Samarcanda - Maalouf Amin. Страница 14

Digo «esta ciudad», pero no se trata, propiamente hablando, de una ciudad. Por otra parte, se cuenta aun la historia de un joven viajero de Rayy tan ansioso por ver las maravillas de Ispahan que el ultimo dia se separo de su caravana para galopar solo a rienda suelta. Al cabo de algunas horas se encontro al borde del Zayande Rud, «el rio que da la vida», siguio su curso y se encontro ante una muralla de tierra. El poblado le parecio de respetable tamano, pero mucho mas pequeno que su propia ciudad de Rayy. Al llegar a la puerta pregunto a unos guardias.

– Esto es la ciudad de Yay -le respondieron.

Ni siquiera se digno entrar, la rodeo y prosiguio su ruta hacia el oeste. Su cabalgadura estaba agotada, pero el seguia fustigandola. Pronto se encontro jadeante a las puertas de otra ciudad, mas imponente que la primera pero apenas mas extensa que Rayy, e interrogo a un anciano que pasaba.

– Esto es Yahudiye, la Ciudad judia.

– ?Tantos judios hay en este pais?

– Hay algunos, pero la mayoria de los habitantes son musulmanes como tu y como yo. La llaman Yahudiye porque dicen que el rey Nabucodonosor instalo aqui a los judios que habia deportado de Jerusalen; otros pretenden que la esposa judia de un sha de Persia habia hecho venir a este lugar, antes de la epoca, a gente de su comunidad. ?Solo Dios sabe la verdad!

Nuestro joven viajero dio la vuelta, pues, resignado a proseguir su camino aunque su caballo se desplomara bajo sus piernas, cuando el anciano lo llamo:

– ?A donde piensas ir ahora, hijo?

– A Ispahan.

El anciano se echo a reir.

– ?No te han dicho nunca que Ispahan no existe?

– ?Corno? ?No es la mas grande, la mas hermosa de las ciudades de Persia? ?No era ya en tiempos remotos la altiva capital de Artaban, rey de los partos? ?No han alabado sus maravillas en los libros?

– No se lo que dicen los libros, pero yo naci aqui hace setenta anos y solo los extranjeros me hablan de la ciudad de Ispahan. Yo nunca la he visto.

No exageraba. El nombre de Ispahan designo durante largo tiempo, no a una ciudad, sino a un oasis donde se elevaban dos ciudades muy distintas, separadas una de otra por una hora de camino, Yay y Yahudiye. Habria que esperar al siglo XVI para que esas ciudades y los pueblos de alrededor se fundieran en una verdadera ciudad. En tiempos de Jayyam no existia aun, pero se habia construido una muralla de tres parasangas de largo, o sea, una docena de millas, destinada a proteger el conjunto del oasis.

Omar y Hassan han llegado por la noche, tarde. Han encontrado alojamiento en Yay, en un caravasar cercano a la puerta de Tirah. Alli se tienden y, sin tiempo para intercambiar ni una sola palabra, comienzan a roncar al unisono.

Al dia siguiente Jayyam acude a visitar al gran visir. En la Plaza de los Cambistas, viajeros y mercaderes de todos los origenes, andaluces, griegos o chinos se afanan en torno a los expertos en monedas que, dignamente provistos de su balanza reglamentaria, raspan un dinar de Kirman, de Nisapur o de Sevilla, olisquean un tanka de Delhi, sopesan un dirham de Bujara o tuercen el gesto ante un pobre nomisma de Constantinopla recientemente devaluado.

El portico del divan , sede del gobierno y residencia oficial de Nizam el-Molk, no esta lejos. Los pifanos de la nawba estan encargados de tocar sus trompetas tres veces al dia en honor del gran visir. A pesar de esos signos de pompa, todo el mundo puede entrar y hasta las mas humildes viudas estan autorizadas a aventurarse en el divan, la enorme sala de audiencia, para acercarse al hombre fuerte del Imperio y exponerle lagrimas y quejas. Es ahi solamente donde guardias y chambelanes rodean a Nizam, interrogan a los visitantes y alejan a los importunos.

Omar se detiene en el marco de la puerta. Escruta el recinto, sus paredes desnudas, su alfombra de triple espesor. Con un gesto vacilante saluda a la asistencia, una multitud abigarrada pero en actitud recogida, que rodea al visir, quien en este momento conversa con un oficial turco. Con el rabillo del ojo Nizam descubre al recien llegado; le saluda amistosamente y le indica que se siente. Cinco minutos mas tarde se acerca a el, lo besa en las dos mejillas y luego en la frente.

– Te esperaba, sabia que llegarias a tiempo, tengo muchas cosas que decirte.

Entonces lo lleva de la mano a una pequena habitacion contigua donde podran aislarse. Se sientan uno al lado del otro sobre un enorme almohadon de piel.

– Algunas de mis palabras te van a sorprender, pero espero que despues de todo no lamentes haber respondido a mi invitacion.

– ?Alguien ha lamentado jamas el haber cruzado la puerta de Nizam el-Molk?

