Viernes o Los limbos del Pac?fico - Tournier Michel. Страница 35
Por el lado de la costa, un gran pajaro de color oro viejo, de forma romboidal, se balanceaba caprichosamente en el cielo. Viernes, cumpliendo su misteriosa promesa, hacia volar a Andoar.
Despues de haber atado tres varitas de junco en forma de cruz, con dos brazos desiguales y paralelos, habia vaciado una ranura en cada una de sus secciones y habia hecho pasar por alli una tripa seca. Despues habia sujetado aquel marco ligero y solido a la piel de Andoar, doblando y cosiendo sus bordes a la tripa seca. Uno de los extremos de la varita mas larga sostenia la parte delantera de la piel y el otro estaba recubierto por la parte caudal que colgaba en forma de trebol. Los dos extremos se hallaban reunidos por una cuerda bastante floja y a esta se unia otra cuerda con la que se sostenia y que estaba situada en un punto cuidadosamente calculado para que el carnero-volador adoptara la inclinacion adecuada que le proporcionaria la mayor fuerza ascendente. Viernes habia trabajado desde los primeros albores en aquellos ensamblajes delicados, y como soplaba a rafagas una fuerte brisa de suroeste anunciadora del tiempo seco y luminoso, el gran pajaro de pergamino, apenas terminado, se agitaba entre sus manos, como impaciente por emprender el vuelo. En la playa, el araucano habia dado gritos de alegria en el momento en que el monstruo fragil, combado como un arco, habia subido como un cohete, haciendo resonar todas sus partes libres y arrastrando una guirnalda de plumas blancas y negras.
Cuando Robinson llego para reunirse con el, se hallaba tumbado sobre la arena con las manos cruzadas bajo la nuca y la cuerda del carnero-volador anudada a su sandalia izquierda. Robinson se tendio a su lado y ambos contemplaron durante largo rato a Andoar que vivia en medio de las nubes, cediendo a bruscos e invisibles ataques, atormentado por corrientes contradictorias, debilitado por una repentina calma, pero conquistando de nuevo, en un impulso vertiginoso, toda la altura perdida. Viernes, que participaba intensamente en todas aquellas peripecias eolicas, se levanto al fin y con los brazos en cruz imitaba entre risas la danza de Andoar. Se encogia como una bola sobre la arena, luego se desplegaba, proyectando hacia el cielo su pierna izquierda, daba vueltas, vacilaba como si de pronto estuviera privado de energia, dudaba, se lanzaba de nuevo, y la cuerda atada a su sandalia era como el eje de aquella coreografia aerea, porque Andoar, fiel y lejano jinete, respondia a cada uno de sus movimientos con cabezadas, vueltas y descensos en picado.
La sobremesa estuvo dedicada a la pesca de peces voladores. La cuerda de Andoar fue sujeta a la parte trasera de la piragua, mientras que un cable de la misma longitud -unos ciento cincuenta pies aproximadamente- que partia de la cola del carnero-volador terminaba en un anzuelo que rozaba relampagueando la cresta de las olas.
Robinson remaba lentamente contra el viento, siguiendo las lagunas de la costa oriental, mientras que Viernes, sentado detras, y dandole la espalda, vigilaba las evoluciones de Andoar. Cuando un pez volador se arrojaba sobre el cebo y cerraba de manera inextricable su pico puntiagudo, erizado de dientecitos, en el anzuelo, el carnero-volador, como la boya de una cana de pescar, acusaba la captura con sus desordenados movimientos. Robinson daba entonces media vuelta y, remando en el sentido del viento, alcanzaba deprisa el cabo del sedal que Viernes recogia. Al fondo de la piragua se amontonaban los cuerpos cilindricos con los lomos verdes y los flancos plateados de los peces.
