Destinos Truncados - Стругацкие Аркадий и Борис. Страница 42

(Soy una persona sencilla, me encanta que en el cine —?pero solo en el cine!— haya un par de Sturmbahnfuhrersde las SS, que hagan fuego, en lo posible con todo tipo de armas, y que tenga lugar una buena batalla de tanques, sobre todo si hay muchos... Mis gustos cinematograficos son de lo mas primitivos; Valentin Demchenko los llama militarismo infantil.)

Me sente ante la maquina de escribir y estuve escribiendo, casi sin interrupcion, dos horas y algo mas, hasta que volvio a sonar el timbre del telefono.

El sol llevaba ya un rato en la habitacion, tenia calor y sudaba, y por eso no respondi al telefono hablando, sino con un rugido. Mas resulto ser nuestro Fiodor Mijeich, y yo, como estudioso del Japon que observa rigidamente los principios del confucianismo, tuve que bajar el tono de inmediato.

Gracias a Dios que no hablamos de la calle Bannaia. Mijeich queria saber si me habia enterado del conflicto entre Oleg Oreshin y Semion Kolesnichenko. Necesite varios segundos para cambiar la sintonia, y a continuacion le dije que si, que conocia aquel conflicto, que el mes pasado habiamos tenido un agrio debate en la comision de admision. Entonces, Mijeich me conto que Oreshin habia presentado en el secretariado una queja contra Kolesnichenko, y que el, Mijeich, queria conocer mi opinion sobre ese conflicto.

—Ese Oreshin es un idiota y un buscapleitos —solte, incapaz de contenerme y olvidando por enesima vez mi decision definitiva de no meterme nunca en esos lios, no interferir ni defender a nadie.

Mijeich me respondio severamente que eso no era una respuesta, que lo que se esperaba de mi no era un insulto sino una opinion objetiva sobre un hecho concreto.

Pero, ?que opinion objetiva podia tener yo sobre aquel asunto? En la reunion anterior de la comision de admision, aquel Oleg Oreshin, un hombre de aspecto bien cuidado, de unos cincuenta anos, que vestia un traje de corte impecable y llevaba gemelos de oro, un grueso anillo de oro y un diente de oro, pidio de repente la palabra y expuso una queja contra el prosista Semion Kolesnichenko, que habia cometido un plagio malintencionado. ?A quien habia plagiado? Pues a el, a Oleg Oreshin, poeta que escribia fabulas, miembro de la comision de admision, laureado con el premio especial de la revista Constructor de Maquinas Herramientas.El, Oleg Oreshin, habia publicado dos anos antes en esa revista la fabula satirica Los afanes del oso.Y cual fue su asombro cuando hacia pocos dias, en el numero de diciembre de la revista Heimland,habia leido la novela corta El tren de la esperanza,traducida del hebreo, que repetia exactamente la situacion, la trama y todo el desarrollo de los personajes de su fabula Los afanes del oso.Asombrado, llevo a cabo una investigacion y establecio que el mencionado S. Kolesnichenko, una vez realizado el plagio, habia escrito la novela corta en ruso y despues la habia presentado en la redaccion de la revista como si se tratara de una traduccion del hebreo. S. Kolesnichenko habia enganado a la redaccion al decir que la traduccion de esa novela, escrita por un autor israeli progresista, la habia llevado a cabo un amigo suyo, enfermo de cuidado. Y el, Oleg Oreshin exigia que sus companeros de la comision de admision lo ayudaran, etcetera.

Lo mas fantastico en aquella historia delirante era el hecho de que al menos la tercera parte de los miembros de la comision de admision acepto apasionadamente aquella queja de O. Oreshin y al momento se dedicaron a proponer diversas medidas, cada cual mas rigurosa que la anterior. Sin embargo, las fuerzas de la razon lograron vencer. Nuestro presidente, que al instante se habia dado cuenta de que tendria que ser el personalmente quien cargara con aquel lio sobre sus espaldas, se manifesto con todo rigor: entendia personalmente la indignacion del camarada Oreshin, pero eso no entraba de ninguna manera en las competencias de la comision de admision, y por tanto la comision no podia dedicarse a ello.

