Ciudad Maldita - Стругацкие Аркадий и Борис. Страница 70

—Las excavadoras se necesitan en otro sitio —gruno Andrei. El maldito cordon no se dejaba atar.

—?En que otro sitio podrian hacer falta? —se agarro enseguida el planificador desnudo—. Por lo que se, nuestra Gran Obra esta aqui. ?Donde se necesitarian entonces las excavadoras? ?En la Mas Grande? No he oido de la existencia de esa.

«No se por que demonios me pongo a discutir contigo —penso Andrei con maldad—. ?Y por que estoy discutiendo con este tipo? Hay que estar de acuerdo con lo que diga y no discutir. Si le hubiera dicho que si un par de veces, se hubiera callado. No, no se hubiera callado, se habria puesto a contar alguna historia de tias en cueros... De lo util que le resulta divertirse mirandolas. O de cualquier otra imbecilidad.»

—Pero ?de que se queja? —dijo, irguiendose—. Le piden que trabaje solo una hora al dia y se queja como si le estuvieran metiendo una regla por el ano. Que desgracia, se ha arrancado una ampolla. Un accidente laboral.

El tipo desnudo de planificacion urbana lo miro, sorprendido, con la boca entreabierta. Enclenque, peludo, con las rodillas hinchadas, con esa pancita...

—?Trabajamos para nosotros mismos! —prosiguio Andrei con encarnizamiento mientras se anudaba la corbata—. No es para otros, nos piden que trabajemos para nosotros mismos. Pues no, de nuevo nos molestamos, de nuevo no nos viene bien. Seguro que hasta el Cambio paleaba mierda, ahora trabaja en planificacion urbana pero sigue quejandose... —Se puso la chaqueta y se dedico a doblar el chandal. Y, en ese momento, el tipo de planificacion urbana logro articular palabra.

—?Aguarde, caballero! —grito, ofendido—. ?No se trata de eso! Estaba hablando de racionalidad, de eficacia... ?Que curioso! Tome parte en el asalto a la alcaldia. Y le digo que si esta es la Gran Obra, deberiamos traer los equipos para aca. ?Y no le permito que me grite!

—Que gran cosa, conversar con usted aqui... —dijo Andrei, mientras envolvia el chandal en un periodico sobre la marcha y salia del vestidor.

Selma lo esperaba ya sentada en un banco no lejos. Fumaba, pensativa, mirando hacia la excavacion, con las piernas cruzadas como de costumbre, fresca y rosada tras la ducha. Andrei sintio un pinchazo desagradable al pensar en la posibilidad de que aquel aborto peludo hubiera babeado mientras la miraba precisamente a ella. Se le acerco y le acaricio el cuello fresco.

—?Nos vamos?

La chica levanto los ojos hacia el, sonrio y froto la mejilla contra su mano.

—Dejame terminar el cigarrillo —le propuso.

—De acuerdo —asintio Andrei, se sento y tambien se puso a fumar.

En la excavacion trabajaban centenares de personas, la tierra salia volando de las palas, el sol sacaba destellos a los metales. La fila de carretillas llenas de argamasa llegaba hasta el otro lado, y junto a las planchas de hormigon se amontonaban los trabajadores del siguiente turno. El viento hacia arremolinarse el polvo rojizo, difundia fragmentos de marchas militares que salian por los altavoces colocados sobre columnas de cemento, hacia balancearse enormes planchas de contrachapado con consignas descoloridas: «Geiger ha dicho: ?es necesario! La ciudad responde: ?lo haremos!». «La Gran Obra es un golpe contra los no humanos», «El Experimento esta por encima de los experimentadores».

—Otto prometio que hoy estarian las alfombras —dijo Selma.

—Eso esta muy bien —se alegro Andrei—. Coge la mas grande. La pondremos en el salon.

—Yo la queria para tu despacho. En la pared. Acuerdate, te lo dije el ano pasado cuando nos mudamos.