Cuando atardecio, Viernes no pudo decidirse a bajar a tierra a Andoar durante la noche. Le ato a uno de los pimenteros, donde antes habia colgado su hamaca. Andoar, como un animal domestico atado a su correa, paso de este modo la noche a los pies de su amo y le acompano tambien durante todo el dia siguiente. Pero en el transcurso de la segunda noche, el viento ceso de repente y hubo que ir a recoger al gran pajaro de oro en el centro de un campo de magnolias donde se habia posado despacito. Tras varios intentos infructuosos, Viernes renuncio a colocarle de nuevo al viento. Parecio olvidarle y se refugio en el ocio durante ocho dias. Entonces volvio a recordar la cabeza del macho cabrio que habia abandonado en un hormiguero.
Las activas y diminutas obreras rojas habian trabajado bien. De los largos pelos blancos, de la barba y de la carne no quedaba nada. Las orbitas y el interior de la cabeza habian sido perfectamente limpiadas y los musculos y los cartilagos tan perfectamente ingeridos que el maxilar inferior se desprendio del resto de la cabeza en cuanto Viernes lo toco. Era una noble cabeza de carnero con el craneo marfileno, los fuertes cuernos negros anillados y en forma de lira, lo que blandio en su brazo como trofeo. Como habia encontrado en la arena el cordoncillo de colores vivos que habia estado anudado al cuello del animal, lo ato a la base de los cuernos, junto al rodete abultado que forma el pedestal corneo alrededor de su eje oseo.
– ?Andoar va a cantar! -prometio misteriosamente a Robinson, que le miraba actuar.
Tallo entonces dos pequenas traviesas de diferente tamano en madera de sicomoro. Con la mas larga, y gracias a dos agujeros horadados en sus extremos, reunio las puntas de los dos cuernos. La mas corta fue fijada paralelamente a la primera, a la mitad de la testuz. Aproximadamente a una pulgada mas arriba, entre las orbitas, coloco una tablita de abeto cuyo borde superior llevaba doce estrechas hendiduras. Por ultimo descolgo los intestinos de Andoar que seguian balanceandose en las ramas de un arbol -delgada y seca tira curtida por el sol, y la corto en segmentos iguales de unos tres pies de largo.
Robinson le observaba todo el rato sin comprender, como habria observado el comportamiento de un insecto de costumbres complicadas e ininteligibles para un ser humano. La mayor parte del tiempo Viernes no hacia nada, y nunca el aburrimiento venia a perturbar el cielo de su inmensa e ingenua pereza. Despues, como un lepidoptero invitado por un soplo primaveral a meterse en el complejo proceso de la reproduccion, se levantaba de pronto, asaltado por una idea, y se absorbia, sin moverse del sitio, en ocupaciones cuyo sentido permanecia oculto durante mucho tiempo, pero que por lo general se relacionaba de algun modo con las cosas del aire. A partir de ese momento su fatiga y su tiempo no contaban ya, su paciencia y su atencion no tenian limites. Asi Robinson pudo verle durante doce dias tender entre las dos traviesas de madera, con la ayuda de unos pasadores, los doce trozos de intestino seco que podian guarnecer los cuernos y la frente de Andoar. Con un sentido innato de la musica, las afinaba no a la tercera o a la quinta, como las cuerdas de un instrumento ordinario, sino o bien al unisono, o bien a la octava, para que pudieran resonar todas juntas sin discordancia. Porque no se trataba de una lira o de una citara, que el mismo iba a puntear, sino de un instrumento elemental, un arpa eolia, que solamente seria tocada por el viento. Las orbitas hacian de oidos ( [3] ) abiertos en la caja de resonancia del craneo. Para que el mas debil soplo repercutiera en las cuerdas, Viernes fijo a una y otra parte de la cabeza las alas de un buitre y Robinson se pregunto donde habria podido encontrarlas, ya que aquellos animales le habian parecido siempre invulnerables e inmortales. Luego el arpa eolia hallo su lugar entre las ramas de un cipres muerto que erguia su delgada silueta en medio de la maleza, en un emplazamiento expuesto a toda la rosa de los vientos. Nada mas instalada, emitio un sonido aflautado, gracil, quejumbroso, aunque el tiempo era calmo en aquel instante. Viernes se concentro durante mucho rato en la audicion de aquella musica funebre y pura. Al final, con una mueca de desden, levanto los dedos en direccion a Robinson, queriendole indicar con aquel gesto que solo dos de las cuerdas habian vibrado.
