Destinos Truncados - Стругацкие Аркадий и Борис. Страница 65
El lo revisaba todo, al parecer con la esperanza de hallar en aquel monton de basura algo que tuviera una minima utilidad, y senti una horrible verguenza, me senti como un cerdo, porque delante de mi estaba una persona seria y rigurosa, no un chapuzas cualquiera, no un oportunista, que al parecer habia leido a Sorokin, que esperaba de Sorokin un material serio que pudiera servir de apoyo en el trabajo, que esperaba de Sorokin una decencia elemental, pero Sorokin le habia entregado un saco de porqueria, lo habia vaciado sobre su escritorio, y ahi tienes, tragatelo.
Esas eran las emociones que me estremecian cuando el cerro finalmente mi carpeta, puso sus manos palidas sobre ella y me miro de nuevo.
—Veo, Felix Alexandrovich, que usted no siente el menor interes por el valor objetivo de su obra.
No se si en sus palabras o en su tono habia un reproche, pero mi caracter plebeyo y contradictorio me hizo ponerme en guardia.
—?Por que piensa eso?
—?Y como no pensarlo? —Golpeo la carpeta con la una—. De este material que me ha traido, la unica conclusion es que tiene usted una pesima letra y que en Japon han trabajado muchisimo sobre las celdas de combustible.
El malvado diablillo de la disputa se agito dentro de mi, haciendo brotar justificaciones malignas y cobardes: «No quiero saber nada, me dijeron que trajera cualquier manuscrito, ahi tiene uno cualquiera, no saben que necesitan y despues se quejan...». Pero no dije nada por el estilo.
—Pues eso es... —dije, e inesperadamente para mi mismo, anadi—: No se enfade, por favor.
—Por supuesto —pronuncio, y de repente sonrio con un gesto de tristeza y ternura—. ?Como puedo enfadarme con usted, Felix Alexandrovich? En esencia, usted necesita esto mas que nosotros.
Y en ese momento llego a mi consciencia algo asombroso que el habia dicho un minuto antes.
—Perdoneme —dije, bajando la voz—, ?esta bromeando? ?En que sentido dijo lo del valor objetivo?
—En el sentido mas directo —respondio y dejo de sonreir.
—Pero ?es posible eso? Entonces, ?significa eso que usted ha inventado aqui la Mensura de Zoilo?
—?Y por que no? La Mensura y muchas otras cosas.
—?Que dice usted! ?Eso no tiene sentido! ?Cual puede ser el valor objetivo de una obra?
—?Y por que no? —repitio el.
—Pues... Aunque sea porque... ?Eso es una banalidad! Por ejemplo, a mi me gusta, y usted siente nauseas ante cada palabra. Hoy hace estremecerse a todo el mundo, manana nadie se acuerda...
—Todo eso es verdad, Felix Alexandrovich, pero ?que relacion tiene esto con el valor objetivo?
—Pues que una obra objetivamente valiosa —dije, cada vez mas airado—, debe ser valiosa para usted, y valiosa para mi, y ayer debio ser valiosa, y manana sera valiosa, ?pero eso nunca pasa, eso no puede pasar!
Sin embargo, argumento que yo estaba confundiendo el valor objetivo con el valor eterno. En verdad, no existen valores eternos, no hay nada en la literatura y el arte que pueda ser apreciado por todos durante todo el tiempo. Pero quiza yo no me habia dado cuenta de que muchas obras, despues de sonar lo suyo, renacian de repente siglos despues, volvian a vivir, a resonar, y viven con mas ruido y energia que antes. ?Y puede ser que para medir el valor objetivo de una obra haya que considerar esa capacidad de adquirir vida de nuevo? Ademas, eso es solamente uno de los posibles enfoques del problema del valor objetivo... Hay otros, mas funcionales, mas comodos para ser llevados a un algoritmo.
Yo lo escuchaba y percibia fisicamente como mi ardor desaparecia, como agua en la arena. Me encanta discutir, sobre todo de temas elevados, ajenos a la praxis. Pero mi concepcion de los debates elevados presupone inevitablemente una atmosfera bien definida: euforia ligera, grupo de amigos, una botella, por supuesto, y otra botella en perspectiva, tan pronto surja la necesidad de ella. Pero aqui, entre los grandes armarios grises, bajo la luz mortecina de las lamparas de mercurio, entre rollos de papel y graficos, no entre amigos, sino acompanado por un hombre ante quien me sentia timido... No, ciudadanos, en esas condiciones no soy buen polemista.
—Por cierto, Felix Alexandrovich —dijo como si me hubiera leido el pensamiento—, no tiene el menor sentido discutir esto. La maquina para la medicion del valor objetivo de las obras artisticas, la Mensura de Zoilo, como usted la llama, existe. Y hace mucho tiempo. Y cuando la crearon, Felix Alexandrovich, surgio otra pregunta, mucho mas trascendente: ?acaso alguien necesita el valor objetivo de una obra? El destino del primer modelo en funcionamiento de esa maquina fue muy educativo, asi como el de su inventor... Perdone, ?lo estoy cansando?
Un presentimiento siniestro se apodero de mi, y negue presuroso, dando a entender que no estaba nada cansado y esperaba la continuacion del relato.
El presentimiento no me engano. El hombre me conto como, hacia treinta anos, un joven y entusiasta inventor llevo a la casa de creacion de los escritores en Kukushkin, cargado sobre su moto, el primer modelo del Metales, el Medidor del Talento del Escritor, y como Zajar Kupidonich, sin autorizacion, metio en el aparato un manuscrito de Sidor Amenpodespovich, y despues, encantado, leyo en el comedor de la casa las conclusiones del Metales, que por cierto no asombraron a nadie; y le conto la horrible disputa que tuvo lugar, junto al indiferente aparato, entre Flavii Vespasianovich y el descarado redactor de la editorial El Literato Moscovita; y como se echo a perder del todo el jubileo de Gaussiana Nikiforovna cuando se desperdiciaron sin sentido ciento siete porciones de esturion al espeton y de filete a la Suvorov, traidos del club en un coche estatal ultimo modelo; y como Lukian Liubomudrovich intento sobornar al inventor para que este arreglara algo en su maldito cacharro: primero le propuso una caja de vodka, despues dinero, y finalmente un piso en uno de los nuevos edificios altos... En una palabra, me conto como durante ocho dias reino el infierno en la casa de creacion de Kukushkin, y en la noche del octavo dia destrozaron el aparato, y un dia despues Mefodii Kirilich puso fin a aquella historia segun las reglas, por suerte no vigentes hoy, para la solucion de conflictos.
—Entonces, ?conocia usted a Anatoli Efimovich? —le pregunte tan pronto callo, tras relatarme aquella historia que yo habia escuchado ansiosamente.
—?Por supuesto! —respondio con cierto asombro—. ?Y por que se ha acordado ahora de el?
—?Y como no! Todo eso que usted me acaba de narrar es la trama de la comedia que queria escribir el finado Anatoli Efimovich...
—Ah, claro —solto, como si acabara de acordarse—. Pero sepa que el no solo quiso escribirla. El la escribio. Y era uno de los personajes, con otro nombre, por supuesto. Y todo esto ocurrio en Kukushkin, en marzo del cincuenta y dos...
Algo en esta ultima frase me hizo dar un salto, pero en mi opinion se trataba de otra incoherencia, a la que me agarre presuroso.