La Joven De Las Rosas - Kretser Michelle de. Страница 21
El reloj de la repisa de la chimenea da la hora. Pronto Jacques llegara con su digestif y algo que comer, algo… pequeno y delicioso.
Segrega saliva anticipadamente.
Se inclina una vez mas sobre sus libros y papeles. Cuando la puerta se abre, dice:
– ?Sabias que antano las grandes aves se servian enteras, con todas sus plumas? Para los grandes banquetes era habitual arrancar la piel del ave sin rasgarla, tarea endiabladamente peliaguda, diria yo. Se asaba el ave a fuego lento y, una vez hecha, volvia a envolverse en su piel y se llevaba a la mesa. Me cuesta creer que eso mejorara el sabor ya dudoso, imagino, de los cisnes, ciguenas y garzas.
– Repugnantes criaturas grandes. ?Por que querrian comerlas pudiendo saborear un bonito y delicioso zorzal?
– Eres un producto ejemplar de nuestros tiempos, Jacques. Hasta hace un par de siglos que las grandes aves de rapina no cayeron en desgracia y la gente empezo a comer becadas, currucas, zorzales, alondras y hortelanos. En mi opinion, la sustitucion de las aves grandes y decorativas por las pequenas y sabrosas senala el cambio de la preocupacion de nuestros antepasados por el aspecto de un plato a nuestra preocupacion por su sabor.
– Berthe se toma muchas molestias con la masa. No creo que le gustara oirle decir lo contrario.
– Ya lo creo, ya lo creo; los crujientes esfuerzos de Berthe son deliciosos. Pero ella no anade colorantes incomestibles como lapislazuli en polvo u hojas de estano, y cuanto mejor. Eso es lo que habria hecho su bisabuela, con el unico objeto de conseguir un plato visualmente asombroso. Hoy dia discriminamos entre la salsa marron y la blanca o entre las grosellas rojas y las verdes porque apreciamos por encima de todo su distinto sabor, y el placer visual que puedan proporcionarnos es una consideracion secundaria. Me atreveria a sugerir que la importancia que hoy se da al gusto en un sentido literal corre parejo con nuestros debates sobre arte y literatura en la creciente preocupacion por el buen o mal gusto en lo figurativo. Escucha esto…
Revuelve entre el desorden de su escritorio, da la vuelta a un pisapapeles de laton, esparce un fajo de papeles, encuentra el volumen que busca…
– Aqui tienes a Voltaire: «Del mismo modo que el mal gusto en el sentido fisico consiste en recrearse unicamente en un exceso de condimentos o en condimentos demasiado fuertes, el mal gusto en las artes esta en recrearse unicamente en el ornamento afectado y no responder a la belleza natural». -Satisfecho, levanta la mirada hacia Jacques-. ?Que te parece?
– No veo como puede saber eso acerca de la bisabuela de Berthe cuando la abandonaron en el porche de la iglesia del pueblo siendo un bebe… Me lo dijo ella misma.
Por un instante, Saint-Pierre se queda atonito. Luego rie y cierra el libro.
– Los historiadores se olvidan de lo que interesa a la gente -dice-, por eso la mayor parte de la historia es un toston.
Por toda respuesta, Jacques deja en el escritorio un plato con un dibujo rosa y dorado, un superviviente de la vajilla de Sevres.
– Blancmange -anuncia-, Blancmange blanca con salsa de frambuesas roja.
Saint-Pierre se inclina hacia delante.
Se lleva a los labios una temblorosa cucharada.
Abre la boca.
Cierra los ojos.
7
El chico que hacia recados a Joseph le trajo la noticia de que Luzac habia sido elegido alcalde y Ricard tenia un cargo en el ayuntamiento. Despues de dias lloviznando, la combinacion de la buena noticia y el sol de junio fue irresistible. Por una vez, la sala de espera estaba vacia. ?Por que no?, penso, y cerro con llave la puerta antes de cambiar de opinion.
Se sentia alegre y lleno de buena voluntad; exactamente igual que aquella ocasion en que habia salido a dar una vuelta en barca en lugar de quedarse estudiando para un examen. ?Como se llamaba ese estudiante suizo con la mancha de nacimiento roja en el cuello que se habia caido al agua y despues casi murio de fiebres?
Un gato rayado que dormitaba en un muro al sol ronroneo cuando le hizo cosquillas en las orejas. Pensaba en una chica que olia a violetas y cebollas, como habia apagado de un soplo la vela de su mesilla de noche. Silbo de forma poco melodiosa y un canario en un balcon le devolvio el silbido.
La charcuteria de Ricard estaba en una de las pocas calles respetables de Lacapelle, un vecindario donde vivian y hacian compras los artesanos y comerciantes. Joseph paso por delante de una ferreteria y una confiteria, ambas cerradas porque era mediodia, descanso que duraba hasta las tres y media. Dos ninas, con vestidos identicos, jugaban con un aro en la calle. En sus miembros solidos y el color de su tez y su pelo no vio rastro de Lisette; aunque tal vez los cabellos color zanahoria de la mas pequena tenian tendencia a ensortijarse. Les sonrio y ellas se quedaron mirandole con los ojos azul mate de su padre. La charcuteria tambien seguia cerrada. Pero la joven sentada en el escalon, vigilando con apatia a las ninas mientras desvainaba guisantes en un cuenco de esmalte azul, le aseguro que la familia hacia rato que habia terminado de comer y fue a buscar a su senora. Fue Ricard, sin embargo, quien aparecio en el callejon cubierto que corria paralelo a la tienda, llenando el estrecho espacio con sus anchos hombros. Recibio la enhorabuena de Joseph con una amplia sonrisa e insistiendo en que pasara y brindara por la ocasion.