Viernes habia vuelto a sus siestas y Robinson a sus ejercicios solares cuando Andoar dio al fin toda su medida. Una noche, Viernes fue a tirar de los pies a Robinson, que al final habia elegido como domicilio las ramas de la araucaria, en la que se habia preparado un refugio con un techado de corteza. Se habia levantado una tormenta, trayendo a su paso una ola de calor que cargaba el aire de electricidad sin prometer la lluvia. Impulsada como un disco, la luna llena atravesaba jirones de nubes descoloridas. Viernes arrastro a Robinson hacia la silueta esqueletica del cipres muerto. Mucho antes de divisar el arbol, Robinson creyo oir un concierto celeste donde se mezclaban las flautas y los violines. No se trataba de una melodia de esas cuyas sucesivas notas arrastran al corazon en su cadencia y le imprimen su impulso. Era una nota unica -pero rica, de infinitos armonicos- que marcaba en el alma un definitivo influjo, un acorde formado de componentes innumerables, cuya sostenida potencia tenia algo de fatal y de implacable que fascinaba. El viento redoblaba su violencia cuando los dos companeros llegaron a la proximidad del arbol cantor. Anclado en su mas elevada rama, el carnero-volador vibraba como una piel de tambor, a veces detenido en una trepidante inmovilidad y a veces lanzandose a furiosas embestidas. Andoar volador acompanaba a Andoar cantor y parecia que simultaneamente cuidaba de el y le amenazaba. Bajo la luz cambiante de la luna, las dos alas de buitre se abrian y se cerraban espasmodicamente a ambos lados del craneo y le prestaban una vida fantastica, acorde con la tempestad. Y por encima de todo aquel bramido potente y melodioso, musica verdaderamente elemental , inhumana, que era a la vez la voz tenebrosa de la tierra, la armonia de las esferas celestes y la queja ronca del gran cabron sacrificado. Apretados el uno contra el otro, al abrigo de una roca saliente, Robinson y Viernes perdieron en seguida la conciencia de si mismos en la grandeza del misterio en que comulgaban los brutos elementos. La tierra, el arbol y el viento celebraban al unisono la apoteosis de Andoar.
Las relaciones entre Robinson y Viernes se habian hecho mas profundas y humanizadas, pero tambien se habian complicado y era preciso que no se interpusieran nubes. En otra epoca -antes de la explosion- realmente no podia haber disputa entre ellos. Robinson era el amo; Viernes no tenia mas que obedecer. Robinson podia reprender o incluso pegar a Viernes. Ahora que Viernes era libre e igual a Robinson, podian enfadarse el uno con el otro.
Es lo que ocurrio un dia en que Viernes preparo en una concha enorme rodajas de serpiente con una guarnicion de langostas. Por otro lado, desde hacia ya varios dias irritaba a Robinson. Nada mas peligroso que la irritacion cuando hay que vivir a solas con alguien. Es la dinamita que hace estallar a las parejas mas unidas. Robinson habia tenido la vispera una indigestion de filetes de tortuga con arandanos. ?Y mira por donde Viernes le ponia ante las narices aquel guisado de piton e insectos! Robinson tuvo un pronto y de una patada tiro la gran concha con todo su contenido y la hizo rodar por la arena. Viernes, furioso, la recogio y la blandio con las dos manos sobre la cabeza de Robinson. ?Iban a pelearse los dos amigos? ?No! ?Viernes se largo!
[3] Cada una de las aberturas que tienen en la tapa los instrumentos de arco. (N. de laT.)