Que dificil es ser Dios - Стругацкие Аркадий и Борис. Страница 35
— ?La eternidad?… Si, llevas razon. Retrocedio… Te felicito. Puedes seguir comiendo.
Los chasquidos y las conversaciones se reanudaron. Gur se sento de nuevo. — ?Que facil y que dulce es decir la verdad en presencia del Rey! — murmuro Gur con un hilo de voz.
Rumata permanecio un rato silencioso y luego dijo:
— Padre Gur, os entregare un ejemplar de vuestro libro, pero con la condicion de que empeceis inmediatamente a escribir otro.
— No — respondio Gur -. Ya es demasiado tarde. Que lo escriba Kiun. Yo ya estoy envenenado. Ademas, ya no me importa. Lo unico que anhelo es habituarme a beber. Pero no lo consigo. Me hace dano al estomago.
Otra derrota, penso Rumata. Otra vez he llegado tarde.
— ?Oye, Reba! — dijo el Rey de repente -. ?Donde esta el galeno? Me prometiste que vendria despues de comer.
— Y aqui esta, Majestad — dijo Don Reba -. ?Quereis que lo llame?
— ?Claro que lo quiero! Si a ti te doliera la rodilla como me esta doliendo a mi, estarias grunendo como un cerdo. ?Haz que venga inmediatamente!
Rumata se apoyo en el respaldo de su silla y se preparo para ver lo que ocurriria a continuacion. Don Reba levanto una mano e hizo chasquear los dedos. Se abrio una puerta, y un anciano cargado de espaldas, vestido con una larga toga adornada con imagenes de aranas, estrellas y serpientes entro haciendo reverencia. Bajo el brazo llevaba una bolsa alargada. Rumata se sintio sorprendido. Se imaginaba a Budaj de otro modo completamente distinto. No podia creer que un hombre de su talento, un humanista como el autor del Tratado sobre los venenos, tuviera aquellos descoloridos y fugaces ojos, aquellos labios que temblaban de miedo y aquella sonrisa aduladora. Pero recordo a Gor el Escritor. Por lo visto, la investigacion a que habia sido sometido el presunto espia no tenia nada que envidiarle a la conversacion literaria entre Gur y Don Reba. Habria que coger a Reba de los testiculos, penso Rumata, llevarlo a un calabozo y decirle a los verdugos: «Aqui teneis a este espia irukano que se ha disfrazado como nuestro Ministro. El Rey ordena que le hagais declarar donde esta el verdadero Ministro. Cumplid con vuestra obligacion, pero cuidad de que no muera antes de una semana.» Rumata tuvo que cubrirse la cara para disimular su placentera sonrisa. ?Que cosa tan horrorosa es el odio!
— ?Bien, bien, acercate, galeno! — dijo el Rey -. Eres demasiado raquitico. Pero no importa, ven aqui. Haz una flexion de piernas.
El desgraciado Budaj comenzo a hacer la flexion. Su rostro estaba contorsionado por el panico.
— Mas, mas — insistia el Rey -. ?Haz otra! ?Otra mas! ?No te duelen las rodillas? ?Te las has curado? ?Ensename los dientes! No estan mal. Ya quisiera yo tener unos dientes como estos. Y las manos tambien pueden pasar: son fuertes. Se te ve sano a pesar de parecer tan raquitico. Bueno, empieza a curarme: demuestra lo que eres capaz de hacer.
— Per… permitidme Vuestra Majestad ver esa pierna… esa piernecita… — oyo Rumata, y levanto los ojos.
El galeno estaba de rodillas ante el Rey, y le apretaba cuidadosamente la pierna.
— ?Hey, hey! — grito el Rey -. ?Que estas haciendo? ?No me aprietes! ?No te has comprometido a curarme? ?Pues deja de toquetear y curame!
— Todo esta cla… claro, Vuestra Majestad — susurro el galeno, y empezo a buscar apresuradamente en su bolsa.
Los invitados dejaron de comer. Los pequenos nobles del extremo de la mesa incluso se irguieron un poco y alargaron sus cuellos, movidos por la curiosidad.
