¿Por Quién Doblan Las Campanas? - Хемингуэй Эрнест Миллер. Страница 68

- Sí, me lo han contado.

- ¿Te lo contó Pilar?

- Sí.

- Ella no ha podido contártelo todo -terció Pablo, con voz estropajosa-; porque no vio el final. Se cayó de la silla cuando estaba mirando por la ventana.

- Cuéntalo tú ahora mismo -dijo Pilar-. Tú conoces la historia; cuéntalo.

- No -dijo Pablo-. Yo no lo he contado jamás.

- No -dijo Pilar-, y no lo contarás nunca. Y ahora querrías además que no hubiese ocurrido.

- No -dijo Pablo-; eso no es verdad. Si todos hubiesen matado a los fascistas como yo, no hubiera habido esta guerra. Pero ahora querría que las cosas no hubiesen sucedido como sucedieron.

- ¿Por qué dices eso? -le preguntó Primitivo-. ¿Es que has cambiado de política?

- No, pero fue algo brutal -dijo Pablo-. En aquella época yo era un bárbaro.

- Y ahora eres un borracho -dijo Pilar.

- Sí-contestó Pablo-; con tu permiso.

- Me gustabas más cuando eras un bruto -dijo la mujer-; de todos los hombres, el borracho es el peor. El ladrón, cuando no roba, es como cualquier hombre. El estafador no estafa a los suyos. El asesino tiene en su casa las manos limpias. Pero el borracho hiede y vomita en su propia cama y disuelve sus órganos en el alcohol.

- Tú eres mujer y no puedes comprenderlo -dijo Pablo con resignación-. Yo me he emborrachado con vino y sería feliz si no fuera por esa gente a la que maté. Esa gente me llena de pesar.

Movió la cabeza con aire lúgubre.

- Dadle un poco de eso que ha traído el Sordo -dijo Pilar-. Dadle alguna cosa que le anime. Se está poniendo triste; se está poniendo insoportable.

- Si pudiera devolverles la vida, se la devolvería -dijo Pablo.

- Vete a la mierda -dijo Agustín-. ¿Qué clase de lugar es éste?

- Les devolvería la vida -dijo tristemente Pablo- a todos.

- ¡Tu madre! -le gritó Agustín-. Deja de hablar como hablas, o lárgate ahora mismo. Los que mataste eran fascistas.

- Pues ya me habéis oído -dijo Pablo-; quisiera devolverles a todos la vida.

- Y después caminaría sobre las aguas -dijo Pilar-. En mi vida he visto un hombre semejante. Hasta ayer aún te quedaba algo de hombría. Pero hoy tienes menos valor que una gata enferma. Ahora, eso sí, te sientes más contento cuanto más mojado te sientes.

- Debiéramos haberlos matado a todos o a nadie -siguió diciendo Pablo, moviendo la cabeza-. A todos o a nadie.

- Escucha, inglés -dijo Agustín-: ¿cómo se te ocurrió venir a España? No hagas caso a Pablo. Está borracho.

- Vine por vez primera hace doce años, para conocer este país y aprender el idioma -dijo Robert Jordan-. Enseño español en la Universidad.

- No tienes cara de profesor -dijo Primitivo.

- No tiene barba -dijo Pablo-. Miradle, no tiene barba.

- ¿Eres de verdad profesor?

- Ayudante.

- Pero ¿das clase?

- Sí.

- ¿Y por qué enseñas español? -preguntó Andrés-. ¿No te resultaría más fácil enseñar inglés, ya que eres inglés?

- Habla el español casi tan bien como nosotros -dijo Anselmo-. ¿Por qué no iba a poder enseñar español?

- Sí, pero es un poco raro para un extranjero enseñar español -dijo Fernando-. Y no es que quiera decir nada contra usted, don Roberto.

- Es un falso profesor -dijo Pablo, muy contento de sí mismo-. Y no tiene barba.

- Seguramente hablará mejor el inglés -dijo Fernando-. ¿No le sería más fácil y más claro enseñar inglés?

- No enseña español a los españoles -empezó a decir Pilar.

- Espero que no -dijo Fernando.

- Déjame acabar, especie de mula -dijo Pilar-: enseña español a los americanos, a los americanos del Norte.

- ¿No saben español? -preguntó Fernando-. Los americanos del Sur lo hablan.

- Pedazo de mulo -dijo Pilar-, enseña español a los americanos del Norte, que hablan inglés.

- Pero, a pesar de todo, sigo pensando que le sería más fácil enseñar inglés, que es lo que habla -insistió Fernando.

- ¿No estás oyendo decir que habla español? -dijo Pilar, haciendo a Robert Jordan un gesto de desconsuelo.

- Sí, pero lo habla con acento.

- ¿De dónde? -preguntó Robert Jordan.

- De Extremadura -aseguró Fernando sentenciosamente.

- ¡Mi madre! -dijo Pilar-. ¡Qué gente!

- Es posible -dijo Robert Jordan-. He estado allí antes de venir aquí.

- Pero si él lo sabía. Escucha tú, especie de monja -dijo Pilar, dirigiéndose a Fernando-, ¿has comido bastante?

- Comería más si lo hubiera -contestó Fernando-; y no crea que tengo nada en contra suya, don Roberto.

- Mierda -dijo sencillamente Agustín-. Y remierda. ¿Es que hemos hecho la revolución para llamar don Roberto a un camarada?

- Para mí la revolución consiste en llamar don a todo el mundo -opinó Fernando-. Y así es como debiera hacerse en la República.

- Leche -dijo Agustín-; j… leche.

- Y pienso además que sería más fácil y más claro para don Roberto que enseñara inglés.

- Don Roberto no tiene barba -dijo Pablo-; es un falso profesor.

- ¿Qué quieres decir con eso de que no tengo barba? -preguntó Robert Jordan. Se pasó la mano por la barba y las mejillas, por donde la barba de tres días formaba una aureola rubia.

- Eso no es una barba -dijo Pablo, moviendo la cabeza. Estaba casi jovial-. Es un falso profesor.

- Me c… en la leche de todo el mundo -dijo Agustín-. Esto parece un manicomio.

- Deberías beber -le aconsejó Pablo-; a mí, todo me parece claro, menos la barba de don Roberto.

María pasó la mano por la mejilla de Jordan.

- Pero si tiene barba -dijo, dirigiéndose a Pablo.

- Tú eres quien tiene que saberlo -dijo Pablo, y Robert Jordan le miró.

«No creo que esté tan borracho -se dijo-. No, no está tan borracho, y haría bien en estar alerta.»

- Dime -preguntó a Pablo-, ¿crees que esta nieve va a durar mucho?