Samarcanda - Maalouf Amin. Страница 43
Xirin se mostraba exultante: «El viernes pasado», seguia escribiendo, «algunos jovenes mollahs intentaron provocar un alboroto en el bazar. Calificaban a la Constitucion de innovacion heretica y querian incitar a la gente a manifestarse ante el Baharistan, sede del Parlamento. Sin exito. Por mas que se desganitaban, los ciudadanos permanecian indiferentes. De vez en cuando un hombre se detenia, escuchaba un retazo de arenga y luego se alejaba encogiendose de hombros. Al fin llegaron tres ulemas, entre los mas venerados de la ciudad, que, sin miramientos, invitaron a los predicadores a volver a sus casas por el camino mas corto y sin levantar los ojos por encima de sus rodillas. Apenas me atrevo a creerlo, el fanatismo ha muerto en Persia».
Utilice esta ultima frase como titulo de mi mejor articulo. La princesa me habia contagiado de tal modo su entusiasmo que mi texto fue un verdadero acto de fe. El director de la «Gazette» me recomendo ponderacion pero, a juzgar por el numero de cartas que recibi, los lectores aprobaron mi vehemencia.
Una de ellas estaba firmada por un tal Howard C.Baskerville, estudiante de la Universidad de Princeton Nueva Jersey. Acababa de obtener su diploma de Bachelor of Arts y deseaba ir a Persia para observar de cerca los acontecimientos que yo describia. Una de sus frases impresiono: «Tengo la profunda conviccion, en este comienzo de siglo, de que si Oriente no consigue despertarse, pronto Occidente no podra dormir mas.» En mi respuesta le animaba a hacer ese viaje, prometiendo proporcionarle, cuando estuviera decidido a ello, los nombres de algunos amigos que podrian ayudarle.
Algunas semanas mas tarde, Baskerville vino hasta Annapolis para anunciarme de viva voz que habia obtenido un puesto de maestro en la Memorial Boys’ School de Tabriz, dirigida por la Mision presbiteriana americana; ensenaria a los jovenes persas el ingles y las ciencias. Se marchaba enseguida y solicitaba consejos y recomendaciones. Le felicite calurosamente y, sin refleMonar demasiado, le prometi pasar a verlo si volvia a Persia.
No pensaba ir tan pronto. No eran deseos lo que me faltaba, pero dudaba aun de hacer ese viaje a causa de las falaces acusaciones que pesaban sobre mi. ?No era el presunto complice en el asesinato de un rey? A pesar de los vertiginosos cambios sobrevenidos en Teheran, temia que, en virtud de alguna orden polvorienta, me detuvieran en la frontera sin que pudiera alertar a mis amigos o a mi Legacion.
Sin embargo, la partida de Baskerville me incito a efectuar algunas gestiones para regularizar mi situacion. Habia prometido a Xirin no escribirle nunca y, como no queria arriesgarme a ver interrumpida su correspondencia, me dirigi a Fazel, cuya influencia, lo sabia, se afirmaba cada dia mas. En la Asamblea Nacional, donde se tomaban las grandes decisiones, era el mas escuchado de los diputados.
Su respuesta me llego tres meses mas tarde, amistosa, calida y sobre todo acompanada de un papel oficial, que llevaba el sello del Ministerio de justicia, precisando que estaba exculpado de toda sospecha de complicidad en el asesinato del antiguo shah; en consecuencia estaba autorizado a circular libremente por todas las Provincias de Persia.
Sin esperar mas, me embarque para Marsella y de alli para Salonica, Constantinopla y luego Trebisonda, antes de rodear, montado en una mula, el monte Ararat hasta Tabriz.
Llegue un caluroso dia de junio. Apenas tuve tiempo para instalarme en el caravasar del barrio armenio cuando ya el sol estaba a ras de los tejados. Sin embargo, tenia interes por ver a Baskerville lo antes posible y con esa intencion acudi a la Mision presbiteriana, un edificio bajo pero extendido, recien pintado de blanco resplandeciente en un bosque de albaricoqueros. Dos humildes cruces sobre la verja, y en el tejado, encima de la puerta de entrada, una bandera estrellada.
Un jardinero persa vino a mi encuentro para conducirme al despacho del pastor, un individuo corpulento, barbudo y pelirrojo con aspecto de hombre de mar, que me dio un apreton de manos firme y hospitalario. Antes incluso de invitarme a tomar asiento, me propuso albergarme lo que durara mi estancia.
– Tenernos siempre una habitacion preparada para los compatriotas que nos dan la sorpresa de su visita y rato nos honran con ella. No le estoy dando un trato especial, solo sigo la costumbre establecida desde la fundacion de esta Mision.
Me excuse lamentandolo sinceramente.
– Ya he dejado mi maleta en el caravasar y tengo pensado proseguir mi camino hacia Teheran pasado manana.
