El Abisinio - Rufin Jean-christophe. Страница 30
Al cabo de dos horas llegaron al pie de la muralla de basalto; la bordearon hasta encontrar un punto de fisura entre aquellas columnatas de basalto parduzco que se erigian derechas como las estacas de una empalizada. En el extremo del sendero escarpado que serpenteaba a traves de los bloques de piedra habia un pueblo suspendido en el borde de la meseta.
Apenas dejaron atras unas brenas, vieron una iglesia octogonal con un tejado puntiagudo y una cruz en el remate. Cuando pasaron por alli estaban celebrando un oficio, y en la quietud de aquel aire lleno de pureza se distinguia el eco lejano de unas voces agudas y salmodicas.
La ciudad era simplemente un gran poblado en el que vivian esclavos y labradores. Todos iban con la cabeza descubierta, llevaban una piel de cabra en los hombros y un pano de algodon blanco alrededor de los rinones. Estos hombres tenian la tez mas clara que los negros con quienes se habian topado hasta entonces.
En los tiempos lejanos en que el reino de Senaar era cristiano, el pueblo habia sido un puesto fronterizo en una ruta de gran actividad comercial. Eso explicaba las murallas en ruinas que habian franqueado antes de adentrarse en la poblacion. Hadji Ali condujo con paso decidido a los francos hasta la casa de un conocido suyo que era mercader y que los acogio con aire de conspirador. A la luz del crepusculo, nadie se extrano de verlos pasar, sobre todo porque Hadji Ali, que era asiduo del lugar, habia tenido la precaucion de descubrirse el rostro para que todos pudieran reconocerle.
Al dia siguiente, el mercader que les habia alojado compro sus camellos y les proporciono unas mulas a cambio, pues las etapas del desierto habian concluido por fin. Evidentemente hubo que agregar un poco de dinero. Ya fuera por la hermosa noche que habia pasado al aire libre, en una cama de sisal trenzado dispuesta en el patio del mercader, ya fuera por el efecto reconfortante de la cruz que habia visto en lo alto de la iglesia, lo cierto es que el padre De Brevedent se sintio bastante mejor por la manana. Hadji Ali fue a pagar el awide, el tributo que cobraban dos funcionarios del Emperador en la ciudad, y volvieron a emprender viaje a primera hora de la tarde.
Durante el camino atravesaron una landa con suaves ondulaciones poblada de brezos en flor, avena silvestre y juncos. Despues pasaron por un bosque de cedros muy ventilado que parecia una nave; los troncos lisos hacian las veces de pilares, y estaba cubierto por una inmensa boveda de ramas entrelazadas. Las mulas avanzaban con un trote ligero y regular sin necesidad de azuzarlas; despues del oscilante vaiven de los camellos aun apreciaron mas aquellas monturas tan agradables. Al sol, el aire era calido pero tan puro que en comparacion con la polvareda del desierto parecia fresco y vivificante. El menor atisbo de una sombra, ya fuera la de un arbol o la de una nubecula, producia una sensacion de frescor inesperado que recordaba curiosamente a Europa. Sin embargo, el vigor que emanaban alli los elementos fue poco beneficioso para los viajeros. La sequia y los miasmas del tropico habian inflingido a sus cuerpos muchos tormentos, y la salud les ajustaba las cuentas ahora que tenian la paz necesaria para que sus cuerpos revelaran todas sus carencias. La primera noche, cuando pararon para dormir en una aldehuela con unas cuantas chozas, el maestro Juremi llamo a Poncet y le mostro su pierna. Por encima del tobillo apuntaba la cabeza de un gusano de faraon a modo de un lacito blanco a traves de un crater de carne roja. Jean-Baptiste pidio una pluma de ave; enrollo con suavidad el primer segmento del parasito en la pluma y lo inmovilizo bajo una venda.Jean-Baptiste estaba tambien en un estado penoso. Padecia temblores y le dolian la espalda y las articulaciones. Se durmio tiritando. Al dia siguiente advirtieron que el jesuita habia empeorado mas aun a consecuencia del mal que le aquejaba. Tenia los labios resecos, sufria accesos de tos y la frente rezumaba un sudor helado. Incluso Hadji Ali, tan acostumbrado a los rigores de los viajes, solicito a Poncet un remedio para aliviar una indisposicion intestinal.
De todos modos no era el momento de demorarse en aldeas como aquella. Estaban convencidos de que recuperarian la salud en la capital, Gondar, que solo estaba a cinco dias de marcha. Hicieron el recorrido medio inconscientes y trastornados por la fiebre, de tal manera que aquel estado de aturdimiento no hizo sino acentuar aun mas el impacto del fabuloso espectaculo que habria de coronar la ultima parte del viaje. Las lagunas de sus recuerdos, una percepcion difusa, y el eco de las emociones que la enfermedad hacia resonar en sus cuerpos se confundian abigarradamente a la vista de aquellos paisajes que les causaron una impresion tan fuerte como turbadora.
El altiplano levemente ondulado por donde pasaban se les antojo el zocalo natural de la tierra que se erigia como una cuenca de creta a orillas de un mar. Cuando bordearon el punto mas extremo de la meseta y miraron hacia abajo, no pensaron en la altura; solo repararon en los abismos monstruosos de aquel valle profundo y difuminado en una bruma de polvo y vapor que revelaba las entranas humeantes de la tierra. Al cabo de un instante, tan pronto como el sendero se alejo del precipicio, vieron emerger de la superficie de la meseta una montana esculpida, poblada de vegetacion, y con la cima pelada, esteril y glacial, conforme ascendia hacia el cielo. En ciertos lugares, estos picos sugerian gigantescos colosos de piedra gris que a veces se descoyuntaban por bloques.