—?En mi despacho? —pronuncio Andrei, pensativo. Se imagino su despacho, la alfombra y las armas: seria impresionante—. Correcto. Muy bien, en el despacho.

—Pero llama sin falta a Rumer —dijo Selma—. Que nos mande un obrero.

—Llama tu misma —dijo Andrei—. No creo que tenga tiempo... No, esta bien, yo llamo. ?Adonde hay que mandarlo? ?A casa?

—No, directamente al almacen. ?Vendras a comer?

—Si, seguramente. A proposito, Izya sigue amenazando con pasar por alli.

—?Pues muy bien! Invitalo, y que venga hoy por la noche. Hace muchisimo tiempo que no nos reunimos. Y hay que invitar a Van, que venga con Maylin.

—Aja —dijo Andrei. No habia pensado en Van—. Y, ademas de Izya. ?tienes intencion de invitar a alguno de los nuestros? —pregunto, con precaucion.

—?De los nuestros? Podria llamar al coronel —dijo Selma, indecisa—. Es muy simpatico. En general, si vamos a invitar hoy a alguno de los nuestros, que sea en primer lugar a los Dollfuss. Ya hemos estado dos veces en su casa, me resulta violento.

—Si viniera sin la mujer —dijo Andrei.

—Eso es imposible.

—?Sabes que? —dijo Andrei—. Por ahora, no los llames. A la noche, decidimos. —Veia con claridad que Van y los Dollfuss no se iban a llevar bien—. ?No seria mejor invitar a Chachua?

—?Genial! —dijo Selma—. Se lo echaremos a la mujer de Dollfuss. Todos lo pasaran muy bien. —Tiro la colilla—. ?Nos vamos?

De la excavacion salia una polvorienta multitud de Grandes Constructores en direccion a las duchas. Eran obreros de la fundicion, sudorosos y habladores.

—Vamonos —dijo Andrei.

Se dirigieron a la parada de autocares por un caminito de arena entre dos filas de tilos escualidos, resembrados poco tiempo antes. Alli habia dos vehiculos descascarados, rebosantes de gente. Andrei miro su reloj: faltaban siete minutos para que salieran. Unas mujeres, con el rostro enrojecido, echaban fuera del primer autocar a un borracho, que daba gritos mientras las mujeres chillaban con voces histericas.

—?Vamos con la canalla o a pie? —pregunto Andrei.

—?Tienes tiempo?

—Si. Vamonos caminando, junto al precipicio. Alli hace mas fresco.

Selma lo tomo del brazo, torcieron a la izquierda, bajo la sombra de un edificio de cinco pisos rodeado por un encofrado de madera, y se encaminaron al precipicio por una callecita adoquinada.

Aquella zona estaba totalmente abandonada. Crecia hierba en las calles y se veian casitas vacias en mal estado, a punto de derrumbarse. Antes del Cambio, y despues, en los primeros momentos, no era seguro pasear por estos lugares, no solo de noche, sino tambien de dia; por doquiera habia prostibulos, guaridas de maleantes, destilerias clandestinas; alli vivian peristas, buscadores profesionales de oro, prostitutas que ayudaban a robar a sus clientes y otros miserables por el estilo. Mas tarde, se encargaron de ellos; a unos los pescaron y los desterraron a las cienagas, como mano de obra de los granjeros; a otros, los delincuentes menores, los espantaron simplemente; en la precipitacion fusilaron a algunos, y todas las cosas de valor que se encontraron en el lugar fueron confiscadas por la ciudad. Las barracas quedaron vacias. Al principio, las patrullas vigilaban, pero despues, cuando ya no fue necesario, las retiraron, y en los ultimos tiempos se anuncio publicamente que aquellas barracas serian eliminadas. Y en su lugar, a lo largo de todo el precipicio y dentro de los limites de la ciudad, se extenderia una franja de parques y un complejo de ocio.