Que dificil es ser Dios - Стругацкие Аркадий и Борис. Страница 42

— Que sois un impostor.

— Mi respetable Don Reba — dijo Rumata sentenciosamente -, esas cosas hay que demostrarlas. ?No comprendeis que me estais ofendiendo?

El rostro de Don Reba adopto una expresion enganosamente dulzona.

— Mi querido Don Rumata… por el momento os llamare asi. No acostumbro a demostrar nada a nadie. Lo que haya que demostrar se demuestra en la Torre de la Alegria. Para eso mantengo a toda una serie de especialistas bien pagados que, valiendose de la retorcedora de carne de San Mika, de la bota de Nuestro Senor, de las manoplas de la Martir Pata o del asiento… perdon, del sillon de Totz el Conquistador, pueden demostrar todo lo que sea necesario: que existe Dios o que no existe, que la gente anda cabeza abajo o de lado… ?Me comprendeis? Existe toda una ciencia que se dedica a esa clase de demostraciones. Entended, ?para que voy a molestarme en demostrar lo que se perfectamente? Por otra parte, vuestra confesion no encierra ningun peligro.

— Para mi no — dijo Rumata -. Pero si para vos.

Don Reba quedo un rato pensativo.

— Bien — dijo finalmente -, por lo visto voy a tener que empezar yo. Veamos en que asuntos ha estado complicado el noble Don Rumata de Estoria durante los cinco anos de su vida de ultratumba en el reino de Arkanar. Luego me explicareis que sentido tiene todo esto, ?de acuerdo?

— No deseo prometeros nada de antemano — dijo Rumata -, pero os escuchare atentamente.

Don Reba, tras buscar en uno de los cajones de su mesa, extrajo un trozo de papel fuerte, levanto las cejas, lo miro y dijo:

— Como vos sabeis, yo, Ministro de Seguridad de la Corona de Arkanar, tome ciertas medidas contra los llamados intelectuales, sabios y demas gente inutil y peligrosa para el Estado. Estas medidas tropezaron con una increible reaccion. Mientras todo el pueblo, de modo unanime, conservando su fidelidad al Rey y a las tradiciones de Arkanar, me ayudaba en todo, es decir, entregaba a los que se ocultaban, se tomaba la justicia por su mano y senalaba a los sospechosos que escapaban a mi atencion, una fuerza desconocida pero energica nos quitaba de las manos a los delincuentes mas importantes, mas perversos y mas repugnantes, y los llevaba fuera de las fronteras del Reino. De esta forma pudieron escapar el astrologo ateo Baguir Kissenski; el alquimista Sinda, que como pudo demostrarse tenia relaciones con el espiritu del mal y con las autoridades de Irukan; el abominable panfletista y alterador del orden Tsuren, y otros muchos de menor rango. Asi pudo ocultarse el brujo loco y mecanico Kabani. Alguien gasto montanas de oro intentando impedir que se cumpliera la voluntad del pueblo con relacion a los espias y envenenadores sacrilegos, ex galenos de la corte de Su Majestad. Tambien hubo alguien que, en unas circunstancias que hacen recordar al enemigo de la especie humana, libero de sus guardianes al monstruo de la depravacion, corruptor de almas populares y cabecilla de la insurreccion campesina Arata el Jorobado. — Don Reba hizo una pausa, la piel de su frente se estremecio, y miro significativamente a Rumata. Este elevo sus ojos al techo y sonrio. Recordo el dia en que se llevo a Arata el Jorobado valiendose de un helicoptero. Los guardianes se quedaron alucinados al ver el aparato. Y a Arata le ocurrio lo mismo. Fue un buen golpe.

— Y sabed — prosiguio Don Reba — que este cabecilla llamado Arata esta ahora en libertad, y acaudilla a los siervos que se han sublevado en las regiones orientales de la metropoli, donde se esta derramando mucha sangre noble. Se sabe que este cabecilla no carece de dinero ni de armas.

