Gaspar, Melchor y Baltasar - Tournier Michel. Страница 11

Despues me hizo entrar donde el vivia. De aquel lugar solo recuerdo los millares de mariposas que cubrian las paredes, protegidas en cajas planas de cristal. Me las nombro todas en una letania fantastica en la que aparecian esfinges, pavos reales, noctuelas, satiros, y aun me parece estar viendo la Gran Nacarada, la Atalanta, la Quelonia, la Urania, la Heliconia, la Nunfale. Pero mas que ninguna otra variedad me entusiasmo la de los Caballeros Abanderados, mas que por sus «sables», especie de prolongaciones finas y curvadas de las alas inferiores, por un escudo visible en el peto que reproduce un dibujo a menudo geometrico, aunque a veces sea claramente figurativo, una calavera o la cabeza de un ser vivo, un retrato, mi retrato, me aseguro Maalek, al regalarme, embutido en un bloque de berilo rosa, un Caballero Abanderado Baltasar, como lo bautizo solemnemente.

Al dia siguiente emprendi el viaje de regreso a Nippur, despues de cambiar mi caza mariposas por el Abanderado Baltasar, que apretaba bajo mi manto junto con mi bloque de mirra, dos objetos que ahora, ya con una larga perspectiva de anos, me parecen como los primeros jalones de mi destino. Porque aquel Caballero Baltasar -negro y formando aguas, con una trencilla de color malva- que llevaba esculpida y tatuada en su corneo peto una cabeza humana indiscutible, y, mas discutiblemente, la mia, por eso mismo debia convertirse en la primera victima, antes de otras muchas, del odio fanatico de los sacerdotes de Nippur. En efecto, una vez de nuevo en el palacio, mostre a todo el mundo mi adquisicion con una juvenil imprudencia, sin ver -o querer ver-que ciertas caras se ponian hoscas y hostiles, cuando yo explicaba que era mi retrato lo que exhibia en su cuerpo aquel hermoso caballero de terciopelo negro. La prohibicion de toda imagen en general, y de retratos en particular, sigue siendo un articulo de fe entre los pueblos semitas, obsesionados por el horror -?o habria que decir la tentacion?- de la idolatria. Al tratarse de un miembro de la familia reinante, un busto, un retrato, una efigie, suscita ademas la sospecha de un intento de autodivinizacion segun el modelo romano, lo cual, a los ojos de nuestro clero, equivale a la abominacion de la desolacion.

Algun tiempo despues me ausente durante tres dias para una expedicion de caza. A mi vuelta encontre mi bloque de berilo y su precioso contenido pulverizados sobre las baldosas de mi terraza, sin duda aplastados por una piedra, o, mas probablemente, por efecto de un mazazo. No consegui sacar nada de los criados, que inevitablemente habian tenido que ser testigos de esa «ejecucion». Acababa de chocar con los limites del poder real. Era la primera vez, y no seria la ultima.

Por otra parte, el enemigo no carecia de nombre ni de rostro. El gran sacerdote, un afable anciano de quien sospecho que era secretamente esceptico, por su iniciativa no se hubiera ensanado con mi colecciones. Pero a su lado habia un joven levita, el vicario Cheddad, imbuido de tradicion, puro entre los puros, ardiente defensor del dogma iconofobo. Primero por debilidad y timidez, mas tarde por calculo, siempre quise evitar chocar frontalmente con el, pero en seguida comprendi que era el enemigo irreductible de lo que para mi era lo mas valioso del mundo, la verdad es que mi verdadera razon de ser, el dibujo, la pintura y la escultura, y, lo que quiza sea aun mas grave, nunca le perdone la destruccion de mi bella mariposa, aquel Caballero Baltasar que llevaba hasta el cielo mi propio retrato grabado en su coselete. ?Ay del que hiere a un nino en lo que mas quiere! ?Que no espere que su crimen sea juzgado como infantil por el hecho de que su victima es un nino!

