Que dificil es ser Dios - Стругацкие Аркадий и Борис. Страница 39

— ?Como lo hemos dejado!

— ?Y que otra cosa podiamos hacer? Por poco se nos escapa. Esta embrujado, las flechas rebotan en el.

— Yo conoci a un tipo asi. Aunque le golpearas con el hacha, ni se enteraba.

— Pero seria un campesino.

— Si, era un campesino.

— Eso es otra cosa. Este de aqui es de sangre azul.

— ?Oh, mal rayo os parta! Habeis hecho unos nudos que no hay quien los desate. ?Acercad una luz!

— ?Cortalos con el cuchillo!

— ?Muchachos, no lo desateis! Si se ve libre puede emprenderla con nosotros otra vez. A mi por poco me rompe la cabeza.

— Lo mas probable es que no tenga fuerzas para empezar de nuevo.

— Vosotros pensad lo que querais, pero yo le di con una jabalina de verdad. No es la primera vez que atravieso asi una cota de mallas.

Una voz imperativa grito desde la oscuridad:

— ?Terminais ya?

Rumata sintio que ya tenia las piernas libres, hizo un esfuerzo y se sento. Varios forzudos milicianos contemplaban en silencio como se revolvia en el charco. Rumata apreto los hombros y noto que tenia los brazos retorcidos de tal forma a su espalda que le era imposible comprender donde estaban los codos y donde las manos. Reunio todas sus fuerzas y se puso en pie de un salto. Al hacerlo sintio un horroroso dolor en el costado. Los milicianos se echaron a reir.

— ?Que, piensas escaparte?

— ?Oh, no lo hagas, estamos ya muy cansados!

— ?Os gusta el sabor de la derrota? — ?Basta! — grito una voz imperativa, saliendo de la oscuridad -. Venid aca, Don Rumata.

Rumata se dirigio hacia la voz, tambaleandose de un lado para otro. Un hombre con una antorcha emergio de la oscuridad y echo a andar ante el. Rumata pudo reconocer el sitio donde se encontraba. Era uno de los patios interiores del Ministerio de Seguridad de la Corona, que se hallaba cerca de las caballerizas reales. Si me llevan hacia la derecha, penso Rumata, voy a la Torre, a un calabozo; si a la izquierda, a la cancilleria. Agito la cabeza y se animo a si mismo: esto no es nada, lo principal es que estoy vivo y que aun puedo luchar. Torcieron hacia la izquierda. Por lo visto va a haber una investigacion previa. Es extrano. Si vamos por este camino, ?de que me pueden acusar? Es cierto: de haber traido hasta aqui al envenenador, a Budaj, y de conspirar contra la Corona; tambien pueden achacarme la muerte del principe y, como es natural, me consideraran un espia de Irukan, de Soan, de los barbaros, de los barones, de la Orden Sacra… Es increible que aun este vivo. Ese descolorido hongo debe haber maquinado algo nuevo.

— Por aqui — dijo la imperativa voz.

Se abrio una pequena puerta. Rumata tuvo que agacharse para pasar por ella y entrar en un amplio local, alumbrado por una docena de candiles. En medio de la habitacion estaban tumbados o sentados sobre una vieja alfombra varios hombres ensangrentados. Algunos de ellos parecian estar muertos o desmayados. Casi todos estaban descalzos y vestidos con destrozadas camisas de dormir. A lo largo de las paredes habia milicianos de coloradas mejillas, furiosos y ensoberbecidos por la victoria, apoyandose en sus hachas y segures. Ante ellos se paseaba, con las manos a la espalda, un oficial con espada y uniforme gris de grasiento cuello. El acompanante de Rumata, un hombre alto vestido con una capa negra, se dirigio al oficial y le dijo algo al oido. El oficial asintio con la cabeza, miro con interes a Rumata, y desaparecio tras unas cortinas de colores que habia en el extremo opuesto del local.

Los soldados tambien mostraron su interes por Rumata. Uno de ellos, que tenia un ojo enormemente hinchado, dijo:

— ?Buena piedra lleva el noble Don!

— Si, es una piedra digna de un Rey. Y la diadema es de oro macizo.

— Ahora los reyes somos nosotros.

— ?Se la quitamos?

— ?Quietos! — dijo quedamente el hombre de la capa negra.

Los milicianos se miraron sorprendidos.

— ?Quien es ese tipo? — pregunto el soldado del ojo hinchado.

En lugar de responder, el de la capa negra le giro la espalda y se situo al lado de Rumata. Los milicianos lo miraron escrutadoramente.

— ?Hey, si parece un cura! — dijo el del ojo hinchado -. ?Hey, cura, ?quieres que te de una punada en la frente?

Los demas se echaron a reir a carcajadas. El del ojo hinchado escupio en sus manos, tomo el hacha y avanzo hacia Rumata. Vas a recibir una sorpresa, penso este, echando un poco hacia atras su pierna derecha.

— ?A quien he estado combatiendo siempre? — prosiguio el miliciano, deteniendose ante Rumata y el hombre de la capa negra -. A los curas, a todos esos ilustrados y a los artesanos. En una ocasion…

El de la capa negra levanto una mano, con la palma hacia arriba. Junto al techo sono un chasquido. ?Zip! El del ojo hinchado se derrumbo de espaldas, dejando caer el hacha. En medio de la frente tenia hincada una flecha de ballesta, corta y robusta, con un denso mechon de plumas. La estancia quedo en silencio. Los otros milicianos retrocedieron, mirando aterrorizados las claraboyas del techo. El hombre de la capa bajo la mano y ordeno secamente:

— ?Llevaos a esa carrona! ?Aprisa!

Varios milicianos cogieron al muerto por los pies y las manos y se lo llevaron medio a rastras. De detras de las cortinas salio el oficial Gris e hizo una sena invitando a entrar.

— Vamos, Don Rumata — dijo el de la capa negra.

Rumata avanzo hacia las cortinas, rodeando el grupo de prisioneros. No comprendo absolutamente nada, penso. Apenas paso las cortinas se vio inmovilizado en la oscuridad, registrado, despojado de la vacia vaina de su espada y empujado hacia la luz. Inmediatamente se dio cuenta de donde estaba. Era el gabinete de Don Reba en los aposentos lilas. Don Reba estaba sentado en el mismo sitio en que lo viera aquella manana, en la misma postura, exageradamente envarado, con los codos sobre la mesa y los dedos entrelazados. Seguramente tiene hemorroides, penso repentinamente Rumata. A la derecha de Don Reba estaba sentado el padre Tsupik, con aspecto grave y pensativo y los labios apretados, y a la izquierda un gordinflon de sonrisa amable con las insignias de capitan en su uniforme gris. En el gabinete no habia nadie mas. Cuando entro Rumata, Don Reba dijo amablemente y en voz baja:

— Amigos, aqui teneis al noble Don Rumata.

El padre Tsupik hizo una mueca despectiva. El gordinflon movio la cabeza con benevolencia.

— Este es nuestro antiguo y muy consecuente enemigo — dijo Don Reba.

— Si es enemigo, se le cuelga — dijo con voz ronca el padre Tsupik.