Que dificil es ser Dios - Стругацкие Аркадий и Борис. Страница 44

La ciudad estaba aterrada. El rojizo sol del amanecer alumbraba lugubremente las desiertas calles, las ruinas humeantes, los postigos arrancados y las puertas rotas. Los trozos de vidrio mezclados entre el polvo despedian reflejos sangrientos. Una nube de cuervos habia caido sobre la ciudad, como si fuera un campo raso. Las plazoletas y las encrucijadas estaban tomadas por jinetes vestidos de negro que formaban parejas y trios. Aquellos soldados vigilaban atentamente cualquier movimiento a traves de las rendijas de sus capuchas, girando lentamente el cuerpo sobre sus cabalgaduras. De unos postes improvisados pendian sobre ya apagadas hogueras cuerpos carbonizados sujetos con cadenas. Parecia como si lo unico que quedara vivo en la ciudad fueran los cuervos y aquellos asesinos enlutados.

Rumata recorrio la mitad del camino hasta su casa con los ojos cerrados. Le dolia horriblemente el magullado cuerpo, y no podia respirar bien. ?Son acaso realmente hombres esos seres?, iba pensando. ?Hay en ellos algo de humano? Mientras matan a unos en plena calle, otros permanecen escondidos en sus casas, esperando sumisamente a que llegue su turno. Y cada uno piensa: «que cojan a quien quieran, pero que no me toquen a mi». Los unos matan a sangre fria, y los otros tienen la sangre fria de esperar a que los maten. Esta sangre fria es lo mas horrible. Hay diez personas, muertas de miedo, esperando docilmente, y una sola que se acerca a ellas, elige su victima, y la mata a sangre fria frente a las demas. Tienen el alma empanada, y cada hora de docil espera se la ensucia mucho mas. En este mismo momento, dentro de estas casas que parecen muertas, estan naciendo canallas, delatores, criminales… porque millares de personas acobardadas para toda su vida estan ensenando implacablemente a sus hijos a ser cobardes, y estos haran lo mismo con los suyos, y asi sucesivamente. No puedo mas. Un poco mas de esto, y me volvere loco o me convertire en uno como ellos. Un poco mas, y dejare de comprender cual es mi mision aqui. Tengo que descansar… tengo que volverle la espalda a todo esto, tengo que tranquilizarme.

«…a finales del ano del Agua — asi llamado en la nueva nomenclatura -, los procesos centrifugos en el antiguo Imperio se hicieron muy importantes. Aprovechando esta circunstancia, la Orden Sacra, que representaba los intereses de los grupos mas reaccionarios de la sociedad feudal, y que aspiraba a detener a toda costa la disipacion…» Pero, cuando escribais esto, ?quien de vosotros sabra como olian los cuerpos de las personas quemadas en la hoguera? ?Quien habra visto a una pobre mujer desnuda, con el vientre rajado, tirada en medio de la calle? ?Quien de vosotros, ninos y ninas del futuro que mirareis estas lecciones en el estereovisor pedagogico de las escuelas de la Republica Comunista de Arkanar habra contemplado ciudades en las que la gente calla mientras los cuervos graznan?

Algo duro y punzante apoyandose contra su pecho aparto a Rumata de estos pensamientos. Abrio los ojos y vio ante si a un jinete negro. La punta de su larga pica, de ancha y afilada hoja en forma de sierra, era lo que empujaba su pecho. El jinete miro silenciosamente a Rumata a traves de las rendijas de su capuchon. Por debajo de este solamente se podia ver una boca de finos labios y una pequena barbilla. Debo hacer algo, penso Rumata. Pero, ?que? ?Tirarlo del caballo? No. El jinete aparto despacio la pica para asestar el golpe. ?Ah, si! Rumata levanto con desgana su brazo izquierdo y tiro hacia arriba de la manga para dejar al descubierto el brazalete de hierro que le habian entregado al salir de palacio. El jinete lo miro, levanto la pica y lo dejo pasar.

