Que dificil es ser Dios - Стругацкие Аркадий и Борис. Страница 47

— Es raro — dijo Don Tameo, tapando el frasco -. Es la primera vez que paso por aqui.

Rumata no respondio.

— Siempre senti admiracion por Don Reba — prosiguio Don Tameo -. Estaba convencido de que al final derrocaria al despreciable monarca, nos trazaria nuevos caminos y abriria ante nosotros nuevas perspectivas — y al decir esto, Don Tameo, que ya iba bastante sucio, metio un pie en un profundo charco de aguas amarillo — verdosas y tuvo que sujetarse a Rumata para no caerse dentro -. ?Si! — continuo entusiasticamente, una vez hubo pisado nuevamente tierra firme -. Nosotros, la joven aristocracia, siempre estaremos con Don Reba. ?Por fin ha llegado la indulgencia que esperabamos! Figuraos, Don Rumata: llevo ya una hora entera andando por callejuelas y huertas, y aun no he visto ni a un solo cerdo Gris. Hemos barrido la escoria Gris de la faz de la tierra. ?Que bien se respira ahora en este Arkanar renacido! En lugar de los zafios insolentes, de los cinicos tenderos y de los patanes, en las calles tan solo se ven ahora siervos del Senor. Algunos aristocratas se pasean ya abiertamente por delante de sus casas, sin temor a que cualquier ignorante con un mandil embonigado los pueda salpicar con su ronoso carro. Ya no hay que abrirse paso entre los carniceros y los drogueros de ayer. Protegidos por la bendicion de la gran Orden Sacra (a la que yo siempre tuve un gran respeto y, no quiero ocultarlo, un gran carino), llegaremos a un florecimiento nunca visto, y entonces ningun patan se atrevera a mirar a un noble Don sin un permiso especial firmado por el Inspector Provincial de la Orden. Estoy pensando precisamente en presentar una memoria al respecto…

— ?Que hedor! — gruno Rumata.

— Si, es algo terrible — asintio Don Tameo, volviendo a tapar el frasco -. Y sin embargo, ?que bien se respira en el Arkanar renacido! Y el precio del vino ha bajado a la mitad…

Don Tameo consiguio dejar seco el frasco antes de que llegaran a la cancilleria. Lo tiro al aire, y aquello lo puso muy contento. Se cayo dos veces, con la particularidad de que la ultima no quiso limpiarse, puesto que, segun dijo, era un gran pecador, sucio por naturaleza, y como tal debia presentarse. De vez en cuando recitaba a gritos su memoria:

— ?No creeis que esta bien expresado? — exclamaba -. Ved, por ejemplo, esta frase, queridos nobles Dones: «para que los hediondos paletos…» ?Que brillante idea, ?eh?!

Cuando llegaron al patio trasero de la cancilleria, Don Tameo se abrazo al primer monje que vio y, banado en lagrimas, empezo a pedirle que le absolviera de todos sus pecados. El monje hacia esfuerzos por quitarse de encima a aquel loco que lo estaba asfixiando, e incluso intento silbar pidiendo ayuda, pero Don Tameo se aferro a su sotana y ambos rodaron por el suelo, sobre un monton de desperdicios. Rumata se alejo, mientras a sus espaldas oia un silbido intermitente y unos gritos desaforados:

— ?Para que los hediondos paletos…! ?La bendicion…! ?De todo corazon…! ?Sentia carino!, ?entiendes, animal? ?Carino!

