Gaspar, Melchor y Baltasar - Tournier Michel. Страница 4
– Mi hermano Galeka. ?Donde esta? Somos dos ninos hiperboreos perdidos en el desierto de Africa. ?No nos separes! Mi gratitud te dara lo que desees.
Al dia siguiente, el hermano y la hermana volvian a estar juntos. Aunque tuve que hacer frente a la hostilidad muda de todo el palacio de Meroe, y la vieja Kallaha evidentemente no era la ultima en condenar el inexplicable favor que manifestaba a los dos blancos. Cada dia inventaba un pretexto para tenerlos a mi lado. Pudimos navegar a vela por el Atbara, visitar la ciudad de los muertos de Begerauieh, asistir a una carrera de camellos en Guz-Redjeb, o, mas sencillamente, nos quedabamos en la alta terraza del palacio, y Biltina cantaba melodias fenicias acompanandose con una citara.
Poco a poco, la manera como yo miraba al hermano y a la hermana iba evolucionando. El deslumbramiento que me producia su comun color rubio cedia a la costumbre. Les veia mejor, y les encontraba cada vez menos parecidos dentro de su misma raza. Sobre todo media cada vez mas la radiante belleza de Biltina, y sentia mi corazon llenarse de tinieblas, como si su gracia creciente tuviera fatalmente que ocasionarme una desgracia. Si, me volvia cada vez mas triste, irritable, atrabiliario. La verdad es que ya no me veia a mi mismo como antes: me juzgaba grosero, bestial, incapaz de inspirar amistad, admiracion, sin atreverme siquiera a hablar de amor. Digamoslo, estaba odiando mi negrura. Fue entonces cuando recorde la frase del sabio del lirio: «Esta musica desgarradora es Satan que llora ante la belleza del mundo». El pobre negro, que ahora yo era consciente de ser, lloraba ante la belleza de una blanca. El amor habia conseguido hacerme traicionar a mi pueblo en el fondo de mi corazon.
Sin embargo, no podia quejarme de Biltina. Desde que su hermano participaba en nuestras excursiones y en nuestros recreos, se mostraba la mas animada de las companeras de placer. Las dulzuras que me prodigaba me embriagaban de dicha, y su recuerdo permanecera como algo exquisito en mi memoria, por muy amargos que hayan podido ser los dias que siguieron a esta fiesta. Desde luego, no dude de que ella iba a ser mi amante. Una esclava no puede negarse al deseo de su amo, sobre todo si es rey. Pero yo posponia el momento, porque no me cansaba de mirarla y de ver como se modificaba mi mirada pendiente de ella. A la curiosidad excitada por un ser fisicamente insolito, inquietante y vagamente repugnante, habia sucedido en mi esa sed carnal profunda, que solo puede compararse con el hambre quejumbrosa y torturadora del drogado en estado de carencia. Pero el sabor de lo desconocido que encontraba en ella aun influia mucho en mi amor. En ese sombrio palacio de basalto y de ebano, las mujeres africanas de mi haren se confundian con las paredes y los muebles. Mejor aun, sus cuerpos, de formas duras y perfectas, se emparentaban con la materia de lo que las rodeaba. Llegaban a parecer talladas en caoba, esculpidas en obsidiana. Con Biltina me parecia estar descubriendo la carne por vez primera. Su blancura, su color rosado, le daban una capacidad de desnudez incomparable. Indecente: tal era el juicio inapelable que pronuncio Kallaha. Y yo era de su misma opinion, pero precisamente era eso lo que mas me atraia de mi esclava. Hasta despojado de toda vestidura, lo negro siempre esta vestido. Biltina estaba siempre desnuda, incluso cubierta hasta los ojos. Hasta el punto de que nada sienta mejor a un cuerpo africano que las ropas de colores vivos, joyas de oro macizo, piedras preciosas, mientras que estas mismas cosas dispuestas sobre el cuerpo de Biltina, parecian excesivas y postizas, y como contrariando su vocacion de pura desnudez.
