Ciudad Maldita - Стругацкие Аркадий и Борис. Страница 71

Selma y Andrei dejaron atras las ultimas casas ruinosas y siguieron a lo largo del abismo, entre una hierba jugosa que les llegaba por las rodillas. Alli hacia fresco, del precipicio llegaban oleadas de un aire humedo y frio. Selma estornudo y Andrei le paso el brazo por los hombros. El parapeto de granito no habia llegado aun hasta aquella zona, y Andrei, instintivamente, trataba de mantenerse a cinco o seis pasos del borde del abismo.

Al borde mismo, las personas se sentian muy raras. Ademas, al parecer todos percibian igualmente que el mundo, mirado desde alli, se dividia claramente en dos mitades equivalentes. Al oeste, un vacio inabarcable de color verde azulado: no era el mar, ni siquiera el cielo, sino precisamente un vacio de ese color. Una nada verde azulado. Al este, una muralla inabarcable que se elevaba en vertical, con un estrecho escalon a lo largo del cual se extendia la Ciudad. La Pared Amarilla. La Solidez amarilla absoluta.

El Vacio infinito al oeste, y la Solidez infinita al este. No parecia haber la menor posibilidad de entender esos dos infinitos. Solo era posible acostumbrarse a ellos. Los que no podian o no eran capaces de hacerlo, trataban de no caminar junto al abismo, y por eso era raro encontrar a alguien alli. Entonces solo iban parejitas de enamorados, y casi siempre de noche. De noche, algo brillaba en el abismo con una debil luz verdosa, como si alli, en la sima, algo estuviera pudriendose de siglo en siglo. Sobre el fondo de aquella luminiscencia, se veia nitidamente el borde erizado de plantas del barranco, y alli la hierba era asombrosamente alta y blanda...

—Pero cuando construyamos dirigibles —dijo Selma de repente—, entonces nos elevaremos o bajaremos a ese abismo?

—?Que dirigibles? —pregunto Andrei, distraido.

—?Como? —se asombro Selma.

—?Ah, globos aerostaticos! —dijo Andrei cayendo en la cuenta—. Iremos abajo, claro que abajo. Al abismo.

Entre la mayoria de los habitantes de la ciudad que cumplian diariamente su hora en la Gran Obra, la opinion mas extendida era que se estaba construyendo una gigantesca fabrica de dirigibles. Geiger suponia que, por el momento, habia que apoyar aquella version de cualquier manera, pero sin aseverar nada de forma definitiva.

—?Y por que abajo? —pregunto Selma.

—Pues... Hemos intentado elevar globos, sin tripulantes, por supuesto. Algo les pasa alla arriba, estallan por causas desconocidas. Ninguno ha logrado subir mas alla de un kilometro.

—?Y que puede haber alla abajo? ?Que piensas?

—No tengo la menor idea —respondio Andrei, encogiendose de hombros.

—?Vaya, que sabio el senor consejero! —Selma recogio de entre la hierba un pedazo de un viejo tablon con un clavo torcido y herrumbroso, y lo lanzo al abismo—. Que le rompa el craneo a alguien alla abajo —anadio.

—No seas gamberra —dijo Andrei, pacifico.

—Soy gamberra, ?lo has olvidado?

—No, no lo he olvidado —dijo Andrei tras mirarla de arriba abajo—. ?Quieres que te haga rodar por la hierba ahora mismo?

—Si —respondio Selma.

Andrei miro a su alrededor. En la azotea de la ruina mas cercana, con los pies colgando por fuera, fumaban dos tipos cubiertos con gorras. A su lado, recostado en un monton de basura, habia un tripode rudimentario con un ariete de hierro colado que colgaba de una cadena retorcida.

—Hay mirones —dijo—. Lastima. Te hubiera dado una buena leccion, senora consejera.

—Vamos, revuelcala, no pierdas tiempo —gritaron desde la azotea con voz chillona—. ?No seas tonto, chaval!

—?Vas directamente a casa? —pregunto Andrei, haciendo como si no los hubiera oido.

Selma miro su reloj.

—Tengo que pasar por la peluqueria —respondio.

De subito, Andrei fue presa de un sentimiento de alarma. De repente se dio cuenta con toda claridad de que era un consejero, un funcionario responsable del despacho personal del presidente, una persona respetada, que tenia una esposa, una bellisima mujer, y una casa bien montada, rica, y que ahora su esposa iba a la peluqueria pues por la noche recibirian invitados, no se trataba de una borrachera caotica sino de una autentica recepcion, y los invitados no serian gente sin importancia, sino personas de peso, respetadas, necesarias, las mas necesarias de la ciudad. Era una sensacion de adultez percibida de repente, de responsabilidad quiza. Era una persona adulta, independiente, que tomaba decisiones propias, un hombre de familia. Era un hombre adulto, que se erguia solidamente sobre sus piernas. Lo unico que le faltaba eran los hijos, todo lo demas era como lo de los adultos autenticos.

—?Salud, senor consejero! —pronuncio una voz respetuosa.

Resulta que ya habian salido de la zona en ruinas. A la izquierda se extendia un parapeto de granito, bajo los pies tenian baldosas de hormigon, a la derecha y delante se levantaba la enorme mole de la Casa de Vidrio, y en el camino, en posicion de firmes y llevandose dos dedos a la visera de la gorra del uniforme, estaba un policia negro, de buen porte, con el traje azul del regimiento de escoltas. Andrei lo saludo, distraido.

—Perdona, me decias algo —se volvio hacia Selma—. Estaba pensando en otra cosa.

—Te decia que no te olvides de llamar a Rumer. Ahora necesito que venga alguien, no solo para lo de la alfombra. Hay que traer vino, vodka... Al coronel le gusta el whisky, y a Dollfuss, la cerveza. Comprare una caja entera.

—?Si! ?Y que cambie la bombilla en el aseo! —dijo Andrei—. Prepara boeufbourguigmm.?Te mando a Amalia?

Se separaron en el sendero que llevaba a la Casa de Vidrio. Selma siguio adelante y Andrei, con placer, la acompano con la mirada antes de girar en direccion a la entrada oeste.

La amplia plaza embaldosada que circundaba el edificio estaba desierta, solo de vez en cuando aparecian las guerreras azules de los escoltas. Bajo los espesos arboles que enmarcaban la plaza, asomaban como siempre los mirones que devoraban con mirada ansiosa el asiento del poder, mientras jubilados con bastones les daban explicaciones.

Junto a la entrada estaba el cacharro de Dollfuss: como siempre, la capota estaba levantada, del motor asomaba la parte inferior del chofer, rutilante en sus botas de charol. Y en ese momento atufo el aire un camion asqueroso, de las granjas, procedente de las mismisimas cienagas. Por los costados asomaban en desorden las extremidades purpura de una res desollada. Sobre la carne volaba una nube de moscas. El dueno del camion, un granjero, discutia con los escoltas en la puerta. Al parecer llevaban discutiendo bastante rato: alli se encontraba ya el jefe del peloton de guardia, ademas de tres policias, y se aproximaban lentamente otros dos mas desde la plaza.

A Andrei le parecio conocido el granjero: un campesino largo como un varal, flaco, con las puntas del bigote colgandole hacia abajo. Olia a sudor, gasolina y aguardiente. Andrei enseno su pase y entro en el vestibulo, pero tuvo tiempo de oir que el campesino exigia ver personalmente al presidente Geiger, mientras los escoltas intentaban hacerle entender que aquella era una entrada de servicio y que el debia rodear el edificio y probar suerte en la oficina de pases. Las voces se elevaban cada vez mas.