Que dificil es ser Dios - Стругацкие Аркадий и Борис. Страница 49

— El rompehuesos tiene arriba un tornillo asi, ?no? Pues se ha roto. ?Que culpa tengo yo de que se haya roto? Pero el me ha echado a empujones, gritandome: «?Eres estupido hasta la medula de los huesos! ?Ve a que te den cinco azotes donde corresponde, y luego vuelve!».

— Habria que saber quien es el que azota. Igual es tambien un estudiante que hace practicas. Entonces podriamos ponernos de acuerdo, reunir entre todos unas monedas y darselas.

— Las Botas del Senor se ponen en los pies, son mas anchas y tienen cunas, mientras que las Manoplas del Martir son para las manos y tienen tornillos, ?comprendes?

— ?Que risa, hermanos! Entro, miro a ver quien es el que esta en las cadenas, y ?quien pensais que es? Pues nada menos que Fica el Pelirrojo, el carnicero de mi calle, el que me tiraba de las orejas cada vez que estaba borracho. Te caiste, pense: ahora vas a ver como tambien yo se divertirme.

— ?Y Pekora Guba? Desde que esta manana se lo llevaron los monjes no ha vuelto. Ni siquiera ha venido a las practicas.

— Pues yo tenia que trabajar en la retorcedora de carne, pero… Bueno, me dio la chaladura de darle con una palanqueta en un costado, y le rompi una costilla. El padre Kin, que se da cuenta de lo ocurrido va, me coge por las patillas, y me da un sacrosanto puntapie con la bota en la mismisima punta de la rabadilla… Os juro que vi las estrellas de verdad, hermanos. ?Como me dolio! Y entonces me dijo: «?Acaso quieres estropearme el material?»

Mirad, mirad, amigos mios, pensaba Rumata, girando despacio la cabeza a uno y otro lado para que el objetivo de su frente captara todos los detalles. Esto no es la teoria. Esto aun no lo ha visto nadie en la Tierra. Mirad, mirad, grabadlo para vuestros documentales historicos… y daos cuenta de lo que vale nuestra epoca, y rendid homenaje a la memoria de los que tuvieron que pasar por todo esto. Mirad estas caras jovenes, obtusas, indiferentes, acostumbradas a todas las ferocidades, y no desvieis la vista a otra parte, porque vuestros propios antepasados no eran mejores que estos.

Una docena de pares de ojos hartos de ver se fijaron en Rumata.

— ?Hey, mirad, un noble Don! Esta blanco…

— ?Ja!… Claro, los nobles no estan acostumbrados…

— En estos casos dicen que hay que darles agua, pero la cadena es corta…

— No te preocupes, ya se le pasara.

— Si me tocara uno asi… Estos contestan a todo lo que les preguntas.

— Hey, hermanos, hablad mas bajo, no se vaya a irritar con nosotros. Mirad cuantos brazaletes. Y papeles…

— Nos esta mirando. Vamonos de aqui, hermanos. Por lo que pueda ocurrir…

Todo el grupo empezo a retroceder, hasta fundirse en la oscuridad, desde donde siguieron mirando con sus ojos de aranas al acecho. Bueno, basta ya, penso Rumata, y se dispuso a agarrar por la sotana al primer monje que pasase. En aquel momento vio a tres, no andando de aqui para alla sino ocupados en una tarea muy concreta: apalear a un verdugo que, por lo visto, no estaba realizando su trabajo a conciencia. Rumata se acerco a ellos.

— En nombre del Senor — dijo en voz baja, pero haciendo sonar sus brazaletes.

Los monjes bajaron sus garrotes y lo miraron.

— En nombre Suyo — respondio el mas alto de los tres.

— Llevadme al carcelero de guardia — exigio Rumata. Los monjes se miraron unos a otros. El verdugo aprovecho la ocasion para desaparecer discretamente.

— ?Y para que lo quereis? — pregunto el monje alto.

Rumata levanto el papel sin decir palabra, lo mantuvo un buen rato ante los ojos del monje, y luego lo volvio a bajar.

— Ah, si — dijo entonces el monje, que obviamente no habia comprendido nada de lo que decia el papel -. Yo soy el carcelero de guardia.

— Perfectamente — dijo Rumata, y enrollo el papel -. Yo soy Don Rumata. Su Ilustrisima me ha entregado al doctor Budaj. Id a por el y traedmelo.

El monje se metio la mano bajo el capuchon y se rasco a placer.

— ?Budaj? — dijo pensativo -. ?Que Budaj? ?El corruptor de menores?

— No — dijo otro monje -. El corruptor es Rudaj. Ademas, lo sacaron anoche. El propio padre Kin le quito los hierros y se lo llevo fuera. Yo…

— ?Pero que estupideces son esas? — bramo Rumata, golpeandose la cadera con el papel -. ?Budaj! ?El que enveneno al Rey!

— ?Ah!… — exclamo el carcelero -. Ya se. ?Pero seguramente ya debe haber sido empalado! Hermano Pakka, ve al calabozo numero doce y mira. ?Os lo vais a llevar? — pregunto, dirigiendose a Rumata.

— Por supuesto. Es mio,

— Entonces debereis entregarme ese papel. Hay que incluirlo en el legajo.

Rumata le dio el papel. El carcelero le dio varias vueltas, mirando los sellos, y exclamo admirado:

— ?Hay que ver como escribe la gente! Bien, noble Don, aguardad un momento: nosotros tenemos que cumplir con nuestro trabajo. ?Hey! ?Donde se ha metido el maldito ese?

Los monjes empezaron a buscar al verdugo. Rumata se alejo de ellos. Finalmente lo encontraron, lo extrajeron de detras del deposito de agua donde se habia ocultado, lo volvieron a tender en el suelo y siguieron dandole de palos, con diligencia pero sin excesiva crueldad. Al cabo de cinco minutos aparecio el monje que habia ido a por Budaj. Arrastraba tras el, tirando de una cadena, a un anciano flaco, completamente cano, vestido de negro.

— ?Aqui teneis a Budaj! — grito alegremente el monje, desde lejos -. Como veis, aun no lo habian empalado. Esta un poco debil, es cierto, pero aun esta vivo y sano. Claro que debe tener hambre desde hace no se cuanto tiempo.

Rumata avanzo a su encuentro, arrebato la cadena de manos del monje y la solto del cuello del anciano.

— ?Sois Budaj el irukano?

— Si — dijo el viejo, mirando desconcertado a su alrededor.

— Yo soy Rumata de Estoria. Seguidme. No os detengais. — Se giro hacia los monjes y dijo -: En nombre del Senor.

El carcelero enderezo el espinazo, dejo caer una vez mas el garrote y respondio con dificultad,:

— En nombre Suyo.

Rumata miro a Budaj, y vio que el pobre viejo se apoyaba en la pared y apenas si podia tenerse en pie.

— Me siento mal — dijo, haciendo una mueca dolorosa que pretendia ser una sonrisa -. Perdonad, noble Don.

Rumata lo sostuvo por debajo del brazo y se lo llevo medio a rastras. En cuanto estuvieron fuera del alcance de la vista de los monjes, saco una pastilla de sporamina y se la dio a Budaj. Este la miro con desconfianza.