Llego la fiesta de la Fecundacion de las palmas datileras. Como la florescencia tiene lugar a finales del invierno -las palmas machos unos dias antes que las palmas hembras-, la fecundacion se produce en pleno esplendor primaveral. Las palmeras machos esparcen por el aire su polvillo seminal, pero en las plantaciones el numero de los arboles femeninos en relacion a los masculinos -veinticinco hembras por macho, imagen fiel de la proporcion de las mujeres de un haren, respecto a su senor- hace necesaria la intervencion de la mano del hombre. Solo a los hombres casados les corresponde coger un ramo macho, y agitarlo, segun los cuatro puntos cardinales, por encima de las flores hembras antes de depositarlo en el mismo corazon de la inflorescencia. Canto y danzas reunen a la juventud al pie de los arboles en los que operan los inseminadores. Las fiestas duran tanto tiempo como la fecundacion, y son motivo tradicional de desposorios, de la misma manera que las bodas se celebran seis meses despues, cuando las fiestas de la cosecha. El manjar ritual de la Fecundacion es una pierna de antilope escabechada con trufas, un plato muy fuerte que lleva pimienta, canela, comino, clavo, jengibre, nuez moscada y granos de amomo.
No habiamos dejado de mezclarnos con la alegre muchedumbre que bebia, comia y bailaba en el gran palmeral de Meroe. Biltina quiso incorporarse a un grupo de danzarinas. Imitaba lo mejor que podia los balanceos parsimoniosos de todo el cuerpo, acompanados de una perfecta inmovilidad de la cabeza y de unos levisimos movimientos de los pies que dan su aire hieratico a las danzas femeninas de Meroe. ?Se daba cuenta como yo de hasta que punto contrastaba en medio de aquellas jovenes de cabellos fuertemente trenzados, de mejillas escarificadas, sometidas a minuciosas prohibiciones alimenticias? A su modo sin duda, porque le costaba visiblemente adaptarse a esa danza que concentra toda la exuberancia africana en el minimo de movimientos.
Tambien me senti muy feliz al ver que hacia los honores a la pierna de antilope de la cena, despues de haber saboreado sin reservas las gollerias que la precedian tradicionalmente, ensalada de estragon en flor, broqueta de colibries, sesos de perritos con calabazas, chorlitos reales asados en hojas de vid, hocicos de carnero salteados, sin olvidar las colas de oveja que son sacos de grasa en estado puro. Mientras, el vino de palma y el alcohol de arroz corrian a mares. Me admiraba que supiera permanecer elegante, graciosa, seductora, en medio de esas vituallas que atacaba con tanto apetito. Cualquier otra mujer del palacio se hubiese sentido obligada a mordisquear desganadamente. Biltina ponia tanta alegria juvenil en su extraordinario apetito que hasta lo hacia contagioso. Me mostre, pues, tan voraz como ella, pero solo por poco tiempo, porque a medida que pasaban las horas y la noche se iba inclinando hacia el alba, el sollozo de Satan me llenaba una vez mas el corazon, y una nueva sospecha enveneno mi animo: ?Acaso Biltina no se estaba aturdiendo a fuerza de comer y de beber, porque sabia que compartiria mi lecho antes de que saliera el sol? ?No debia estar embriagada y como ausente para soportar la intimidad de un negro?
Ya los esclavos nubios se llevaban la vajilla sucia y las sobras de la cena cuando adverti que Galeka habia desaparecido. Esta senal de discrecion por su parte -aunque seguro que Biltina no era ajena a aquello- me conmovio y me devolvio la seguridad. Me retire a mi vez para perfumarme y desembarazarme de las armas y de las alhajas reales. Cuando me acerque de nuevo al desorden de pieles y de almohadones que llenaban la terraza del palacio, Biltina estaba alli tendida, con los brazos en cruz, y me miraba sonriendo. Me eche a su lado, la abrace y pronto conoci todos los secretos de la naturaleza rubia. Pero ?por que no podia ver nada de su cuerpo sin descubrir algo del mio? Mi mano sobre su hombro, mi cabeza entre sus pechos, mis piernas entre sus piernas, nuestras caderas juntas, eran marfil y betun. Apenas remitian mis afanes amorosos, me abismaba en la melancolica consideracion de este contraste.
