Destinos Truncados - Стругацкие Аркадий и Борис. Страница 44
Un pasillo. No es frecuente encontrar un pasillo asi. Este pasillo era estrecho, sin ventanas, con misteriosos respiraderos enrejados junto al techo, con sordas puertas metalicas que aparecian a la derecha o a la izquierda; el suelo estaba cubierto de tablones desiguales, chirriantes, que cedian al pisarlos. Y no era recto, no, avanzaba segun la regla clasica de las fortificaciones, en zigzag, y cada segmento del zigzag no superaba los veinte metros. Aqui todo estaba calculado para el caso de que la infanteria acorazada del enemigo lograra romper nuestra resistencia en la escalera de caracol, y despues de derribar a la anciana con su mesita, esa infanteria irrumpiera aqui, sin sospechar la terrible emboscada que la aguardaba: de los respiraderos junto al techo caerian sobre el enemigo chorros de aceite hirviendo; las puertas de hierro se erizarian de lanzas con puntas dentadas, del ancho de una mano; los tablones del suelo se partirian, y de cada rincon del zigzag dispararian flechas implacables a quemarropa... Cuando llegue al final del pasillo estaba banado en sudor.
Como habia previsto la honesta anciana, el pasillo me condujo a la sala de conferencias. Pero solo al llegar alli comprendi el sentido de sus ultimas palabras. En la sala de conferencias tenia lugar una reunion, seguramente una asamblea general porque no quedaba un espacio libre entre tanta gente sentada y de pie. Tuve que permanecer en la puerta. No habia modo de seguir adelante.
Al principio, no crei que aquella asamblea fuera un obstaculo para mis intenciones. Era una asamblea como cualquier otra, una mesa larga cubierta con un pano verde, con un botellin de agua; alguien hablaba desde un estrado ante al menos trescientos espectadores y espectadoras alli presentes (en lugar de estar dedicados a impulsar el progreso cientifico-tecnologico). Me puse de puntillas para mirar por encima del mar de cabezas, hasta que logre descubrir, en el rincon mas lejano de la sala, una puerta casi indistinguible, sobre la cual, en una tela blanca, estaba escrito con letras negras: «Escritores, aqui». Solo entonces comence a comprender las dimensiones de la desgracia que me ocurria.
Ni hablar de atravesar la sala para llegar a aquella puerta, no podia caminar sobre las cabezas y los hombros de aquella gente alli reunida, no se hacerlo ni me gusta. Tampoco podia pensar en retirarme con orgullo, pues habia llegado demasiado lejos. La logica me decia que lo unico posible era esperar, sabiendo que ninguna asamblea duraba eternamente.
Al llegar a esa conclusion, me vino a la mente la idea de la cafeteria. En alguna parte detras de mi, tras una de aquellas horribles puertas de hierro, vendian bollos, pinchos de jamon, Pepsi y quiza hasta cerveza. Mire mi reloj. Marcaba las tres menos diez, y si la cafeteria abria hoy, seguramente lo haria dentro de diez minutos. Se podia aguantar diez minutos. Transferi el peso del cuerpo al otro pie, recoste el hombro al marco de la puerta y me dedique a escuchar.
Al poco tiempo me di cuenta de que estaba presenciando un juicio popular. El acusado, un tal Zhujovitski, se dedicaba a hacer infelices a las jovenes trabajadoras de su departamento. Al principio no tenia consecuencias, pero tras el cuarto o quinto caso la paciencia social estallo, los crimenes clamaban al cielo y las victimas clamaban en el comite laboral. El acusado, un hombre descaradamente apuesto, enfundado en una chaquetilla brillante, estaba sentado con aire irritado en una silla separada de la presidencia, a la izquierda, y su cara mostraba terquedad y ausencia de arrepentimiento, aunque tambien prometia someterse al destino.
