Que dificil es ser Dios - Стругацкие Аркадий и Борис. Страница 46
— Si — dijo por fin -. Alguna vez te lo contare todo, pequena.
— Entonces esperare — dijo ella seriamente -. Y ahora vete y no me hagas caso.
Rumata se acerco a ella y le dio un fuerte beso en la boca con sus labios partidos. Luego se quito el brazalete de hierro de la muneca y se lo entrego.
— Ponte esto en el brazo izquierdo — le dijo -. No es probable que hoy vuelvan a venir por aqui, pero por si vinieran ensenales esto.
Ella lo siguio con la mirada mientras se iba, y el sabia perfectamente que se estaba diciendo a si misma: «No se si eres el diablo, un hijo de Dios o un hombre venido de los legendarios paises ultramarinos, pero morire si no regresas». Y Rumata le agradecio infinitamente aquel silencio porque, aun pese a el, le era tan dificil marcharse como si desde una verde y soleada orilla tuviera que arrojarse de cabeza al mas inmundo de los albanales.
VIII
Para ir a la cancilleria del Obispo de Arkanar evitando los encuentros con las patrullas de monjes, Rumata decidio hacer el recorrido pasando por las huertas y patios de las casas. Aquello le obligaba a pasar medio ocultandose por los angostos patinillos, enredandose con los trapos puestos a secar, metiendose por los boquetes que habia en las vallas, dejandose enganchados en sus clavos muchos de sus magnificos lazos y trozos de ricos encajes de Soan, y corriendo a cuatro patas por entre los sembrados de patatas. A pesar de todo ello, no pudo escapar al ojo avizor de las huestes negras. Al salir a una estrecha y retorcida calleja que daba a un muladar tropezo con dos monjes taciturnos y algo bebidos. Rumata intento eludirlos, pero ellos sacaron sus espadas y le cerraron el paso. Echo mano a la empunadura de su acero. Entonces los monjes improvisaron un silbato con tres dedos y empezaron a pedir auxilio. Rumata inicio una retirada hacia el agujero de donde acababa de salir. Y en aquel instante salio de aquel mismo agujero un hombrecillo vivaracho, cuyo rostro no llamaba la atencion, que rozo a Rumata con el hombro, corrio al encuentro de los monjes y les dijo unas palabras. Estos, sin aguardar mas, arremangaron sus sotanas, dejando al descubierto sus largas piernas con medias lilas, y echaron a correr hasta ocultarse tras las casas mas proximas. El hombrecillo los siguio sin volver la cabeza.
Esta claro, penso Rumata, es un espia guardaespaldas. Y por lo visto no se preocupa de ocultarse. Es obvio que el Obispo de Arkanar es previsor. Seria interesante saber que teme mas: que yo haga algo, o que me ocurra algo a mi. Rumata siguio al espia con la mirada, y luego torcio hacia el lado que conducia al muladar. Este daba a la parte posterior de la cancilleria del ex Ministerio de Seguridad de la Corona, y era de esperar que en el no hubiera patrullas.
El callejon estaba desierto, pero empezaba a oirse como rechinaban los postigos, golpeaban las puertas, lloraba un nino y cuchicheaban entre si los vecinos. Tras una empalizada casi podrida asomo una cara flaca, cansada y negra de hollin, cuyos asustados ojos observaron fijamente a Rumata.
— Perdonad, noble Don, pero ?no podriais decirme que es lo que ocurre en la ciudad? Soy el herrero Kikus, apodado el Cojo. Tendria que ir a la herreria, pero tengo miedo.
— Sera mejor que no vayas — aconsejo Rumata -. Esos monjes no se andan con bromas. Ya no hay Rey. Quien manda es Don Reba, que ahora es el Obispo de la Orden Sacra. Asi que lo mejor que puedes hacer es quedarte en casa y mantener la boca cerrada.
A cada palabra de Rumata, el herrero asentia con la cabeza, mientras sus ojos se iban llenando de tristeza — y desesperacion.
— La Orden, decis — susurro el herrero -. ?Oh, infiernos!… Perdonad. La Orden… ?quienes son, los Grises?
— No — respondio Rumata, mirandolo con interes -. Los Grises han sido eliminados. Son los monjes.
— ?San Miki! ?Asi que tambien a los Grises? ?Vaya con la Orden! No esta mal el que hayan acabado con los Grises, pero, noble Don… ?que sera de nosotros? ?Podremos arreglarnoslas con la Orden?
— ?Y por que no? — dijo Rumata -. La Orden tambien necesita comer y beber. ?Por supuesto que os las arreglareis!
El herrero parecio algo mas animado.
— Yo tambien creo que podremos arreglarnoslas — dijo -. Lo principal es no tocar a nadie para que nadie te toque a ti, ?no os parece, noble Don?
Rumata nego con la cabeza.
— Creo que no — dijo -. Al que no toca a nadie es al que suelen matar primero.
— Tambien es cierto — suspiro el herrero -. ?Pero que puede uno hacer? Estoy mas solo que un esparrago, y tengo a ocho mocosos colgados de mis pantalones. ?Madrecita, si por lo menos hubieran matado a mi maestro! Era oficial de los Grises, ?sabeis? ?Creeis que es posible que lo hayan matado? Le debia cinco piezas de oro.
— No se — dijo Rumata -. Puede que lo hayan matado. Pero debes pensar en otras cosas, herrero. Dices que estas mas solo que un esparrago, y sin embargo en la ciudad hay diez mil esparragos como tu.
— ?Y?
— Pues eso: piensalo — respondio disgustado Rumata, y siguio su camino.
No va a pensar en nada, rezongo. Todavia es pronto para que empiecen a pensar. Y parece que no tendria que haber nada mas facil: diez mil herreros como este, armados de un poco de valor, serian capaces de machacar a cualquiera. Pero aun les falta coraje. No tienen otra cosa que miedo. Cada uno piensa unicamente en si mismo, y tan solo Dios piensa en todos.
Unos arbustos de sauco que habia al final de una manzana de casas se movieron repentinamente, y de entre ellos salio al callejon la gruesa figura de Don Tameo. Cuando vio a Rumata lanzo una exclamacion de jubilo y, con paso poco firme, fue a su encuentro con los brazos abiertos y las manos manchadas de tierra.
— ?Noble Don Rumata! — grito -. ?Que alegria! Por lo que veo, tambien vos vais a la cancilleria.
— Efectivamente — respondio Rumata, eludiendo el abrazo.
— ?Permitidme que os acompane!
— Es un honor.
Se hicieron mutuas y multiples reverencias. Era obvio que Don Tameo habia empezado a beber el dia anterior, y hasta aquel momento aun no se habia podido contener. Para que no cupiera ninguna duda al respecto saco de su amplisimo calzon un frasco de vidrio tallado.
— ?Quereis, noble Don? — le ofrecio respetuosamente a Rumata.
— No gracias; que os aproveche.
— Es ron — insistio Don Tameo -. Ron de verdad, de la metropoli. Me costo una pieza de oro.
Mientras hablaban descendieron al muladar y, tapandose las narices, cruzaron por entre los montones de basura, perros muertos y charcos hediondos repletos de gusanos blancos. En el aire matutino se oia el ininterrumpido zumbar de miriadas de moscas color esmeralda.