— En nombre del Senor — dijo secamente el de a caballo, con una pronunciacion rara.

— En nombre Suyo — refunfuno Rumata, y siguio su camino, pasando junto a otro jinete que estaba intentando alcanzar con la pica la tallada figura de un alegre diablillo que habia en la cornisa de una casa. Tras el postigo medio arrancado de una ventana del segundo piso se distinguio por unos momentos la silueta de un grueso rostro muerto de miedo. Debia ser el de alguno de aquellos tenderos que hasta hacia tres dias gritaban: «?Viva Don Reba!» mientras bebian cerveza, y oian placenteramente el resonar de las botas claveteadas machacando la calle. ?Que ignorancia!

?Y que le habra ocurrido a mi casa?, penso de repente, y acelero el paso. El ultimo trozo de calle lo paso casi corriendo. La casa estaba intacta. En los escalones de la puerta estaban sentados dos monjes, con los capuchones echados hacia atras y las mal afeitadas cabezas expuestas al sol. Cuando vieron llegar a Rumata se pusieron en pie.

— En nombre del Senor — dijeron al unisono.

— En Su nombre — respondio Rumata -. ?Que estais haciendo aqui?

Los monjes hicieron una inclinacion, poniendo las manos sobre sus vientres.

— Vos habeis llegado — dijo uno de ellos -, y nosotros nos vamos. — Bajaron los escalones, y se marcharon sin apresurarse, encorvados y con las manos metidas en las mangas de sus habitos.

Rumata los siguio con la vista, y recordo como antes habia visto miles de veces aquellas humildes figuras con sotanas negras. Pero antes no arrastraban por el polvo las vainas de sus grandes espadas. No caimos en la cuenta de ello, penso. ?Que error! Como se divertian los nobles Dones cuando se encontraban con algun monje solitario: se colocaban uno a cada lado, y empezaban a contar historias obscenas. Y yo, idiota, me fingia borracho e iba tras ellos riendome a carcajadas y alegrandome de que el Imperio no fuera victima del fanatismo religioso. ?Pero que podia hacerse? Si, ?que podia hacerse?

— ?Quien es? — pregunto desde dentro una temblorosa voz.

— ?Abre, Muga! ?Soy yo! — dijo Rumata en voz baja.

Sonaron los cerrojos, se entreabrio la puerta, y Rumata entro en el vestibulo. Vio que todo estaba como de costumbre y suspiro. El viejo Muga, tan respetuoso como siempre, se apresuro a. coger el casco y la espada.

— ?Como esta Kira?

— Se encuentra bien: esta arriba.

— Magnifico — dijo Rumata, quitandose el tahali -. Y Uno, ?por que no esta aqui? Muga cogio el tahali.

— Uno esta muerto. Lo han matado. Esta en el cuarto de la servidumbre.

Rumata cerro los ojos.

— ?Uno muerto? ?Quien ha sido?

Pero no espero la contestacion. Se dirigio casi corriendo al cuarto de la servidumbre. Uno estaba tendido sobre una mesa, cubierto hasta la cintura con una sabana. Tenia las manos entrelazadas sobre el pecho, los ojos abiertos y la boca deformada en una horrible mueca. Los criados rodeaban la mesa con las cabezas bajas, escuchando los susurros del monje sentado en un rincon. La cocinera gemia suavemente. Rumata, sin apartar la vista del muchacho, intento desabrocharse el cuello del jubon. Los dedos no le obedecian.

— Canallas… — murmuro Rumata -. Todos ellos canallas…

Se tambaleo, se acerco a la mesa, miro a los ojos del muchacho, levanto un poco la sabana y la dejo caer de nuevo inmediatamente.

— Si, es tarde… demasiado tarde. Ya no hay remedio. ?Canallas…! Decid, ?quien lo mato? ?Los monjes?