talle, amigo!

— Si, por supuesto — asintio Rumata -. La baronesa es muy hermosa. Vamonos de aqui.

— ?Adonde? ?Y por que? — una sombra de decision cruzo el rostro del baron de Pampa -. No, amigo mio, no voy a ninguna parte. Vos podeis hacer lo que querais — empezo a desmontar -… aunque sentiria mucho que me dejarais solo.

— No hablar de eso, me quedo con vos. Pero…

— No hay peros, que valgan — concluyo definitivamente el baron.

Les dieron las riendas a un mozo que se les acerco corriendo, pasaron orgullosamente por delante de las busconas y entraron en la sala. Alli casi no se podia respirar. La luz de los candiles a duras penas se abria paso a traves de la niebla de humo. Sentados en bancos arrimados a largas mesas bebian, comian, juraban, se reian, lloraban, se besaban y vociferaban canciones indecentes soldados banados en sudor y con los uniformes desabrochados, marineros vagabundos con casacas de colores vestidas a pelo, mujeres con los senos casi al aire, milicianos Grises con las hachas entre las piernas y andrajosos artesanos. A la izquierda se divisaba en la penumbra un mostrador, donde el dueno, sentado en lo alto entre varios gigantescos toneles, dirigia el enjambre de mozos de servicio, tan rapidos como tunantes, y a la derecha, formando un rectangulo luminoso, se recortaba la puerta de entrada a la parte «limpia», reservada a los nobles Dones, a los mercaderes respetables y a los oficiales Grises.

— Bueno, ?y por que no hemos de beber? — dijo irritado el baron de Pampa, y cogiendo a Rumata del brazo lo arrastro hacia el mostrador a traves de un estrecho pasillo que quedaba entre las mesas, aranando las espaldas de los que estaban sentados con la pancera de su coraza. Cuando llego a su meta, arrebato al dueno el cazo que tenia en la mano y que le servia para escanciar el vino en las jarras, lo seco de un trago sin pronunciar palabra, y luego exclamo que ya todo estaba perdido y que lo unico que podian hacer era divertirse de la mejor manera posible. Despues se volvio hacia el dueno y le pregunto a grandes voces si en su establecimiento habia algun sitio donde las personas distinguidas pudieran pasar el tiempo decente y modestamente sin ser molestadas por la presencia de canallas, andrajosos y chusma. El dueno le respondio que si, que habia ese sitio.

— ?Magnifico! — exclamo el baron, y le echo al hombre varias piezas de oro -. Danos a este noble Don y a mi lo mejor que tengas, y haz que nos lo sirva no una linda zorra de esas que tienes por aqui, sino una mujer respetable.

El mismo dueno acompano a los nobles Dones a la parte «limpia». Alli habia poca gente. En un rincon pasaban lastimosamente el tiempo un grupo de oficiales Grises (cuatro tenientes con ajustados uniformes y dos capitanes con capotas llevando las insignias del Ministerio de Seguridad de la Corona). Junto a una ventana se aburrian miserablemente, contemplando una garrafita, dos jovenes aristocratas. Cerca de ellos habia un monton de nobles arruinados, con ropas raidas y capas remendadas, bebiendo cerveza a pequenos tragos y echando a cada momento ojeadas a la sala en busca de una presa.

El baron se dejo caer en un banco que habia al lado de una mesa libre, miro de soslayo a los agentes Grises y refunfuno:

— Aqui tambien penetra la chusma… — pero en aquel momento una opulenta matrona trajo la primera ronda. El baron chasqueo la lengua, saco su punal del cinto y puso manos a la obra. Empezo a devorar buenas lonchas de carne de ciervo asada, montanas de mariscos y barrenos de ensalada y mayonesa, todo ello regado con verdaderas cataratas de vino y cerveza. Los nobles arruinados comenzaron a pasarse, de uno en uno y de dos en dos, a la mesa del baron, y este los fue recibiendo con entusiasmo, invitandolos con movimientos del brazo y ruidos de la tripa.

De repente dejo de engullir, clavo sus ojos en Rumata, y bramo como si estuviera en mitad del bosque:

— ?Hacia tiempo que no habia estado en Arkanar, y debo deciros honradamente que hay aqui algo que no me gusta!

— ?Que es lo que no os gusta? — se intereso Rumata, sin dejar de chupar el ala de pollo que tenia en la mano.

En los rostros de los nobles se reflejo una respetuosa atencion.

— ?Decidme, mi querido amigo! — dijo el baron, limpiandose las manos en los faldones de su capa -. ?Decidme vosotros, nobles Dones! ?Desde cuando es costumbre en al corte de Su Majestad el Rey que los descendientes de las mas linajudas familias del Imperio no puedan dar un paso sin tropezar con algun tendero o carnicero?

Los nobles se miraron unos a otros y empezaron a apartarse. Rumata miro de reojo hacia el rincon donde se encontraban los Grises. Estos habian dejado de beber y estaban mirando al baron.

— Os voy a decir por que ocurre esto, nobles Dones — prosiguio el baron de Pampa -. Todo ello es debido a que la gente de aqui se ha acobardado. La gente de aqui lo aguanta todo porque tiene miedo. ?Tu tienes miedo! — grito, senalando con el dedo al noble que tenia mas cerca. El aludido puso cara avinagrada y se aparto sonriendo estupidamente -. ?Cobardes! — vocifero el baron, y sus bigotes se enhiestaron.

Quedaba claro que de los nobles no podia esperarse nada. No querian pelea. Preferian beber y comer algo. En vista de ello, el baron paso una pierna por encima del banco, tiro de su bigote derecho, fijo la vista en el rincon donde estaban los oficiales Grises y dijo:

— Pero yo no temo absolutamente a nadie. ?En cuanto veo a un mequetrefe Gris, le parto la cara!

— ?Que es lo que ronquea ese barril de cerveza? — pregunto uno de los capitanes Grises, de alargada cara.

El baron sonrio satisfecho. Se levanto de la mesa armando un enorme alboroto, y se encaramo en el banco. Rumata, elevando una ceja, dedico su atencion a la otra ala del pollo.

— ?Hey, chusma Gris! — bramo el baron, como si los oficiales estuvieran a un kilometro de distancia -. ?Sabeis que hace tres dias yo, el baron de Pampa, senor de Bau, les di a los vuestros una buena paliza? ?Sabeis, amigo mio — se dirigia ahora a Rumata, mirandolo desde su altura cerca del techo -, que estabamos el padre Kabani y yo tomando unas copas en mi castillo, cuando llega mi mozo de establos y me dice que una banda de Grises esta destrozando el albergue de La Herradura de Oro? ?Mi albergue! ?En mis tierras patrimoniales! Asi que ordene: «?A los caballos!», y fuimos a por ellos. Os lo juro por mis espuelas, ?eran toda una banda! Al menos habia unos veinte. Habian detenido a tres hombres, y se habian emborrachado… Esos tenderos no saben leer. Empezaron a pegarle a todo el mundo y a romper cuanto caia en sus manos. De modo que cogi a uno por una pata y… bueno, empezo la fiesta. Les hice correr hasta el Soto de las Espadas. La sangre que quedo llegaba hasta los tobillos, y las hachas abandonadas formaban un monton asi de grande…