Gaspar, Melchor y Baltasar - Tournier Michel. Страница 6

La almea de luz agitaba su cabellera por encima del palmeral. Si, me hacia senas para que la siguiese. Partire pues. Confiare a Biltina y a su hermano a mi primer intendente, advirtiendole que a mi regreso respondera con su vida de la de ellos. Descendere por el curso del Nilo hasta el frio mar por el que navegan hombres y mujeres de cabellos de oro. Y Barka Mai me acompanara. Esta sera su pena y su recompensa.

Los preparativos de nuestra marcha obraron en mi como una cura de juventud y de vigor. El poeta 2 lo dijo: el agua que se estanca inmovil y sin vida se vuelve salobre y fangosa. Por el contrario, el agua viva y cantarina permanece pura y limpida. Asi, el alma del hombre sedentario es una vasija en la que fermentan tristezas en las que no deja de pensar. De la del viajero brotan chorros puros de ideas nuevas y de acciones imprevistas.

Mas que por necesidad, por placer, yo mismo me ocupe de formar nuestra caravana, que debia ser limitada en numero -no mas de cincuenta camellos-, pero sin debilidad, ni por parte de los hombres ni por las bestias, porque la meta de nuestra expedicion era a la vez incierta y lejana. Tampoco quise hacer partir a mis companeros y a mis esclavos sin darles una explicacion. Les hable, pues, de una visita oficial a un gran rey blanco de las orillas orientales del mar, y cite un poco al azar a Herodes, rey de los judios, cuya capital es Jerusalen. Era tener demasiados escrupulos. Apenas me escucharon. Para esos hombres, que son todos nomadas sedentarizados -y que son infelices por serlo-, emprender un viaje no necesita ninguna justificacion. Poco importa el destino. Creo que solamente comprendieron una cosa: iriamos lejos, o sea que partiamos para mucho tiempo. No pedian mas para sentirse contentos. El propio Barka Mai parecio poner al mal tiempo buena cara. Al fin y al cabo no era tan viejo ni tan esceptico que no pudiera prever que esta expedicion iba a ofrecerle sorpresas y ensenanzas.

Para salir de Meroe tuve que decidirme a usar el gran palanquin real de lana roja bordada en oro y coronado por un pinaculo de madera en el que flotan estandartes verdes con un penacho de plumas de avestruz. Desde la puerta principal del palacio hasta el ultimo palmeral -mas alla ya solo hay desierto-, el pueblo de Meroe aclamaba a su rey y lloraba por su marcha, y como entre nosotros no se hace nada sin baile y sin musica, se desencadenaron crotalos, sistros, cimbalos, sambucas y salterios. Mi dignidad real no me permite salir de la capital de mi reino con menos algazara. Pero ya en la primera parada mande desmontar todo aquel pomposo aparejo en el que me habia estado ahogando durante todo el dia, y despues de cambiar de montura, me instale en mi silla de paseo, hecha con un armazon ligero recubierto de piel de cordero.

Por la noche quise celebrar hasta el final esta primera jornada de arrancamiento, y para ello era preciso estar solo. Hacia tiempo que mis familiares se habian resignado a estas escapadas, y nadie intento seguirme cuando me aleje del bosquecillo de sicomoros y de la guelta donde habian levantado el campamento. Goce plenamente, en el subito frescor del dia que terminaba, de la agil ambladura de mi camella. Ese paso ritmico -las dos patas de la derecha avanzando a la vez, cuando todo el cuerpo del animal se inclina hacia la izquierda, para luego avanzar al mismo tiempo las patas de la izquierda, mientras todo el cuerpo se inclina a la derecha- es algo propio de los camellos, de los leones, de los elefantes, y favorece la meditacion metafisica, en tanto que la andadura diagonal de los caballos y de los perros solo inspira pensamientos indigentes y calculos ruines. ?Oh felicidad! La soledad, que era odiosa y humillante en mi palacio, era una gran exaltacion en pleno desierto.

