Samarcanda - Maalouf Amin. Страница 45

XXXVII

A l anochecer, en el bazar de Tabriz, pocos tenderetes siguen abiertos, pero las calles estan animadas: los hombres hacen tertulia en los cruces de las calles, corros de sillas de rejilla, corros de kalyan cuyo humo expulsa poco a poco los mil olores del dia. Ajuste mi paso al de Howard. Torcia de una callejuela a otra sin una mirada de duda; de vez en cuando se detenia para saludar al padre de un alumno, por todas partes los chiquillos interrumpian sus juegos y se apartaban a su paso.

Al fin llegamos ante un porton devorado por la herrumbre. Mi companero lo empujo y atravesamos un jardincillo cubierto de maleza, hasta una casa de tierra cuya puerta, despues de siete golpes secos, se abrio chirriante ante una espaciosa habitacion iluminada por una hilera de faroles colgados del techo, que se balanceaban sin cesar a merced de una corriente de aire. Las personas presentes debian de estar acostumbradas, pero yo tuve de pronto la impresion de haberme subido a bordo de una endeble barquichuela. No lograba fijar la mirada en ningun punto de rostro alguno y sentia la necesidad apremiante de tumbarme y cerrar los ojos unos instantes. Pero el recibimiento se eternizaba. En la reunion de los «hijos de Adan», Baskerville no era un desconocido; su llegada provoco revuelo, y, por haberle acompanado, tuve derecho a fraternales abrazos, debidamente repetidos cuando Howard revelo que yo era la causa de su venida a Persia.

Cuando crei que habia llegado el momento de sentarme y apoyarme, al fin, contra la pared, un hombre alto se levanto al fondo de la habitacion. Una larga capa blanca que le caia desde los hombros le designaba, sin lugar a error, como el personaje eminente de la asamblea. Dio un paso hacia mi:

– ?Benjamin!

Me levante, di dos pasos, me frote los ojos. ?Fazel! Caimos en brazos uno del otro con una palabrota de sorpresa.

Para explicar esta efusion, poco conforme con su temperamento, lanzo dirigiendose a sus camaradas:

– El senor Lesage era amigo de Sayyid Yamaleddin.

Al instante deje de ser un visitante notable para convertirme en monumento historico o santa reliquia; ya solo se me acercaban con una veneracion embarazosa.

Presente a Howard a Fazel pues solo se conocian de nombre; este ultimo no habia venido desde hacia mas de un ano, a pesar de que Tabriz era su ciudad natal. Por otra parte, su presencia esa noche entre esas paredes mugrientas, bajo esas luces bamboleantes, tenia algo de insolita y de inquietante. ?No era uno de los guias de los parlamentarios democratas, un pilar de la revolucion constitucional? ?Era el momento adecuado de alejarse de la capital? Estas fueron las preguntas que le hice. Parecio incomodo. Sin embargo, yo habia hablado en frances y en voz baja. Miro furtivamente a sus vecinos y luego, por toda respuesta, me dijo:

– ?Donde te alojas?

– En el caravasar del barrio armenio.

– Ire a verte esta noche.

Hacia la medianoche nos reunimos seis personas en mi habitacion. Baskerville y yo, Fazel y tres de sus companeros, que me presento unica y apresuradamente, secreto obliga, por sus nombres, omitiendo el apellido.

– En la sede del anyuman me preguntaste por que estaba aqui y no en Teheran. Pues bien, porque la capital esta ya perdida para la Constitucion. No podia anunciarlo en estos terminos a treinta personas. Habria provocado el panico. Pero es la verdad.

Estabamos todos demasiado consternados para reaccionar. Fazel explico:

– Hace dos semanas vino a verme un periodista de San Petersburgo, corresponsal del Ryech . Se llama Panoff, pero firma con el seudonimo «Tane».

Yo habia oido hablar de el. Sus articulos se citaban a veces en la prensa de Londres.

– Es una social-democrata -prosiguio Fazel-, un enemigo del zarismo. Pero al llegar a Teheran, hace unos meses, consiguio ocultar sus convicciones, se las arreglo para tener acceso a la Legacion rusa y, no se por que casualidad, por que estratagema, pudo apoderarse de unos documentos comprometedores: un proyecto de golpe de Estado que ejecutarian los cosacos para imponer de nuevo la monarquia absoluta. Todo estaba ahi escrito con pelos y senales. Soltarian a la chusma en el bazar para socavar la confianza de los comerciantes en el nuevo regimen; algunos jefes religiosos debian dirigir suplicas al shah para pedirle que aboliera la Constitucion, supuestamente contraria al Islam. Por supuesto, Panoff se arriesgaba trayendome estos documentos. Yo se lo agradeci e inmediatamente pedi una reunion extraordinaria del Parlamento. Despues de exponer los hechos con todo detalle, exigi la destitucion del monarca, su sustitucion por uno de sus jovenes hijos, la disolucion de la brigada de los cosacos y el arresto de los religiosos involucrados. Varios oradores se sucedieron en la tribuna para expresar su indignacion y apoyar mis propuestas.

De pronto un ujier vino a informarnos que los ministros plenipotenciarios de Rusia e Inglaterra se encontraban en el edificio y tenian una nota urgente que transmitirnos. La sesion se suspendio y el Presidente del Majlis y el Primer Ministro salieron; volvieron palidos como cadaveres. Los diplomaticos habian venido a advertirles que si el shah era destituido, las dos potencias se verian en la lamentable obligacion de intervenir militarmente. ?No solamente se disponian a estrangularnos, sino que incluso nos prohibian defendernos!