De acuerdo con una antiquisima tradicion familiar que sin duda se remonta a la edad de oro helenistica, mi padre me envio a Grecia. Aun antes de llegar, yo estaba tan deslumbrado por Atenas, la meta de mi viaje, que me quede como ciego durante las etapas que se sucedieron a traves de la Caldea, la Mesopotamia, la Fenicia, y en las escalas que hicimos en Atalia y en Rodas, antes de desembarcar en el Pirco. De las maravillas y las novedades que se ofrecieron a mi vista -tras la primera vez que cruzaba el mar- apenas queda nada en mi memoria, hasta tal punto es cierto que la juventud se caracteriza mas por el ardor de sus pasiones que por la apertura de su mente.

?Pero que importa! Al pisar tierra griega, poco falto para que me arrodillase y la besara. Fui completamente ciego a la ruina de esa nacion caida de su opulencia a la servidumbre y a los desgarramientos. Los templos devastados, los pedestales sin estatuas, los campos baldios, ciudades como Tebas y Argos que volvian a ser aldeas miserables, nada de todo eso existio para mis maravillados ojos. El hecho es que toda la vida, que se habia retirado de las poblaciones y de los campos, habia refluido en las dos unicas ciudades de Atenas y Corinto. Para mi, la muchedumbre sagrada de las estatuas de la Acropolis hubiera bastado para poblar aquel pais. Los Propileos, el Partenon, el Erecteion, los Erreforos, tanta gracia unida a tanta grandeza, tanta vida sensual unida a tanta nobleza, me sumieron en una especie de estupor feliz, del que aun no he salido. Descubri lo que esperaba ver desde siempre, y mi espera quedo magnificamente colmada.

Si, he seguido siendo apasionadamente fiel a la gran revelacion helenica de mi adolescencia. Despues, claro esta, he madurado, y mi vision ha madurado al mismo tiempo que yo. A medida que pasaban los anos, consideraba con cierta perspectiva el mundo encantado de marmol y de porfido que adora desde el alba al crepusculo el astro apolineo. La conclusion que se impuso dolorosamente en mi en este primer viaje fue la de que pertenecia por el alma y el corazon a esa Grecia amada, y que solo un horrible equivoco del desuno me habia hecho nacer en otro lugar. Poco a poco fui consciente y tome posesion de lo que llamare el privilegio de la lejania. El mismo desgarramiento de mi destierro hacia que esta tierra helenica permaneciese bajo una luz que sus habitantes debian ignorar, y que me instruia aunque sin consolarme. Asi descubri, desde mi lejana Caldea, la estrecha solidaridad que une el arte plastico y el politeismo. Los dioses, las diosas y los heroes proliferan en Grecia hasta el punto de invadirlo todo y de no dejar ningun lugar notable a la modesta realidad humana. Para el artista griego, la alternativa profano-sagrado se resuelve sencillamente ignorando lo profano. Si el monoteismo lleva consigo el miedo y el odio a las imagenes, el politeismo -que preside una edad de oro de la pintura y de la escultura- asegura el dominio de los dioses sobre todas las artes.

Por supuesto, segui venerando la lejana Grecia desde mi palacio de Nippur, pero reconoci los limites de su arte sublime. Porque no es ni bueno ni justo ni verdadero encerrar el arte en un olimpo del que se excluye al hombre concreto. La experiencia mas cotidiana y la mas ardiente es para mi el descubrimiento de una belleza fulgurante en la silueta de una humilde criada, el rostro de un mendigo o el ademan de un nino. Esta belleza oculta en lo cotidiano el arte griego no quiere verla, solo conoce a Zeus, a Febo o a Diana. Entonces me dirigi a la Biblia de los judios, carta por excelencia de un monoteismo obstinadamente exclusivo. En ella lei que Dios creo al hombre a su imagen y semejanza, haciendo asi no solo el primer retrato, sino incluso el primer autorretrato de la historia del mundo. Lei que luego El le ordeno crecer y multiplicarse, con el fin de llenar toda la tierra con su progenie. Asi, despues de haber creado su propia efigie, Dios expresa la voluntad de que se multiplique hasta el infinito para extenderse por el mundo entero.

Esta doble decision ha servido de modelo a la mayoria de los soberanos y de los tiranos que han conseguido que su efigie se multiplicara en las tierras que les pertenecen haciendola grabar en monedas, destinadas no solo a reproducirse en gran numero, sino ademas a circular incesantemente de cofre en cofre, de bolsillo en bolsillo, de mano en mano.