Budaj saco de su bolsa varios frascos de piedra, los fue destapando y oliendo sucesivamente, y los coloco en fila sobre la mesa. Despues cogio la copa del Rey y la lleno hasta la mitad de vino. Mientras le daba a la copa unos pases con ambas manos y murmuraba unos conjuros, fue vaciando en ella el contenido de los frascos. Un fuerte olor a amoniaco invadio el ambiente. El Rey apreto los labios, miro lo que habia en la copa, arrugo la nariz y desvio sus ojos hacia Don Reba. El Ministro hizo una mueca compasiva. Los cortesanos contuvieron la respiracion.
?Que esta haciendo este hombre?, penso Rumata. ?Si lo que tiene el Rey es gota! ?Que es lo que acaba de echar? En su tratado dice claramente que en los casos de gota hay que frotar las articulaciones inflamadas con tintura reposada durante tres dias del veneno de la serpiente blanca Cu. ?Acaso esta mezcla es para darle friegas?
— ?Esto para que es, para darme friegas? — pregunto el Rey, mirando la copa con desconfianza.
— No, Vuestra Majestad — respondio Budaj, algo mas tranquilo ya -. Es una pocima para beber.
— ?Para beber? — dijo el Rey, poniendo cara de disgusto y recostandose en su sillon -. ?No tomare nada! ?Dame friegas!
— Como desee Vuestra Majestad — asintio sumisamente Budaj -. Pero me atreveria a sugerir que las friegas no van a conseguir nada.
— ?Y por que todos me dan friegas, mientras tu quieres hacerme tomar esta porqueria?
— Majestad — dijo Budaj, enderezandose orgullosa — mente -, el unico que conoce esta medicina soy yo. Con ella he curado al tio del duque de Irukan. En cambio, las friegas no han conseguido curar a Vuestra Majestad.
El Rey miro a Don Reba. Este volvio a sonreir compasivamente.
— Eres un miserable — murmuro el Rey, dirigiendose enojadamente al medico -. Un paleto. Un raquitico. — Cogio la copa -. ?Y si te doy con la copa en los dientes? — Volvio a mirar el contenido de la copa -. ?Y si me produce nauseas? — En ese caso tendreis que repetir el tratamiento, Majestad — dijo Budaj, afligido.
— Bien, ?sea lo que Dios quiera! — dijo el Rey, y se llevo la copa a los labios. Pero de pronto la retiro con tanta violencia que salpico el mantel -. ?Bebe tu antes! Ya sabemos como son los irukanos. ?Vendisteis a San Miki a los barbaros! ?Anda, te digo que bebas!
Budaj adopto una expresion infinitamente ofendida, tomo la copa y bebio un largo trago.
— ?Que? — pregunto el Rey.
— Esta amargo, Majestad — dijo Budaj con voz apagada -. Pero hay que beberlo.
— Si, si — refunfuno el Rey -. Ya se que hay que beberlo. Dame la copa. ?Ves?, te has bebido la mitad, y has conseguido…
El Rey levanto la copa y bebio de un trago lo que quedaba en ella. A lo largo de la mesa corrieron suspiros de compasion, y luego todo quedo en silencio. El Rey se quedo como helado y con la boca abierta. De sus ojos empezaron a fluir abundantes lagrimas. Se puso rojo, luego azulado. Extendio los brazos sobre la mesa e hizo chasquear nerviosamente los dedos. Don Reba le tendio un pepinillo en vinagre, pero el Rey se lo tiro a la cabeza y volvio a extender los brazos.
— Vino… — jadeo.
Alguien se apresuro a darle una jarra. El Rey, cuyos ojos giraban freneticamente, empezo a engullir con ansia. Dos rojizos arroyuelos nacieron en la comisura de sus labios y fueron a morir en la blanca pechera de su bordada camisa. Cuando la jarra quedo vacia el Rey se la tiro furiosamente a Budaj, pero afortunadamente erro el tiro.