?Y ella? ?Que sentia? ?Que pensaba? No iba a tardar en saberlo. Bruscamente, deshizo nuestro abrazo, corrio a la balaustrada de la terraza, y con el cuerpo inclinado hacia los jardines, la vi sacudida por nauseas y estremecimientos. Luego volvio hacia mi muy palida, con las facciones desencajadas y grandes ojeras. Se tendio boca arriba con suavidad, en la posicion de una estatua yacente.
– No he podido con el antilope -explico sencillamente-. La pierna de antilope o la cola de oveja.
No la podia creer. Sabia que no era ni el antilope ni la oveja lo que habia hecho vomitar de asco a la mujer a la que amaba. Me levante y me dirigi a mis aposentos lleno de dolor.
Hasta ahora he hablado muy poco de Galeka, porque Biltina ocupaba todos mis pensamientos. Pero en mi congoja me volvi entonces hacia el joven, como hacia una encarnacion de ella misma que fuese incapaz de hacerme sufrir, una especie de confidente inofensivo. ?No es esta, por otra parte, la funcion normal de los hermanos, de los cunados? Me hubiese enganado de esperar sinceramente de el que me apartase de Biltina. Vi con toda claridad que no vivia mas que a la sombra de su hermana, confiando en ella para juzgarlo y decidirlo todo. Me sorprendio tambien por el escaso apego que manifestaba por su patria fenicia. Segun el relato que me hizo, iban desde Biblos, su ciudad natal, hasta Sicilia, donde vivian unos parientes suyos, segun una tradicion fenicia que exige que los jovenes salgan de su patria y se enriquezcan con los azares del viaje. Para ellos la aventura empezo a partir del octavo dia, cuando su navio cayo en poder de los piratas. El valor mercantil que les daba su juventud y su hermosura les salvo la vida. Les desembarcaron en una playa proxima a Alejandria, y se les encamino hacia el sur en una caravana. Durante el camino no sufrieron mucho, porque sus amos cuidaban de proteger su apariencia fisica. La amabilidad de los ninos y de los animales compensa su debilidad y les sirve de proteccion contra sus enemigos. La belleza de una mujer o la gallardia de un adolescente no son armas menos eficaces. De eso tengo una triste experiencia: ningun ejercito hubiera podido atacarme y someterme como hacen esos dos esclavos.
No pude dejar de hacer una pregunta que le sorprendio, y luego le divirtio: ?Son rubios todos los habitantes de la Fenicia? Sonrio, Ni mucho menos, repuso. Los hay morenos, de color castano oscuro o castano claro. Tambien los hay pelirrojos. Despues fruncio el ceno, como si descubriese por primera vez una verdad nueva y dificil de formular. Pensandolo bien, le parecia que los esclavos eran mas morenos, muy morenos, tambien de pelo ensortijado, y que entre los hombres libres el color claro de la piel y lo lacio de los cabellos se acentuaba a medida que se ascendia en la escala social, de tal suerte que la alta burguesia rivalizaba con la aristocracia en su condicion de rubios. Y se echo a reir, como si esas palabras de esclavo rubio dirigidas a un rey negro no mereciesen el empalamiento o la cruz. Yo admiraba a mi pesar la ligereza con la que hablaba y parecia tomarse todos los hechos que se referian a el. Habia salido libre y rico de Biblos para pasar una temporada en casa de unos parientes, y ahora era el favorito de un rey africano despues de haber cruzado desiertos a pie, llevando al cuello la soga de la servidumbre. ?Sabe que me bastaria chasquear los dedos para hacerle decapitar? Pero, ?podria hacerlo? ?No significaria eso perder a Biltina? ?Pero acaso no esta ya perdida para mi? ?Oh, que tristeza! «Soy esclava, pero soy rubia», podria cantar Biltina.