– ?Por que ese ensanamiento? -interrogo Baskerville, aterrado.

– El zar no quiere una democracia en sus fronteras, la palabra Parlamento le hace temblar de rabia.

– ?Pero ese no es el caso de los britanicos!

– No, ?pero si los persas lograran gobernarse como adultos, esto podria dar ideas a los indios! Inglaterra no tendria otro remedio que hacer sus maletas. Y luego esta el petroleo. En 1901, un subdito britanico, Mr. Knox d'Arcy, obtuvo, por la suma de veinte mil libras esterlinas, el derecho a explotar el petroleo en todo el Imperio persa. Hasta ahora la produccion ha sido insignificante, pero hace algunas semanas se descubrieron inmensos yacimientos en la region de las tribus bajtiaris. Sin duda habeis oido hablar de ello. Esto puede representar una importante fuente de ingresos para el pais. Por lo tanto pedi al Parlamento que revisara el acuerdo con Londres con el fin de obtener unas condiciones mas equitativas; la mayoria de los diputados estuvieron de acuerdo. Desde entonces, el ministro de Inglaterra no me ha vuelto a invitar a su casa.

– Sin embargo, fue en los jardines de su Legacion donde tuvo lugar el bast -dije pensativo.

– En esa epoca los ingleses estimaban que la influencia rusa era demasiado fuerte y que no les dejaba del pastel persa mas que la «porcion congrua»; por lo tanto, nos habian animado a protestar y nos abrieron sus jardines; se dice incluso que fueron ellos los que hicieron publicar la fotografia que comprometia a Naus. Cuando nuestro movimiento triunfo, Londres pudo obtener del zar un acuerdo de reparticion: el norte de Persia seria zona de influencia rusa, el sur seria coto vedado de Inglaterra. En cuanto los britanicos tuvieron lo que deseaban, nuestra democracia dejo subitamente de interesarles; como el zar, solo veian ya en ella inconvenientes y preferian que desapareciera.

– ?Con que derecho? -exploto Baskerville.

Fazel le dirigio una sonrisa paternal antes de reanudar su relato.

– Despues de la visita de los dos diplomaticos, los diputados se desanimaron. Incapaces de hacer frente a la vez a tantos enemigos, no encontraron nada mejor que hacer que atacar a ese pobre Panoff. Varios oradores lo acusaron de ser un falsario y un anarquista, cuyo unico objetivo seria provocar una guerra entre Persia y Rusia. El periodista habia venido conmigo al Parlamento y yo lo habia dejado en un despacho cerca de la puerta de la gran sala para que pudiera aportar su testimonio si se revelaba necesario. Pero entonces los diputados pidieron que fuera detenido y entregado a la Legacion del zar. Y se presento una mocion en ese sentido. ?Ese hombre, que nos habia ayudado contra su propio gobierno, iba a ser entregado a los verdugos! Yo, por lo general tan sereno, no pude controlarme, me subi a una silla y grite como un demente: «?Juro por la tierra que cubre a mi padre, que si se detiene a ese hombre hare un llamamiento a los “hijos de Adan” y ahogare en sangre este Parlamento! ?Ninguno de aquellos que voten esta mocion saldra vivo de aqui!» Habrian podido quitarme la inmunidad y detenerme, pero no se atrevieron. Suspendieron la sesion hasta el dia siguiente. Esa misma noche me fui de la capital para venir a mi ciudad natal, adonde he llegado hoy. Panoff me ha acompanado. Esta escondido en alguna parte de Tabriz esperando para irse al extranjero.

Nuestra conversacion se prolongo. Pronto nos sorprendio el alba; las primeras llamadas a la oracion resonaron y la luz se fue haciendo mas intensa. Discutiamos, trazabamos mil futuros sombrios y discutiamos de nuevo, demasiado agotados para detenernos. Baskerville se estiro, se interrumpio en pleno vuelo, miro su reloj y se levanto como un sonambulo, rascandose afanosamente la nuca.

– ?Las seis ya! ?Dios mio, una noche en blanco! ?Con que cara me voy a enfrentar a mis alumnos! ?Y que dira el reverendo al verme volver a estas horas!

– ?Siempre podras decir que estabas con una mujer!

Pero Howard no estaba ya de humor para sonreir.

No quiero decir que fue una coincidencia, puesto que el azar no desempena un gran papel en el asunto, pero me creo en la obligacion de senalar que en el mismo momento en que Fazel terminaba de describirnos lo que, a juzgar por los documentos birlados por Panoff, se tramaba contra la joven democracia persa, la ejecucion de un golpe de Estado habia comenzado.

En efecto, segun me entere despues, fue hacia las cuatro de la madrugada de ese miercoles 23 de junio de 1908 cuando un contingente de mil cosacos, mandados por el coronel Liakhov, avanzo hacia el Baharistan, sede del Parlamento, en el corazon de Teheran. El edificio fue cercado y sus salidas controladas. Al ver los movimientos de tropas, unos miembros de un anyuman local corrieron a un colegio cercano, donde habian instalado el telefono recientemente, para llamar a algunos diputados y ciertos religiosos democratas, como el ayatollah Belibahani y el ayatollah Tabatabay, que acudieron al lugar de los hechos antes del alba con el fin de atestiguar con su presencia su adhesion a la Constitucion. Sorprendentemente, los cosacos los dejaron pasar. Sus ordenes eran prohibir la salida, no la entrada.