Dentro, el olor a guiso era abrumador. Se hizo aun mas intenso cuando siguio a Ricard por un estrecho pasillo de baldosas verdes y blancas hasta la trastienda. Pero la habitacion en si era bastante agradable: habia un jarron verde con flores amarillas en la mesa, cubierta con un hule marron oscuro; las paredes estaban empapeladas, como se habia puesto de moda recientemente, a rayas amarillas y verdes. En una esquina relucia un busto de yeso… ?de Casio?, uno de esos republicanos de la Antiguedad que volvian a estar de moda. El entarimado del suelo, el hule y el aparador de nogal brillaban. Si la familia habia almorzado alli, no habia rastro de comida: ni una miga o mancha en la mesa.
Ricard le contaba con despreocupado orgullo que la mayor parte de la comida que vendian en la tienda la producian ellos. Se acerco cojeando a otra puerta abierta y se hizo a un lado para que Joseph echara un vistazo dentro. La pared del fondo de la enorme cocina estaba ocupada por un enorme fogon de hierro forjado. Vio tenedores de mango largo, cuchillos, una coleccion de sartenes, una palangana llena hasta el borde de un liquido oscuro, la superficie de una mesa enorme cubierta de marcas, un tarro de grasa dorada, baldosas del color de la sangre seca, dos cubos junto a la puerta que daba al patio. Un muchacho alto con fuerte acne estaba de pie ante la mesa metiendo mantequilla salpicada de perejil en el caparazon de un caracol.
Ricard cortaba en lonchas una salchicha seca de grano grueso y las dejaba en un plato. La habia hecho el, dijo, con cerdo, beicon, sal y pimienta verde, todo embutido a mano en la piel de la salchicha; Joseph tenia que probarla. Tambien tenia un jamon cocinado au foin especialidad de la casa: solo la parte superior de la pata de cerdo, que se dejaba cuatro dias en salmuera, se envolvia en una mezcla de pipirigallo seco y clavo, y se cocinaba en un courtbouillon. Era el mejor jamon de todo Castelnau, podia asegurarselo.
La cocina estaba todo lo impecable que podia estar un lugar, y por la puerta del patio entraba aire fresco. Sin embargo, el calor era terrible y el olor insoportable. Joseph entonces creyo entender por que Lisette estaba tan delgada; el mismo perderia el apetito si se sentara cada dia a comer con ese olor en las fosas nasales. No era de extranar que fregase las habitaciones como quien elimina el rastro de un crimen. Murmuro las palabras de admiracion que se esperaban de el y, aceptando el plato que le ofrecia, se alegro cuando por fin se cerro la puerta de ese lugar infernal.
El carnicero saco dos vasos y una botella de un liquido incoloro del aparador. Licor de ciruela, dijo, hecho por su madre, que vivia con su hija casada en un pueblo una legua al sur. Tenia la camisa arremangada, dejando al descubierto unos antebrazos musculosos que terminaban en manos delgadas y bien moldeadas, como si se hubiera despertado con prisas y puesto en las munecas el par que no debia.
Entrechocaron los vasos y bebieron por la Revolucion. Joseph bebio de un trago el licor y jugueteo con sus lentes mientras Ricard volvia a llenarle el vaso. Pero el carnicero solo comento que tenian bastantes motivos para estar de celebracion.
– No hace ni dos meses que yo estaba en prision y Castelnau pertenecia a Caussade.
Bebieron cada uno a la salud del otro. Esta vez Joseph lo hizo circunspecto, luego senalo con el vaso la cicatriz roja que su amigo tenia sobre el ojo izquierdo.
– ?Estas totalmente recuperado? ?No tienes dolores de cabeza? -Pregunto seguro de la respuesta, pero queriendo oirla de todos modos.
Ricard se llevo una mano a la cicatriz.
– Me olvido de que esta ahi. -Sacando la pipa y el tabaco, sonrio a Joseph-. Por lo que tengo que estarte agradecido.
– Olvidalo -dijo, encantado-, era una herida poco profunda. Se habria cerrado de todos modos. -Movio en sentido circular el contenido de su copa-. Lo de Luzac si que fue por poco. El hueso se hizo anicos, y si la gangrena se hubiera extendido… -Comio algo de jamon; era realmente delicioso.
Al cabo de un rato, Ricard dijo:
– Luzac habra perdido en brazos, pero ha logrado enriquecerse en otros sentidos. -Y ante la mirada de incomprension de Joseph-: ?No lo sabes? Ha comprado las granjas y todas las tierras que pertenecian al convento. ?Por que crees que recriminaba furioso a Caussade que pospusiera la venta?
– Bueno… porque es contrarrevolucionario.
– La gente como Luzac solo ve la Revolucion como una oportunidad unica para hacer negocios. Tambien esta comprando las tierras de Caussade.
– Pero yo creia que Luzac estaba de nuestra parte -solto Joseph. Se bebio su licor de ciruela desafiante cuando Ricard sonrio.
El carnicero se inclino hacia delante.
– Tienes toda la razon, y no esta bien que me ria. Es el licor, ?sabes?, no tengo cabeza para el, y menos al mediodia.
Siguio un rato de silencio. Luego Joseph dijo:
– Todo era mas sencillo hace dos anos, ?verdad? -Preguntandose si eso tambien era ingenuo, se arriesgo a mirar los ojos azules de Ricard.
– Si, pero el ochenta y nueve solo fue el comienzo. Cuando las cosas se ponen dificiles es facil que un hombre se extravie. Si el objetivo a conseguir merece la pena, la lucha tiene que ser forzosamente larga y complicada. -Ricard hablaba a menudo en voz baja, incluyendote en la intimidad de sus pensamientos.