En la plaza que habia delante de palacio, a la sombra de la cuadra de la Torre de la Alegria, se encontraba ahora un destacamento de monjes a pie armados con mazas herradas. Los cadaveres habian desaparecido. El viento matutino levantaba en la plaza columnas de polvo amarillento. Bajo el amplio tejado conico de la torre los cuervos graznaban y se peleaban entre si. La torre habia sido construida hacia doscientos anos por un antepasado del difunto Rey, con fines exclusivamente militares. Tenia unos solidos cimientos divididos en tres pisos, que servian de almacenes de viveres para caso de sitio. Con el tiempo, la torre fue convertida en prision. Pero durante un terremoto los techos se derrumbaron y hubo que trasladar la carcel a los sotanos. Antes de que aquello ocurriera, una de las reinas de Arkanar se quejo a su augusto esposo de que los lamentos de los torturados que le llegaban desde la torre le impedian divertirse convenientemente. El Rey dio entonces orden de que durante todo el dia una banda militar tocase musica alegre en la torre. Fue entonces cuando recibio su actual nombre. Desde hacia mucho tiempo la torre no era mas que su esqueleto de piedra, y las camaras de tortura habian sido trasladadas a los pisos mas profundos de los sotanos, y ya no tocaba ninguna banda, pero los habitantes de la ciudad seguian llamandola la Torre de la Alegria.

Por lo general, los alrededores de la torre siempre estaban desiertos. Pero aquel dia reinaba alli una gran agitacion; a la torre eran conducidos, llevados o arrastrados milicianos Grises con los uniformes destrozados, vagabundos piojosos y harapientos, ciudadanos medio desnudos y aterrorizados, mujeres que gritaban como desesperadas, y bandas enteras de desharrapados del ejercito nocturno. Al mismo tiempo, por algunas de las salidas secretas sacaban con ganchos cadaveres, los echaban en carros y se los llevaban de la ciudad. Una cola larguisima de nobles y ciudadanos acomodados, que salia de la puerta abierta de la cancilleria, presenciaba llena de panico y confusion aquella escena.

En la cancilleria dejaban entrar a todo el mundo, y a alguno lo llevaban escoltado. Rumata consiguio entrar a empujones. Dentro, el aire era irrespirable. Tras una mesa, sobre la que habia muchas listas, estaba sentado un funcionario de rostro amarillo — grisaceo. Llevaba una pluma de ganso sujeta tras la oreja derecha. El solicitante de turno, el noble Don Keu, se atuso el bigote y dio su nombre.

— ?Quitaos el sombrero! — dijo el funcionario, sin levantar la vista de los papeles.

— Los Keu pueden permanecer cubiertos incluso ante el Rey — dijo orgullosamente Don Keu.

— Ante la Orden nadie puede permanecer cubierto.

Don Keu enrojecio, su rostro hirvio de ira, pero se quito el sombrero. El funcionario paso su una larga y amarilla por la lista.

— Keu… Keu… — iba susurrando -. Keu… ?Calle Real, numero doce?

— Si — respondio Don Keu con voz irritada.

— Numero cuatrocientos ochenta y cinco, hermano Tibak. El hermano Tibak, que estaba sentado en la mesa de al lado, orondo y rojo por el asfixiante calor, busco en sus papeles, se seco el sudor de su calva, se levanto y leyo monotonamente:

— «Numero cuatrocientos ochenta y cinco. Don Keu, Calle Real, numero doce. Por difamacion del nombre de su ilustrisima el Obispo de Arkanar Don Reba, producida en el baile de palacio, hace dos anos, recibira tres docenas de azotes en las partes blandas, previamente desnudadas, y ademas besara los zapatos a Su Ilustrisima.»

El hermano Tibak se sento.

— Seguid por este pasillo — dijo el funcionario -. Los azotes los recibireis a la derecha. Los zapatos estan a la izquierda. ?El siguiente!…

A Rumata le sorprendio enormemente que Don Keu no protestase. Por lo visto, mientras permanecia en la cola, habia presenciado cosas peores. Don Keu carraspeo con dignidad, se atuso el bigote, y echo a andar por el pasillo. El siguiente, el abotagado gigante que era Don Pifa, ya se habia quitado el sombrero.

— Pifa… Pifa… — murmuro el funcionario, mientras recorria la lista con el dedo -. ?Calle de los Lecheros, numero dos?