Mi montura, a la que deje a rienda suelta, dirigia su trote desgarbado hacia el sol poniente, siguiendo en realidad numerosas huellas que al principio no acerte a ver. De pronto se detuvo ante el terraplen de un pequeno pozo, que dejaba ver un entallado tronco de palmera. Me incline y vi temblar mi reflejo en un espejo negro. La tentacion rue demasiado fuerte. Me quite toda la ropa, y por el tronco de la palmera baje hasta el fondo del pozo. El agua me llegaba hasta la cintura, y sentia en mis tobillos los frescos remolinos de un manantial invisible. Me sumergi hasta el pecho, hasta el cuello, hasta los ojos, en la exquisita caricia del agua. Por encima de mi cabeza veia el redondo agujero de la boca, un disco de cielo fosforescente en el que parpadeaba una primera estrella. Una rafaga del viento paso por el pozo, y oi la columna de aire que lo llenaba zumbando como en una flauta gigantesca, musica suave y profunda que producian a la vez la tierra y el viento nocturno, y que yo acababa de sorprender por una inconcebible indiscrecion.

En los dias siguientes las horas de marcha sucedian a las horas de marcha, las tierras rojas agrietadas a los ergs erizados de espinos, los pedregales con hierbas amarillas a las sales centelleantes de las sebjas, parecia que estabamos caminando por la eternidad, y muy pocos de nosotros hubieran sido capaces de decir cuanto tiempo hacia que habiamos iniciado el viaje. Tambien eso es el viaje, una manera de que el tiempo transcurra a la vez mucho mas lentamente -segun el negligente balanceo de nuestras monturas- y mucho mas aprisa que en la ciudad, donde la variedad de los quehaceres y de las visitas crea un pasado complejo dotado de planos sucesivos, de perspectivas y de zonas diversamente estructuradas.

Viviamos principalmente bajo el signo de los animales, y en primer lugar, como es natural, de nuestros propios camellos, sin los cuales hubieramos estado perdidos. Fuimos inquietados por una epidemia de diarrea que provoco una hierba abundante y grasa, y que hacia chorrear por los flacos muslos de nuestras bestias humores verdes y liquidos. Un dia tuvimos que abrevarlas a la fuerza, porque el unico manantial existente antes de tres jornadas de camino daba un agua limpida, pero que el natron habia vuelto amarga. Hubo que matar a tres camellas, casi desfallecidas, antes de que quedaran reducidas al estado de esqueletos ambulantes. Esto fue ocasion de una comilona a la que me uni mas por solidaridad con mis companeros que por gusto. Segun la tradicion, los huesos con tuetano se metian en la bolsa de los estomagos; estos se enterraban bajo las brasas, y al dia siguiente aparecian llenos de un caldo sanguinolento que hacia las delicias de los hombres del desierto. Pero el aprovisionamiento de leche quedo considerablemente disminuido.

Nos acercabamos insensiblemente al Nilo, y de pronto lo divisamos no sin maravilla, inmenso y azul, bordeado de papiros cuyas umbelas se acariciaban al viento en medio de un sedoso crujido. En una ensenada pantanosa habia un hipopotamo panza arriba, con sus cortas patas al aire, despanzurrado en gran parte, con todas las tripas fuera. Nos acercamos y vimos salir de aquella viscosa caverna a un nino desnudo, como una estatua roja de sangre en la que no se veia mas blancura que la de los ojos y la de los dientes. Se rio a carcajadas alargandonos los brazos y ofreciendonos visceras y pedazos de carne.

Tebas. Cruzamos el rio para mezclarnos con la muchedumbre de la antigua metropolis egipcia. Fue un error. A medida que avanzabamos hacia el norte veiamos aclararse las pieles. Me anticipo al momento en el que iban a ser los negros, como nosotros, los que llamaremos la atencion en medio de una poblacion blanca, inversion dificilmente imaginable del blanco sobre fondo negro al negro sobre fondo blanco.