– Tabriz se merece mas que una visita precipitada, ?Como puede usted venir hasta aqui y no perderse dia o dos por los dedalos del mayor bazar de Oriente, no contemplar las ruinas de la mezquita Azul mencionada en Las mil y una noches ? En nuestros dias, los viajeros tienen demasiada prisa, prisa por llegar, por llegar a toda costa, pero no se llega solamente al final del camino. En cada etapa se llega a alguna parte, a cada paso se puede descubrir una cara oculta de nuestro planeta, basta con mirar, con desear, con creer, con amar.
Parecia sinceramente desolado al verme tan mal viajero. Me senti obligado a justificarme.
– El caso es que tengo un trabajo urgente en Teheran. He dado un rodeo por Tabriz solo para ver a un amigo que ensena aqui, Howard Baskerville.
La sola mencion de ese nombre enrarecio la atmosfera. Puso fin a la jovialidad, a la animacion y al reproche paternal y solo quedo una mirada confusa que juzgue, incluso, huidiza. Un pesado silencio y luego:
– ?Es usted amigo de Howard?
– En cierto sentido, soy responsable de su venida a Persia.
– ?Gran responsabilidad!
En vano busque en sus labios una sonrisa. Subitamente me parecio abrumado y envejecido, con los hombros caidos y una mirada que se volvio casi suplicante,
– Dirijo esta Mision desde hace quince anos, nuestra escuela es la mejor de la ciudad y me atrevo a creer que nuestra obra es util y cristiana. Aquellos que toman parte en nuestras actividades tienen empeno en el progreso de esta region, si no, creame, nada les obligaria a venir desde tan lejos para enfrentarse con un medio a menudo hostil.
No tenia ninguna razon para dudar de ello, pero la vehemencia que el hombre ponia en defenderse me molestaba. Solo estaba en su despacho desde hacia algunos minutos, no le habia acusado de nada, no le habia pedido nada. Me contente, pues, con asentir cortesmente con la cabeza. El prosiguio:
– Cuando un misionero da muestras de indiferencia frente a las desgracias que abruman a los persas, cuando un maestro no siente ninguna alegria ante los progresos de sus alumnos, le aconsejo encarecidamente que regrese a los Estados Unidos. Puede suceder que el entusiasmo decaiga, sobre todo entre los mas jovenes. ?Hay algo mas humano?
Terminado este preambulo, el reverendo callo. Sus gruesos dedos agarraban nerviosos su pipa. Parecia tener dificultad en encontrar las palabras. Crei mi deber facilitarle la tarea. Y adoptando un tono de lo mas indiferente, dije:
– ?Quiere decir que Howard se ha desanimado despues de algunos meses, que su pasion por Oriente se ha revelado pasajera?
Se sobresalto.
– ?Dios mio, no, no Baskerville! Trataba de explicarle lo que sucede a veces con algunos de nuestros neofitos. Con su amigo ha sucedido a la inversa y estoy mucho mas preocupado. En cierto sentido es el mejor maestro que jamas hayamos contratado, sus alumnos hacen progresos prodigiosos, para sus padres no hay otro igual y la Mision nunca ha recibido tanto regalos, corderos, gallos, dulces, todo en honor de Baskerville. El drama con respecto a el es que se niega a comportarse como un extranjero. Si se divirtiera vistiendose a la manera de la gente de aqui, alimentandose de polow y saludandome en el dialecto del pais, me habria contentado con sonreir. Pero Baskerville no es hombre que se detenga en las apariencias. Se ha lanzado desenfrenadamente a la lucha politica en clase, elogia a la Constitucion, anima a sus alumnos a criticar a los rusos, a los ingleses, al shah y a los mollahs retrogrados. Sospecho, incluso, que es lo que aqui se llama un «hijo de Adan», es decir, un miembro de las sociedades secretas.
Suspiro.
– Ayer por la manana tuvo lugar una manifestacion ante nuestra verja, dirigida por dos de los mas eminentes jefes religiosos, para exigir la partida de Baskerville o, en lugar de ello, el cierre puro y simple de la Mision. Tres horas mas tarde, otra manifestacion se desarrollaba en el mismo lugar para aclamar a Howard y exigir que se le mantuviera en su puesto. Comprendera que si se prolonga semejante conflicto no podremos permanecer en esta ciudad por mucho tiempo.
– Supongo que ya ha hablado usted de ello con Howard.
– Cien veces y en todos los tonos. Invariablemente responde que el despertar de Oriente es mas importante que la suerte de la Mision, que si la revolucion constitucional fracasara nos obligarian de todas maneras a partir. Por supuesto, siempre puedo poner fin a su contrato, pero ese acto solo suscitara incomprension y hostilidad por parte de los que, entre la poblacion, nos han apoyado siempre. La unica solucion seria que Baskerville aplacara sus fervores. ?Quiza pueda usted hacerle entrar en razon?
Sin comprometerme formalmente a semejante empresa, pedi ver a Howard. Un fulgor de triunfo ilumino subitamente la barba pelirroja del reverendo, que se levanto de un salto.
– Sigame -dijo-, voy a mostrarle a Baskerville, creo saber donde esta. Contemplelo en silencio, comprendera mis razones y compartira mi desasosiego.