Destinos Truncados - Стругацкие Аркадий и Борис. Страница 59
Bol-Kunats estaba de pie a espaldas de R. Kvadriga y miraba el reloj, delgadito, empapado, con el rostro mojado y fresco, con preciosos ojos negros, emitiendo un olor fresco que disipaba el aire denso, caliente y asfixiante, un olor a hierbas y a agua de manantial, olor a lilas, a sol, a libelulas que vuelan sobre el lago... Y el mundo regreso. Tras una esquina quedaba solo un recuerdo impreciso, o una percepcion, o el recuerdo de una percepcion: un grito desesperado, que se interrumpia a la mitad, un chirrido incomprensible, un golpe, el crujido del vidrio... Viktor se lamio los labios y se estiro en busca de la botella.
—No necesito nada —balbuceaba el doctor R. Kvadriga, cuya cabeza yacia sobre el mantel—, ocultenme. Que se vayan...
Golem, preocupado, barria de la mesa los trozos de vidrio.
—Senor Golem, perdone, por favor —dijo Bol-Kunats—, tengo una carta para usted. —Puso un sobre delante de Golem y miro nuevamente el reloj—. Buenas noches, senor Banev.
—Buenas noches —dijo Viktor, que se servia conac.
Golem leia la carta con atencion. Tras el mostrador, Teddy se sono la nariz ruidosamente en un panuelo a cuadros.
—Oye, Bol-Kunats —dijo Viktor—, ?tu viste quien me golpeo aquella vez?
—No —respondio Bol-Kunats, mirandolo a los ojos.
—?Como que no? —Viktor fruncio el entrecejo.
—Estaba de espaldas a mi —explico el chico.
—Tu lo conoces. ?Quien era?
Golem emitio un sonido indefinido. Viktor se volvio rapidamente hacia el, pero el hombre, sin prestar atencion a nadie, rompia la hoja de papel en trocitos muy pequenos que, despues, se guardo en un bolsillo.
—Se equivoca —dijo Bol-Kunats—. Yo no lo conozco.
—Banev —balbuceo R. Kvadriga—, te lo pido. No puedo seguir solo alli. Ven conmigo... Me da mucho miedo...
Golem se levanto y busco con un dedo en el bolsillo del chaleco.
—?Teddy! Pongalo en mi cuenta —grito finalmente—, y tome nota de que he roto cuatro copas... Me voy —dijo dirigiendose a Viktor—. Medite y llegue a una decision razonable. Quiza lo mejor para usted seria marcharse.
—Hasta la vista, senor Banev —se despidio Bol-Kunats con educacion.
A Viktor le parecio que el chico habia hecho un gesto de negacion de manera casi imperceptible.
—Hasta la vista, Bol-Kunats.
Se marcharon. Viktor, pensativo, termino de beberse el conac. Se acerco un camarero con el rostro hinchado, lleno de manchas rojas. Comenzo a recoger la mesa con movimientos inusitadamente torpes e inseguros.
—?Lleva poco tiempo aqui? —pregunto Viktor.
—Si, senor Banev. Desde hoy por la manana.
—?Que hay de Piter? ?Esta enfermo?
—No, senor Banev. Se largo. No resistio. Seguramente, yo tambien me largare...
—Llevelo despues a su habitacion —dijo Viktor mirando a R. Kvadriga.
—Si, por supuesto, senor Banev —respondio el camarero con voz vacilante.
Viktor pago, se despidio de Teddy con un ademan y salio al vestibulo. Subio al segundo piso, camino hasta la puerta de Pavor, levanto la mano para llamar, permanecio alli inmovil durante un rato y, sin golpear la puerta, bajo de nuevo. El conserje, sentado en la recepcion, examinaba sus manos con asombro: las tenia mojadas, con mechones de cabellos pegados, y en su rostro, en las dos mejillas, tenia aranazos recientes. Miro a Viktor con ojos de enajenado. Pero ahora no podia prestar atencion a todas aquellas rarezas, eso seria algo cruel y carente de tacto, y tampoco podia hablar de ello, era necesario hacer como si nada hubiera ocurrido, todo aquello debia aplazarse para despues, para manana, quiza para pasado manana.
—?Donde vive ese... —pregunto Viktor—, sabe usted, ese joven de gafas que anda siempre con un portafolios?
El recepcionista vacilo. Como buscando una salida, miro la pizarra con las llaves de las habitaciones, y despues, respondio de todos modos.
—En la trescientos doce, senor Banev.
—Gracias —dijo Viktor, y puso una moneda sobre el mostrador.
—Pero a ellos no les gusta que los molesten —le advirtio el empleado con indecision.
—Lo se. No me propongo molestarlos. Solo era una pregunta, me dije que si era un numero par, todo iria bien.
El conserje sonrio a medias.
—?Y que problemas puede tener usted, senor Banev? —dijo con respeto.
—De todo tipo —suspiro Viktor—. Grandes y pequenos. Buenas noches.
Subio al tercer piso moviendose lentamente, con lentitud intencionada, como para tener tiempo de meditarlo todo, de sopesarlo, de predecir las posibles consecuencias y planificar tres movimientos por delante, pero en realidad solo pensaba en que la alfombra que cubria las escaleras deberia haberse sustituido hacia tiempo, estaba gastada y raida. Y solo antes de llamar a la puerta de la trescientos doce (una suite: dos dormitorios y un salon, televisor, radio multifrecuencia, nevera y bar), estuvo a punto de decir en voz alta: «?Sois cocodrilos, caballeros? Mucho gusto. Ahora os vais a devorar mutuamente».
Tuvo que llamar repetidas veces. Primero con delicadeza, solo con los nudillos. Cuando no respondieron, golpeo con mas decision, con el puno, y cuando tampoco reaccionaron a ello, solo chirrio el piso y alguien resoplo junto a la cerradura, entonces se volvio de espaldas y pateo la puerta con el tacon, esta vez de manera totalmente grosera.
—?Quien es? —pregunto finalmente una voz tras la puerta.
—Un vecino —respondio Viktor—. Abra un momento.
—?Que quiere?
—Tengo que decirle un par de cosas.
—Venga por la manana —dijo la voz tras la puerta—. Estamos durmiendo.
—Vayase al demonio —pronuncio Viktor, irritado—. ?Quiere que me vean aqui? Abra, ?que es lo que teme?
Sono la cerradura y la puerta se entreabrio. Por la ranura aparecio el ojo empanado del profesional larguirucho. Viktor le mostro las manos extendidas.
—Dos palabras —dijo.
—Entre. Pero no haga tonterias.
Viktor entro en el recibidor, el larguirucho cerro la puerta a sus espaldas y encendio la luz. El recibidor era de dimensiones reducidas, apenas cabian los dos en la habitacion.
—Bien, hable.
El larguirucho vestia un pijama, manchado de algo por delante. Asombrado, Viktor olfateo: el larguirucho olia a licor. Mantenia la mano derecha en el bolsillo, como era de recibo.