En ocasiones ambos efectos eran simultaneos, de tal manera que el sendero bordeaba el abismo por un lado, mientras por el otro se imponia la soledad altiva de una montana de porfido.
Salvo los campesinos que vivian en las pequenas aldeas donde hicieron alto noche tras noche, no encontraron en su camino a nadie mas. Una pareja de aguilas estuvo planeando toda la jornada por encima de sus cabezas. Vieron excrementos de elefantes, pero en ningun momento se toparon con ellos. Un dia descubrieron una manada de agazares, las cabras montesas que los abisinios consideran un autentico manjar. Hadji Ali animo a Poncet a que matara una con la pistola, pero este tenia demasiadas nauseas para pensar en cazar.Por fin llegaron a la ciudad de Bartcho, a medio dia de viaje de Gondar. Hadji Ali se entero alli de que el Emperador no estaba en la capital pues se habia ido a sofocar una rebelion en una provincia.
– Es inutil presentarse ahora en Gondar-dijo Hadji Ali-. Sera mejor que esperen aqui hasta que regrese el Rey. Tengo un amigo que los escondera en su casa. Entretanto yo ire a la ciudad y volvere a buscarles en el momento oportuno.
Poncet confiaba muy poco en las palabras del camellero. No le perdonaba que les hubiera robado todo cuanto tenian. En aquel momento sus pertenencias se reducian a los presentes destinados al Rey de Reyes. Todo lo demas habia pasado a manos del mercader, quien incluso tuvo la desfachatez de recordarles que las tunicas moras que llevaban eran suyas. Tambien les dijo que contaba con que se las devolvieran en cuanto el Emperador les hubiera gratificado con la primera bolsa de oro. Jean-Baptiste vio partir a Hadji Ali, con el corazon encogido por miedo a que pudiera abandonarlos a su suerte. Afortunadamente ya empezaban a encontrarse mejor. Cada dia, el maestro Juremi se prestaba a que le extrajeran un poco mas el gusano de faraon, y pronto estaria curado. En cambio, la salud de jesuita era gradualmente mas preocupante. La casa donde Hadji Ali los habia alojado estaba construida sobre estructuras cuadradas de madera provistas de barro, paja y excrementos de vaca como material de relleno, y el suelo era de tierra batida. No era el lugar mas idoneo para cuidar a un enfermo, pero no habia otro. Tendido en su camastro, el pobre Joseph parecia hundirse en la tierra un poco mas cada dia. El infeliz no habia sabido medir sus fuerzas. La mision, fruto de tantos desvelos, le habia inducido a creer que un hombre estudioso como el, habituado a la apacible quietud de las bibliotecas, podia convertirse en un esclavo capaz de resistir todas las penurias que hicieran falta. Sin embargo, su paulatina flojera le preparaba para la enfermedad, de la misma manera que la sequia abandona la pineda al incendio. A decir verdad, el jesuita daba lastima. No habia mas que ver aquel cuerpo enjuto y retorcido como un sarmiento. Respiraba con la boca abierta; tenia los labios requemados por el viento y exhalaba un halito febril. Jean-Baptiste y el maestro Juremi se turnaban para estar a su cabecera. Pero a pesar del trato bondadoso que el protestante brindo al paciente, este dio pruebas mas que suficientes, mientras estuvo consciente, de la aversion que le inspiraba aquel hereje. En tanto creyo que podia recuperar la salud, Brevedent se aferro a una idea fija: cumplir su mision. Y durante horas, una voz taciturna que a veces parecia emerger de un insondable delirio, evocaba la gran obra de llegar a convertir Abisinia.
– Es preciso -decia- profundizar en las tradiciones, en los usos y las costumbres, y en la lengua. Si, sobre todo en la lengua. En cuanto lleguemos, lo primero que hare sera estudiar su idioma. He adquirido ciertas nociones en Francia, aunque lo cierto es que nadie lo habla. La lengua es el medio de persuasion mas efectivo. Despues me aplicare en las creencias para conocerlas a la perfeccion… Ahi radica el secreto. En Europa, la Iglesia ha sabido trocar algunas ceremonias de cultos paganos en actos solemnes de fe verdadera… aunque conservando los mismos lugares, las mismas fechas y las mismas imagenes.
A veces se agarraba con fuerza a quien lo velaba, e incluso llego a dirigirse al maestro Juremi, creyendo que era Poncet.
– No vamos a repetir los errores de nuestros antecesores, ?verdad? Antes de convertir al Rey tenemos que granjearnos la simpatia del clero y del pueblo…
En esta agonia, el jesuita saco a relucir la parte mas recondita de su alma y revelo hasta que punto su modestia y su resignada humillacion no eran sino la cara oculta de su desaforada soberbia. Muy pronto fue evidente que la obediencia estricta que practicaba para con su orden y la renuncia a sus deseos personales, solo tenian por objeto servir a unos designios incommensurables y a una ambicion de poder ejercida desde una colectividad. No cabia enganarse; si habia aceptado hacer de sirviente era porque pensaba que desde ese rango le resultaria mas facil manipular al Rey primero y a su imperio despues. Pese a los animos y los cuidados de Jean-Baptiste, la enfermedad siguio su curso y en cuanto el jesuita se convencio de que todo era en vano, dio rienda suelta a su pasion por la obediencia. Sin embargo, como ya no le ataban las cadenas de su mision, se sometio a los designios de la Providencia, se abandono a la enfermedad que esta le enviaba y ya fue inutil intentar nada mas. Dos dias despues expiro, respondiendo con tanta docilidad a la llamada de la muerte como a las ordenes de Hadji Ali.