Aun no habia llegado ese momento, pero de todas formas me estremeci al ver cabezas rubias entre la poblacion del puerto. ?Tal vez fenicios? Si, fue un error, porque mis heridas volvieron a abrirse al contacto con los hombres. Mi corazon herido solamente soporta el desierto. Con alivio por mi parte, llegue al silencio de la orilla izquierda, donde los dos colosos de Memnon velan sobre las tumbas de los reyes y de las reinas. Anduve largamente a orillas del agua viendo pescar a los halcones sagrados, imagenes del dios Horus, hijo de Osiris y de Isis, vencedor de Seth. Esas esplendidas aves tienen el pico demasiado corto para coger peces. Pescan, pues, con sus garras, y cuando se dejan caer sobre la superficie del agua como meteoritos, en el ultimo momento un resorte hace salir sus patas provistas de garras, que se tienden hacia su presa sumergida. Aranan el espejo del agua, y en seguida remontan el vuelo moviendo rapidamente las alas, y mientras vuelan desgarran con su pico el pez que mantienen prisionero. Mas que ningun otro pueblo, los egipcios se han sentido impresionados por la sencillez del cuerpo del animal, y la perfeccion de su ajuste al orden de la naturaleza. Sin duda alguna eso justifica un culto. ?Senor Horus, dame la candida fuerza y la salvaje belleza de tu ave emblematica!

Cediendo a la seduccion de las aguas tranquilas y limpidas del rio, levantamos nuestro campamento junto al agua, en la orilla izquierda. Barka Mai no habia dejado de advertir la amargura de mi mueca y la tristeza de mis ojos. Sabia que ya habia dejado muy atras la alegre exaltacion que sentia cuando partimos. Comimos en silencio el guiso de gruesas habas pardas y cebolla trinchada con aceite y comino que parece ser el plato nacional de este pais. Como no tenia el menor apetito, fui particularmente sensible a la insipidez de esos manjares, y observe en esa ocasion que la comida es cada vez mas sosa a medida que se avanza hacia el norte, una regla que solo han desmentido los saltamontes macerados en vinagre que nos esperaban en Judea, Luego me abisme en la contemplacion de los torbellinos y de los remolinos que hacian espejear la corriente perezosa del rio.

– Estas triste como la muerte -me dijo Barka-. Deja de contemplar esas aguas glaucas. Vuelve tu vista, por el contrario, hacia la Montana de los Reyes. Ve a pedir consejos a esos dos colosos que velan por la metropoli de Amenofis. ?Ve, que te esperan!

Para hacer que alguien obedezca, aunque sea un rey, no hay como mandarle el acto que desea realizar en el fondo de su corazon. Yo habia visto desde lejos los dos gigantes, situados el uno al lado del otro, y en seguida senti el deseo de ponerme bajo la formidable proteccion de esas figuras admirables. Porque de esas estatuas altas como diez hombres, emana una irradiacion de serenidad, que se debe sin duda en parte a su postura: juiciosamente sentadas, con las dos manos posadas sobre las juntas rodillas. Primero di la vuelta a las dos estatuas, luego me adentre en la ciudad de los muertos de la que son las guardianas. Del templo funerario de Amenofis no quedan mas que columnas, capiteles, escaleras que se interrumpen misteriosamente en el aire, bloques enigmaticos. Pero ese caos envuelve el orden negro de las tumbas y de las estelas. Bajo el desorden que es aun vida y humanidad, el reloj de los dioses sigue con su tic-tac imperturbable. Uno sabe con certidumbre que el tiempo trabaja para ella, y que dentro de poco el desierto habra digerido esas ruinas. Sin embargo, los colosos velan… Quise hacer lo mismo que ellos. Me sente en cuclillas sobre mi manto al pie del coloso del norte. Durante una parte de la noche acompane con mi pequena y fragil guardia humana la eterna guardia del gigante de piedra. Por fin me dormi.

2 Muhammad Asad