Viernes o Los limbos del Pac?fico - Tournier Michel. Страница 23
Y ella le decia por ultimo, como si hubiera podido leer en su interior, sus meditaciones sobre el sexo y la muerte:
De este modo Speranza, a partir de ese momento, tenia el don de la palabra. Ya no era el roce del viento de los arboles, ni el mugido de las olas inquietas, ni los chasquidos apacibles del fuego vigia que se reflejaba en los ojos de Tenn. La Biblia, plena de imagenes que identifican la tierra con una mujer o la esposa con un huerto, acompanaba a sus amores con el mas venerable de los epitalamios. Robinson aprendio pronto de memoria aquellos textos sagrados tan ardientes y, cuando atravesaba el bosque de los gomeros y los sandalos para dirigirse a la loma rosa, proferia los versiculos del esposo, y luego, callandose, oia cantar en el las respuestas de la esposa. Estaba entonces preparado para arrojarse sobre un surco de arena y, poniendo a Speranza como un sello sobre su corazon, calmar en ella su angustia y su deseo.
Robinson necesito cerca de un ano para llegar a darse cuenta de que sus amores provocaban un cambio de vegetacion en la loma rosa. No habia reparado en que primero desaparecieron las hierbas y las gramineas por todas las zonas donde habia propagado su simiente de carne. Pero su atencion fue alertada por la proliferacion de una planta nueva que no habia visto en ninguna parte de la isla. Eran grandes hojas denticuladas que crecian en manojos a ras del suelo sobre un tallo muy corto. Daban hermosas flores blancas de petalos lanceolados, con un olor parecido al de una planta acuatica y con tostadas bayas voluminosas que sobresalian ampliamente de su caliz.
Robinson las examino con curiosidad; luego no penso ya mas en ellas hasta el dia en que creyo tener la prueba indiscutible de que aparecerian regularmente tras pocas semanas en el preciso lugar en que se habia vertido. Desde ese momento su cabeza no dejo de dar vueltas a aquel misterio. Enterro su simiente cerca de la gruta. En vano. Aparentemente solo la loma podia producir aquella variedad vegetal. La rareza de aquellas plantas le impedia recogerlas, disecarlas, probarlas, como habria hecho en otras circunstancias. Se habia decidido al fin a buscar alguna alternativa para salir de aquella preocupacion sin salida, cuando un versiculo del Cantar de los Cantares , que habia repetido mil veces sin darle importancia, le trajo una repentina iluminacion: «?Las mandragoras esparciran sus perfumes!», prometia la joven esposa. ?Era posible que Speranza cumpliera aquella promesa biblica? Habia oido contar maravillas de aquella solanacea que crece al pie de los cadalsos, alli donde los ajusticiados han propagado sus ultimas gotas de licor seminal, y que son, en suma, producto del cruce del hombre y de la tierra. Aquel dia se precipito hacia la loma rosa y, arrodillado ante una de aquellas plantas, arranco su raiz muy lentamente, cavando alrededor con sus dos manos. Era eso: sus amores con Speranza no habian sido esteriles: la raiz carnosa y blanca, curiosamente bifurcada, parecia sin discusion el cuerpo de una ninita. Temblaba de emocion y de ternura al volver a colocar a la mandragora en su agujero y al volver a colocar la arena en torno a su tallo, como se arropa a un nino en su cuna. Despues se alejo de puntillas, procurando no aplastar alguna otra.
Desde ese momento sentia que estaba unido a Speranza con un vinculo mas fuerte y mas estrecho, bendecido por la Biblia. Habia humanizado a la que ahora podria llamar su esposa de una forma incomparablemente mas profunda que lo habia hecho antes con todas sus empresas de administrador. Desde luego, dudaba de si al mismo tiempo aquella union mas estrecha no suponia, en cambio, para el mismo un paso mas en el abandono de su propia humanidad, pero solo pudo comprobarlo la manana en que, al despertarse, constato que su barba, creciendo en el transcurso de la noche, habia comenzado a fijar sus raices en la tierra.