– Ha sucedido -murmura el visir con una feroz sonrisa-. He elevado a hombres hasta las nubes y he hundido a otros. Cada dia dispenso la vida y la muerte; Dios me juzgara segun mis intenciones, es El la fuente de todo poder. El ha confiado la autoridad suprema al califa arabe, quien la ha cedido al sultan turco, que la ha colocado entre las manos del visir persa, tu servidor. De los otros exijo que respeten esta autoridad; a ti, jawaye Omar, te pido que respetes mi sueno. Si, sobre esta inmensa comarca que me ha tocado en suerte, sueno con construir el Estado mas poderoso, el mas prospero, el mas estable, el mas civilizado del universo. Sueno con un Imperio donde cada provincia, cada ciudad sea administrada por un hombre justo temeroso de Dios, atento a las quejas del mas debil de sus subditos. Sueno con un Estado donde el lobo y el cordero beban juntos, con toda tranquilidad, el agua del mismo arroyo. Pero no me contento con sonar, construyo. Paseate manana por los barrios de Ispahan, veras a regimientos de trabajadores que cavan y edifican, artesanos que se afanan. Por todas partes surgen hospicios, mezquitas, caravasares, ciudadelas, palacios del gobierno. Pronto cada ciudad importante tendra una gran escuela que llevara mi nombre: «Medersa Nizamiyya.» La de Bagdad funciona ya; dibuje con mi propia mano el plano del lugar, estableci el programa de estudios, escogi los mejores maestros y concedi una beca a cada estudiante. Este Imperio, como puede ver, es una inmensa obra; se eleva, se desarrolla, prospera, es una epoca bendita la que el cielo nos concede vivir.

Entra un sirviente de cabellos claros. Se inclina sosteniendo sobre una bandeja de plata cincelada dos copas de jarabe de rosas helado. Omar toma una que despide vaho fresco; moja sus labios decidido a saborearla despacio. Nizam se toma la suya de un trago antes de proseguir:

– ?Tu presencia en este lugar me agrada y me honra!

Jayyam quiere responder a este asalto de amabilidad. Nizam se lo impide con un gesto:

– No creas que intento halagarte. Soy lo bastante poderoso como para tener que ensalzar solamente al Creador. Pero ya ves, jawaye Omar, por muy extenso que sea un imperio, por muy poblado, por muy opulento que sea, siempre hay penuria de hombres. En apariencia ?cuantas criaturas, cuantas plazas hormigueantes, cuantas densas multitudes! Y sin embargo, a veces, cuando contemplo mi ejercito desplegado, una mezquita a la hora de la oracion, un bazar o incluso mi divan , me pregunto: si yo exigiera de estos hombres prudencia, sabiduria, lealtad, integridad, ?no veria por cada cualidad que enumero dispersarse la masa y luego disolverse y desaparecer? Me siento solo, jawaye Omar, desesperadamente solo. Mi divan esta desierto, mi palacio tambien. Esta ciudad y este Imperio estan desiertos. Tengo siempre la impresion de tener que aplaudir con una mano en la espalda. No me contentaria con hacer venir a hombres como tu desde Samarcanda; estaria dispuesto a ir yo mismo a pie hasta Samarcanda para traerlos.

Omar murmura un «?No lo quiera Dios!» confuso, pero el visir no se detiene.

– Estos son mis suenos y mis preocupaciones. Podria hablarte de ellos durante dias y noches, pero quisiera oirte. Tengo prisa por saber si este sueno te conmueve de alguna manera, si estas dispuesto a ocupar a mi lado el sitio que te corresponde.

– ?Tus proyectos me exaltan y tu confianza me honra!

– ?Que exiges por colaborar conmigo? Dilo sin disimulos, como yo mismo te he hablado. Todo lo que desees lo obtendras. No te muestres timorato, ?no dejes pasar mi momento de loca prodigalidad!

Se rie. Jayyam, consigue esbozar una palida sonrisa en medio de su gran confusion.

– No deseo otra cosa que continuar mis modestos trabajos sin pasar necesidades. Tener lo suficiente para beber, comer, alojarme y vestirme. Mi codicia no va mas alla.

– Para vivir te ofrezco una de las mas hermosas casas de Ispahan. Yo mismo residi alli durante la construccion de este palacio. Sera tuya con sus jardines, huertos, tapices, sirvientes y sirvientas. Para tus gastos te asigno una pension de diez mil dinares sultanies; mientras yo viva se te abonara al comienzo de cada ano. ?Es suficiente?

– Es mas de lo que necesito, no sabria que hacer con semejante suma.

Jayyam es sincero, pero Nizam se muestra irritado.

– ?Cuando hayas comprado todos los libros, llenado todas las jarras de vino y cubierto de joyas a todas tus amantes, distribuiras limosnas entre los menesterosos, financiaras la caravana de La Meca y construiras una mezquita con tu nombre!

Al comprender que su indiferencia y la modestia de sus exigencias han disgustado a su anfitrion, Omar se envalentona:

– Siempre he querido construir un observatorio con un gran sextante de piedra, un astrolabio y diversos instrumentos. Desearia medir la duracion exacta del ano solar.

– ?Concedido! Desde la semana proxima asignare fondos a ese fin, elegiras el emplazamiento y tu observatorio se alzara dentro de pocos meses. Pero dime ?no hay nada mas que pudiera agradarte?

– Por Dios que ya no quiero nada mas; tu generosidad me colma y me abruma.

– Entonces, quiza pueda yo a mi vez formular una peticion.

– ?Despues de lo que acabas de concederme, me sentire feliz de demostrarte una infima parte de mi inmensa gratitud!