Tonto de mi, pense que asi terminaria todo aquello. Pero no, al parecer la estupidez humana carece de limites. El asunto no termino. Por cierto, Mijeich tenia razon: aqui uno no se libraba con insultos, tacos ni con sabios razonamientos sobre los limites de la estupidez. Cambie de tono y, midiendo cuidadosamente las palabras, exprese mi opinion de que los argumentos de Oleg Oreshin no me resultaban convincentes. La transformacion de una fabula en una novela corta, incluso si aquello habia tenido lugar, se encontraba mas alla del concepto de plagio. Por otra parte, a mi, como traductor experimentado, me resultaba muy interesante conocer como Kolesnichenko habia logrado hacer pasar su obra como una traduccion. En mi opinion, era algo totalmente imposible.

Eso no era ya el discurso de un nino, sino el de un hombre. Mijeich lo escucho sin interrumpir, dio las gracias y colgo. Y no se dijo ni una palabra sobre la calle Bannaia.

Me levante, abri la puerta de la terraza y estuve un rato de pie en el umbral, bajo los rayos del sol. Me sentia vacio, agotado y sereno. De una u otra manera, la leccion del dia se habia cumplido, incluso con un excedente. Ahora podia, con la conciencia limpia, esconder el guion en el cajon, cerrar la maquina y bajar a buscar los diarios. Y eso fue lo que hice.

Ademas de los diarios, habia recibido dos cartas. Una oficial, del club, donde me invitaban al concierto de un bardo desconocido, y pense que debia darle esa invitacion a Katia; quiza aquello le interesaria.

El segundo sobre era artesanal, hecho de un papel marron grueso, cerrado con celo. Bajo la direccion decia: personal, entregar en mano, escrito con tinta negra, pero sin direccion del remitente.

No soporto las cartas sin remitente. No son habituales, pero cada una de ellas contiene alguna porqueria, algo desagradable, o es fuente de lios y preocupaciones adicionales. Compungido, me puse a buscar las tijeras en el escritorio, pero en ese momento volvio a sonar el telefono.

Esta vez llamaba Zinaida Filippovna, que en tono sumiso me recordo la proxima reunion ordinaria de la comision de admision, a celebrarse dentro de diez dias, y que yo aun no habia recogido los materiales para la reunion. Le pregunte si tendriamos que discutir sobre muchas personas. Se trataba de dos prosistas, dos dramaturgos, tres criticos y ensayistas y un poeta de pequeno formato, en total ocho. Le pregunte que era un poeta de pequeno formato, y me contesto que nadie sabia que era, pero se esperaba que aquel poeta diera lugar a un escandalo. Le prometi que pasaria a verla en uno o dos dias.

Otro escandalo. Pense que habria que escribir sobre eso. Una reunion tipica de la comision de admision. Al inicio, para avanzar rapido, se discute el caso de algun pobre autor de la seccion cientifico-popular. El que presenta el informe pronuncia un discurso indignado en contra, confundiendo constantemente la «batisfera» con la estratosfera, y el batiscafo con el piroscafo. La comision lo escucha en silencio, horrorizada, algunos se santiguan subrepticiamente, se oyen exclamaciones como «?Que cosas mas absurdas!». Con patetismo, el orador pregunta: «?Donde esta aqui la literatura?». El segundo orador habla poco y es honesto: no pudo terminar ni uno solo de los libros del aspirante, no entendio nada, habia cosas como infusorios y leproserias, el aspirante es doctor en ciencias y no sabe para que necesita ingresar en la Union... Habla el presidente: el cosmos, el siglo de la revolucion «cienciotecnologica» (quiere decir cientifico-tecnologica), no podemos olvidar la autoridad de nuestra organizacion... la gran literatura... Anton Pavlovich Chejov... Leon Tolstoi... Alexandr Sergueievich... Inodor Inodorovich... El primer aspirante es rechazado en votacion secreta, con solo un voto a favor.