Mas tarde se produjo algo incomprensible, una ruptura, una catastrofe, y la Biblia, que empezaba hablando de un Dios retratista y autorretratista, de pronto no deja de perseguir con su maldicion a los hacedores de imagenes. Esta maldicion, que ha resonado en todo el Oriente, habia causado mi desgracia, y yo me preguntaba: ?Por que, por que, que ha pasado, nunca va a abrogarse esta ley?

Mi historia debia adoptar un nuevo curso cuando llego para mi la hora de tomar esposa. Desde luego, la educacion erotica y sentimental de un principe heredero esta condenada a ser siempre incompleta y como irrisoria. ?Por que? Por exceso de facilidad. Mientras que un joven pobre, o sencillamente plebeyo, ha de luchar para satisfacer su carne y su corazon -luchar contra si mismo, contra la sociedad y a menudo contra el mismo objeto de su amor-, y asi se fortalece y alimenta su deseo en esta lucha, un principe no tiene mas que hacer una senal con la mano, o un simple parpadeo, para encontrar en su cama tal o cual cuerpo entrevisto, aunque sea el de la propia mujer de su gran visir. Facilidad que desazona y enerva, que le frustra de la aspera alegria de la caza, o del sutil placer de la seduccion.

Cierto dia mi padre me pregunto a su modo -que era tanto mas ligero, jugueton e indirecto por el hecho de tratarse de un asunto que le afectaba muy de cerca-, si yo pensaba que algun dia tendria que sucederle, y que entonces convendria que tuviese una mujer digna de convertirse en la reina de Nippur. Yo no tenia ninguna ambicion politica, y por las razones que acabo de exponer, mi sexo no tenia aspiraciones tales que me quitaran el sueno. La pregunta de mi padre, a la que no supe que responder, la verdad es que no dejo de preocuparme, y tal vez me preparaba oscuramente para sufrir.

Caravanas procedentes de los confines del Tigris volcaban en los mercados de Nippur sus tesoros de esparteria, de rubies, de colgaduras, de brazaletes nielados, de sedas crudas, de pieles sin curtir y de candeleros de orfebreria. Apenas se abria el mercado, yo no podia dejar de frecuentar los tenderetes y las trastiendas donde se amontonaban todas aquellas vistosas mercancias que olian a Oriente y a los grandes espacios deserticos. Yo era entonces un viajero sedentario para el cual los objetos exoticos eran como camellos, naves, alfombras voladoras para huir muy lejos, huir al otro lado del horizonte. Asi fue como encontre aquel dia un espejo -seria mejor decir un antiguo espejo- cuya placa de metal pulimentado se habia sustituido o recubierto por un retrato pintado con tierras de colores. Se trataba de una joven muy palida, de ojos azules, con abundante cabellera negra que caia en oleadas sin domar sobre la frente y los hombros. Su aire grave contrastaba con la extrema juventud de sus rasgos, y les daba una expresion de enojada melancolia. ?Acaso porque tenia aquel retrato ante mi, cogido por el mango del espejo? Me agrado descubrir un cierto aire de familia entre aquella muchacha y yo mismo. Debiamos de tener aproximadamente la misma edad; ella era como yo morena y de ojos azules; a juzgar por el origen de las caravanas, habia atravesado las heladas mesetas de Asiria para ir en mi busca. Adquiri el objeto y eche a volar en alas de mi imaginacion. ?Donde estaba ahora aquella muchacha? ?Venia de Ninive, de Ecbatana, de Ragues? ?Podia estar tan lejos en el tiempo como en el espacio? Tal vez aquel retrato se habia pintado uno o dos siglos atras, y en este caso su atractivo modelo habia vuelto ya al polvo de sus antepasados. Esta suposicion no solo no me abrumo, sino que me hizo sentir aun mas interes por el retrato, que adquiria asi un valor mas grande, un valor como absoluto, puesto que habia perdido su punto de referencia. ?Extrana reaccion que hubiese tenido que hacerme ver cuales eran mis verdaderos sentimientos!