— Os creo — dijo Rumata -. Desde el primer momento me dio la impresion de que era un hombre decidido…

— ?Asi que reconoceis…? — le interrumpio Don Reba.

— ?Que?

Durante unos segundos se miraron mutuamente a los ojos.

— Sigamos — dijo Don Reba -. Por la salvacion de estos corruptores de almas pagasteis, Don Rumata, segun mis humildes e incompletos calculos, no menos de cuatro arrobas de oro. Ni hay que decir que al hacer esto cayo sobre vos una mancha eterna por haber pactado con el espiritu del mal. Tampoco mencionare que durante todo el tiempo que llevais en el reino de Arkanar no habeis recibido de vuestras propiedades de Estoria ni una sola moneda. ?Por que habriais de recibirla? ?Que objeto tiene enviar dinero a un difunto, aunque sea pariente? Y sin embargo, ?que oro!

Abrio un cofrecillo que tenia medio oculto entre los papeles de la mesa y extrajo un punado de monedas con el perfil de Pisa VI.

— ?Este oro seria suficiente para mandaros a la hoguera! — grito Don Reba -. ?Es oro del diablo! ?No hay manos humanas capaces de obtener un metal tan puro como este!

Y Don Reba perforo a Rumata con su mirada. Magnifico, penso este. No habiamos previsto esto. Es el primero que se da cuenta. Hay que tenerlo presente.

A partir de aquel momento Don Reba volvio a apagarse. En su voz empezaron a infiltrarse notas de paternal condescendencia.

— Y en general obrais con muy poco cuidado, Don Rumata. Me habeis tenido preocupado durante todo este tiempo. ?Que duelista! ?Que pendenciero! ?Ciento veintiseis duelos en cinco anos! Y… ni un solo muerto. Esto es algo que da que pensar. Yo, por ejemplo, he llegado a cierta conclusion. Y no solo yo. Esta misma noche, el hermano Aba… no hay que hablar mal de los difuntos, pero ese era un hombre excesivamente cruel, al que me costaba gran trabajo soportar… el hermano Aba, cuando se dio la orden de arresto contra vos, no encomendo esta tarea a los milicianos mas habiles, sino a los mas fuertes y pesados. Y, como veis, estaba en lo cierto. El resultado fue unas cuantas manos descoyuntadas, varios cuellos magullados, un monton de dientes de menos, pero… ?aqui estais vos! Y eso a pesar de que sabiais perfectamente que os estabais jugando la vida. Sois un maestro, sin la menor duda la mejor espada del Imperio. Pero esta claro que tuvisteis que venderle el alma al diablo, ya que unicamente en el infierno se puede aprender a luchar asi. Y sospecho que esta maestria os fue dada con la condicion de que no debiais matar a nadie, aunque es incomprensible el fin que pueda perseguir el diablo poniendo una tal condicion. Pero estas son cosas de la incumbencia de nuestros eclesiasticos…

Un grunido interrumpio su discurso. Don Reba miro hacia los cortinajes lilas. Alguien luchaba tras ellos. Se oyeron golpes, chillidos: «?Soltadme, soltadme!», injurias, y otras voces en un dialecto incomprensible. Una de las cortinas cayo, arrancada de improviso, y un hombre calvo, con la barbilla ensangrentada y los ojos desorbitados, irrumpio dando traspies en el gabinete y cayo al suelo. Dos manos enormes surgieron de detras de otra cortina, agarraron al recien llegado por los pies y se lo llevaron arrastrando. Rumata lo reconocio: era Budaj. Gritaba desesperadamente:

— ?Me habeis enganado! ?Eso era veneno! ?Por que…?

Sus palabras se ahogaron en la oscuridad. Un hombre vestido de negro colgo rapidamente la cortina caida. En el silencio que siguio se oyo un ruido repugnante. Alguien vomito. Rumata empezo a comprenderlo todo.