Que dificil es ser Dios - Стругацкие Аркадий и Борис. Страница 27

La narracion se interrumpio en aquel punto, porque el capitan de la cara alargada agito su mano y un cuchillo resbalo por el peto de la coraza del baron. — ?Por fin! — exclamo este, y desenvaino su mandoble.

El baron salto del banco con una agilidad insospechada, mientras su espada surcaba el aire como una cinta plateada e iba a cortar una de las vigas del techo. Este ultimo cedio ligeramente, y sobre la cabeza del baron cayo una nube de polvo. Pampa lanzo un juramento.

Los nobles se acurrucaron junto a la pared. Los jovenes aristocratas se subieron a la mesa para ver mejor y los Grises, con sus aceros por delante, formaron un semicirculo y avanzaron a paso corto hacia el baron. El unico que seguia sentado era Rumata, que estaba calculando por cual de los dos lados del baron le seria mas facil levantarse sin ser alcanzado por su espada.

La ancha hoja silbaba siniestramente, girando sobre la cabeza del baron. Este parecia un helicoptero de transporte con el rotor funcionando en vacio.

Los Grises cercaron al baron por tres lados, pero tuvieron que detenerse. Uno de ellos tuvo la mala fortuna de ponerse de espaldas a Rumata, el cual lo cogio por el cuello por encima de la mesa, lo volteo de espaldas sobre un plato lleno de sobras, y le golpeo con el filo de la mano un poco mas abajo de la oreja. El Gris solto un grunido de cerdo, cerro los ojos y quedo como muerto. El baron, al darse cuenta de lo que ocurria, grito:

— ?Acabad con el, Don Rumata! ?Yo acabo con los

otros!

Rumata empezo a temer que el baron matase realmente a los demas, por lo que se dirigio a los Grises y grito:

— ?Oid! ?Para que vamos a aguarnos la fiesta mutuamente? Vais a salir perdiendo de todos modos, asi que ?tirad las armas y largaos antes de que sea tarde!

— ?En absoluto! — aullo el baron -. ?Yo quiero batirme! ?Batios, mal rayo os parta! — y arremetio contra los Grises, haciendo girar cada vez mas aprisa su mandoble. Los otros comenzaron a retroceder, cada vez mas palidos. Se notaba que nunca habian visto un helicoptero. Rumata salto al otro lado de la mesa.

— Esperad, amigo — le dijo al baron -. ?Que necesidad tenemos de renir con esa gente? ?Realmente os molestan tanto? Pues dejad que se vayan, y en paz.

— Sin armas no podemos irnos — dijo quejumbrosamente uno de los tenientes -. Estamos de patrulla, y esto nos costaria caro.

— ?Pues que el diablo os lleve, marchaos con ellas! — autorizo Rumata -. Envainad los aceros, poned las manos detras de la cabeza y… ?largo, y de uno en uno!

— ?Pero como vamos a salir si ese noble Don no nos deja pasar?

— ?Ni os dejare! — aullo el baron.

Los jovenes aristocratas se echaron a reir a carcajadas.

— Bueno — intervino Rumata -, yo sujetare al baron mientras. Pero salid aprisa, no voy a poder contenerlo mucho tiempo. ?Eh, los de la puerta, dejad libre el paso!

Dicho esto, sujeto al baron por su ancha cintura y le dijo en voz baja:

— Olvidais una cosa muy importante, mi noble amigo. La espada que teneis en vuestras manos tan solo fue utilizada por vuestros antepasados en acciones nobles, y este es el motivo de su inscripcion: Nunca me sacaras en las tabernas.

A la cara del baron, que seguia remolineando su espada, afloraron sintomas de duda.

— Pero no tengo otra espada a mano — arguyo con incertidumbre.

— ?Tanto peor para vos!

— ?Lo creeis realmente?

— ?Por supuesto! ?Aunque vos deberiais saberlo mejor que yo!

— Si — dijo finalmente el baron -. Llevais razon. — Luego presto atencion al movimiento de sus manos y agrego -: Pero sabed, Don Rumata, — que puedo permanecer asi tres o cuatro horas, dandole vueltas a la espada, sin cansarme en absoluto. ?Oh, si ella me viese ahora!

— No os aflijais — le consolo Rumata -. Os prometo que se lo contare todo.

El baron suspiro y bajo el mandoble. Los Grises se apresuraron a buscar el camino hacia la salida, encogidos. El baron siguio con la vista su retirada.

— No se, no se — murmuro, indeciso -. ?Os parece que he hecho bien no despidiendolos a puntapies?

— Habeis actuado correctamente — aseguro Rumata.

— Bueno, ?que le vamos a hacer? — se lamento el baron, envainando de nuevo la espada -. Ya que no hemos conseguido renir, por lo menos comeremos y beberemos un poco.

El teniente Gris al que Rumata habia tendido sobre el plato seguia alli, sin recobrar el conocimiento. El baron lo cogio por una pierna y lo echo a un lado como si fuera un trapo. Luego grito:

— ?Eh, tabernera! ?Trae mas vino y mas comida!

Los jovenes aristocratas se acercaron al baron y lo felicitaron respetuosamente por su victoria.

— Esto no es nada — dijo el amablemente -. Seis blandos y ruines bravucones, cobardes como todos los tenderos. En La Herradura de Oro fueron mas de veinte los que puse en fuga. Y tuvieron suerte — prosiguio, dirigiendose a Rumata — de que no llevara en aquel momento mi espada de combate. Si no, me hubiera olvidado de todo y la habria desenvainado… Claro que La Herradura de Oro no es una taberna, sino tan solo un albergue…

— En algunas espadas puede leerse tambien: Nunca me sacaras en los albergues. — Dijo Rumata.

La sirvienta trajo nuevos platos de carne y mas jarras de vino. El baron se preparo a reanudar su tarea. — Por cierto — dijo Rumata -, ?quienes eran aquellos tres prisioneros que decis liberasteis en La Herradura de Oro?

— ?Que yo libere? — el baron dejo de comer y miro a Rumata -. Mi querido amigo, por lo visto me he expresado mal. Yo no libere a nadie. Su arresto es cuestion de Estado, de modo que ?por que tenia yo que liberarles? Pero uno de ellos era un noble Don y evidentemente bastante cobarde, y los otros dos eran un criado y con toda evidencia un instruido…

— Si, entiendo… — dijo Rumata, sintiendose apesadumbrado.

De pronto, el baron se puso rojo y sus ojos se desencajaron.

— ?Otra vez? — bramo.

Rumata se giro para ver lo que ocurria. En la puerta estaba Don Ripat. El baron se puso en pie y derribo el banco y uno de los platos. Don Ripat miro significativamente a Rumata y salio.

— Perdonad, baron — dijo Rumata, levantandose -. Se trata del servicio al Rey.

— ?Oh! — exclamo el baron, desilusionado -. Lo siento. Os juro que por nada del mundo entraria en este servicio.

Rumata salio de la parte «limpia». Don Ripat estaba esperando al lado mismo de la puerta.