En general, el asunto me parecio una tonteria. Estaba claro que cuando terminara su chachara el miembro del comite laboral, la tribuna seria ocupada por el jefe del departamento, que clavaria al acusado en la cruz del rechazo social y al momento, sin transicion, pediria clemencia al tribunal, ya que en su departamento todas eran chicas y cada trabajador varon valia su peso en oro; despues, el que presidia haria el resumen en un discurso corto y energico, y todos saldrian corriendo hacia la cafeteria.
Aguardando aquel desarrollo de los acontecimientos, que me parecia inevitable, me dedique a revisar los rostros, mi entretenimiento preferido en asambleas, reuniones y seminarios. Y un minuto despues, para mi asombro, descubri en la quinta fila, directamente delante de la mesa presidencial, el rostro escamoso de mi querido Trepa Nacional, Petia Skorobogatov, y el triste perfil de su amigo, el jugador de billar. Ambos tenian el aspecto de estar alli sentados desde el inicio, y de que tenian derecho a estarlo. El jugador de billar no se movia, solo clavaba los ojos en la mesa: obviamente, el pano verde del mantel le hacia evocar gratas asociaciones. Pero Trepa Nacional estaba muy agitado. Constantemente se volvia hacia su vecina de la derecha, le decia algo con insistencia, sacudiendo su grueso dedo indice; despues inclinaba todo el cuerpo hacia delante, su cabeza asomaba entre las cabezas de sus vecinos del frente, les decia algo con insistencia mientras su gordo trasero llevaba a cabo complejas evoluciones; a continuacion, como si estuviera totalmente satisfecho de la capacidad de comprension de sus interlocutores, se recostaba en el respaldo de su asiento, cruzaba los brazos sobre el pecho y, volviendo la oreja hacia el vecino de atras, escuchaba atentamente lo que este le decia.
—...y en dias como estos, cuando cada uno de nosotros debe entregar todas sus fuerzas para el desarrollo de investigaciones linguisticas concretas —tronaba el orador desde la tribuna—, para el desarrollo y profundizacion de nuestros vinculos con areas multidisciplinarias, en estos dias es particularmente importante que seamos capaces de fortalecer y elevar la disciplina laboral de todos y cada uno, el nivel moral de todos y cada uno, la pureza espiritual, la honestidad personal...
—?Y la zootecnia! —grito repentinamente Petia Skorobogatov, en tono exigente, levantando su mano extendida con el dedo indice apuntando al techo.
Un murmullo incomprensible recorrio la sala. El orador se turbo.
—Por supuesto... claro que si... y tambien la zootecnia... Pero con relacion al camarada Zhujovitski, no debemos olvidar que es nuestro companero...
?Ay, nuestro Trepa Nacional! Decid lo que querais, pero en el hay algo humano, algo que se escribe con mayusculas. A pesar de sus ojos de cerdo, siempre enrojecidos. A pesar de su hedor a licor rancio, que forma algo asi como una atmosfera propia. A pesar de la falta de talento y la chapuceria incomparables de sus obras para escolares. A pesar de su habito de sentarse a mesas ajenas y servirse licor sin preguntar... (A proposito, en esto no tengo razon. Por supuesto, Trepa siempre anda sin dinero porque siempre esta reponiendose de una borrachera. ?Pero cuando tiene dinero...! Puedes comer y beber hasta hartarte, y llevarte un paquete a casa.) Es un fantasioso, eso es lo que lo excusa. Materializa en la practica las fantasias mas inverosimiles, cosas que ocurren solo en los chistes.
Una vez, en la casa de creacion de Murashi, el tonto de Rogozhin regano publicamente al Trepa por aparecer en el comedor totalmente ebrio, y para mas inri le solto una moraleja sobre el perfil moral del hombre sovietico. Trepa lo escucho todo con sospechosa sumision, y por la manana, en un enorme monton de nieve directamente delante del portal de la casa, habia un letrero: ?Rogozhin, lo amo! El letrero habia sido hecho con un chorro amarillo que salpicaba, bastante caliente a juzgar por lo profundo que habia penetrado en el monton de nieve.