Que dificil es ser Dios - Стругацкие Аркадий и Борис. Страница 33

El teniente se paso la lengua por sus resecos labios.

— Existe, existe — respondio -. Y ahora esta en palacio… Pense que os podria interesar.

— Querido Don Ripat — dijo Rumata -, a mi me interesan los rumores, los chismes, los chistes… La vida es tan aburrida… Vos seguramente no me comprendeis — el teniente lo miro con alocados ojos -. Pero pensad por vos mismo: ?que pueden importarme los negocios sucios que pueda tener Don Reba? Por otra parte, le respeto demasiado como para atreverme a juzgarlo. Bien, perdonad, pero tengo prisa. Me esta esperando una senora…

Don Ripat volvio a humedecerse los labios, se despidio con una reverencia y se alejo andando de lado. Cuando habia avanzado unos pasos Don Rumata tuvo una gran idea.

— Esperad — dijo, regresando hacia el -. ?Que os parecio la pequena intriga que le montamos esta manana a Don Reba?

Don Ripat se detuvo de buena gana.

— Quedamos muy satisfechos.

— ?No creeis que fue algo encantador?

— ?Estuvo magnifico! Los oficiales Grises estan muy contentos de que os hayais pasado abiertamente a nuestro lado. Un hombre tan inteligente como vos, Don Rumata… mezclandoos con barones y nobles degenerados.

— ?Querido Don Ripat! — dijo Rumata orgullosamente, girandose para retirarse -. Habeis olvidado que, desde la altura en que me situa mi linaje, es muy dificil distinguir incluso entre el Rey y vos mismo. Adios.

Y sin mas echo a andar a grandes zancadas por el corredor, y entro decididamente por unos pasillos laterales, apartando sin pronunciar palabra a los centinelas con que tropezaba a su paso. Aun no sabia exactamente lo que iba a hacer, pero comprendia que la fortuna le deparaba una ocasion extraordinaria. Tenia que escuchar la conversacion entre las dos aranas. Por algo habia ofrecido Don Reba una prima catorce veces mayor por Vaga Koleso vivo que por Vaga Koleso muerto.

Desde detras de unas cortinas lilas salieron a su encuentro dos tenientes Grises, con las espadas desnudas.

— Buenos dias, amigos — dijo Rumata, situandose entre ellos -. ?Esta el Ministro? — Si, pero esta ocupado — respondio uno de los tenientes.

— No importa, esperare — dijo Rumata, y cruzo las cortinas.

La estancia donde se introdujo estaba completamente a oscuras. Rumata fue pasando a tientas entre sillones, mesas y soportes de candelabros. Varias veces sintio como alguien resoplaba junto a su oido, despidiendo un olor a ajos y a cerveza. Al cabo de un rato distinguio una debil linea iluminada, oyo la conocida voz gangosa de tenor del respetable Vaga, y se detuvo. En aquel mismo instante la punta de una lanza se apoyo cautelosamente entre sus omoplatos.

— Cuidado, imbecil — dijo irritado, pero sin levantar la voz -. ?No ves que soy Don Rumata?

La lanza se retiro. Rumata acerco un sillon a la franja de luz, se sento, estiro las piernas, y bostezo de forma claramente audible. Luego miro.

Alli estaban las dos aranas. Don Reba estaba sentado en una postura muy incomoda, con los codos sobre la mesa y los dedos entrelazados. A su derecha, sobre un monton de papeles, habia un pesado cuchillo arrojadizo con mango de madera. La cara del ministro mostraba una sonrisa amistosa aunque algo forzada. Vaga estaba sentado, de espaldas a Rumata, en un sofa. Parecia un gran senor viejo y lleno de rarezas que llevara treinta anos sin salir de su palacio rural.

— Nonrio sueste socaba chitela y esta rachi puede querelar lo ojerao. Dinelaras bin mile parneses. Estaria bien tasabar la guardia. Pero nonrio sueste no querra. Asi que lo dicho. Ya sabe lo que olacera.

Don Reba paso una mano por su afeitada barbilla.

— Pides bute — dijo pensativo.

Vaga se encogio de hombros.

— Es lo que olacera. Y es mejor no pajelar. ?De acuerdo? — De acuerdo — dijo resueltamente el Ministro de Seguridad de la Corona.

— Esta bien — dijo Vaga, y se levanto.

Rumata, que no habia comprendido nada de aquel galimatias, vio que Vaga llevaba un bigote esponjoso y una perilla cana y puntiaguda, como los cortesanos de la epoca de la pasada regencia.

— Ha sido muy agradable hablar con vos — dijo Vaga.

Don Reba se levanto tambien.

— Lo mismo digo — murmuro -. Es la primera vez que veo a alguien tan decidido.

— Y yo tambien — respondio Vaga con un tono aburrido -. Estoy admirado y orgulloso por el valor del Primer Ministro de nuestro remo.

Tras estas palabras, dio media vuelta y se encamino a la puerta, apoyandose en su baston. Don Reba, que no le quitaba la vista de encima, puso distraidamente sus dedos en la empunadura del cuchillo. Al mismo tiempo, tras Rumata alguien empezo a aspirar con una fuerza extraordinaria, y el tubo marron de una cerbatana surgio por la rendija que formaban las cortinas. Don Reba permanecio de pie, como escuchando, durante unos segundos, y luego se sento, abrio un cajon de la mesa, saco unos papeles y se puso a leerlos. Rumata oyo que alguien escupia tras el y vio como la cerbatana desaparecia. Todo estaba claro. Las aranas se habian puesto de acuerdo. Rumata se levanto, piso a alguien a quien no pudo ver en la oscuridad, y empezo a buscar la salida de los aposentos lilas.

El Rey comia en una sala enorme con dos hileras de ventanas. La mesa tenia treinta metros de largo y estaba puesta para cien comensales: el Rey, Don Reba, las personas de sangre real (dos docenas de personas pictoricas, glotonas y bebedoras), los Ministros del Patrimonio y de Ceremonias, un grupo de aristocratas de abolengo cuya invitacion era tradicional (entre ellos figuraba Don Rumata), una docena de barones que estaban de paso en la ciudad, con los alcornoques de sus hijos, y toda una serie de aristocratas menores, a los cuales les estaba reservado el extremo mas alejado de la mesa. Estos ultimos hacian siempre lo imposible por recibir una invitacion a la real mesa. Cuando por fin recibian esta invitacion con los numeros de los cubiertos que tenian reservados, recibian igualmente con ella una advertencia: «En la mesa hay que estar quietos, a Su Majestad no le gusta cuando hay movimiento. Las manos deben ponerse sobre la mesa, porque al Rey no le gusta que nadie las esconda bajo ella. No hay que mirar hacia los lados ni hacia atras, pues al Soberano tampoco le gusta esto.» En cada una de aquellas comidas se devoraban enormes cantidades de manjares, se bebian verdaderos lagos de vinos anejos, y se rompia tal cantidad de porcelana fina de Estoria que sus restos formaban verdaderas montanas. El Ministro de Finanzas se vanagloriaba en uno de sus informes al Rey de que el importe de cada una de estas comidas de Su Majestad equivalia al presupuesto de medio ano de la Academia de Ciencias de Soan.

Mientras aguardaban a que, tras un triple toque de corneta, el Ministro de Ceremonias anunciara que «la mesa estaba servida», Rumata, con un grupo de cortesanos, escuchaba por decima vez la narracion que hacia Don Tameo de una comida regia a la que tuvo el honor de asistir hacia medio ano.