Viernes o Los limbos del Pac?fico - Tournier Michel. Страница 15
Narciso de un genero nuevo, abismado en la tristeza, hastiado de si, medito durante largo rato en dialogo consigo mismo. Comprendio que nuestro rostro es esa parte de nuestra carne que se modela y remodela, se calienta y anima sin cesar por la presencia de nuestros semejantes. Un hombre que acaba de dejar a alguien con quien ha mantenido una conversacion animada: su rostro guarda durante un tiempo un cierto remanente de vivacidad que se va apagando poco a poco y que solo volvera a reanimarse con la llegada de otro interlocutor. «Un rostro apagado. Un grado de extincion que sin duda antes no fue alcanzado nunca en la especie humana.» Robinson habia pronunciado estas palabras en voz alta. Pero su rostro, al proferir aquellas palabras como piedras, no se habia alterado mas que un cuerno de niebla o un cuerno de caza. Se esforzo por convocar algun pensamiento alegre y trato de sonreir. Imposible. Realmente habia algo helado en su rostro y habrian sido necesarios largos y alegres encuentros con los suyos para provocar un deshielo. Solo la sonrisa de un amigo habria podido devolverle la sonrisa…
Se sustrajo a la horrible fascinacion del espejo y miro en torno suyo. ?No tenia todo lo que necesitaba en aquella isla? Podia apagar su sed, calmar su hambre, cuidar de su propia seguridad e incluso de su bienestar y la Biblia se hallaba alli para satisfacer sus exigencias espirituales. Pero ?quien, por la simple virtud de una sonrisa, haria alguna vez que se fundiera aquel hierro que paralizaba su rostro? Sus ojos descendieron entonces hacia Tenn, que sentado en el suelo a su derecha levantaba su hocico hacia el. Tenn sonreia a su amo. Por un solo lado de su boca, su labio negro, finamente dentado, se elevaba y dejaba al descubierto una doble hilera de colmillos. Al mismo tiempo inclinaba con gracia la cabeza hacia un lado y se hubiera podido decir que guinaba sus ojos color avellana en un gesto ironico. Robinson cogio con sus dos manos la gran cabeza velluda y su mirada se nublo por la emocion. Un calor olvidado coloreaba sus mejillas y una emocion imperceptible hacia temblar las comisuras de sus labios. Era como en las orillas del Ouse, cuando el primer halito de marzo hacia presentir los cercanos trastornos de la primavera. Tenn sostenia su mueca y Robinson le miraba afectuosamente para recuperar la mas dulce de las facultades humanas. A partir de ahi fue como un juego entre ellos. De pronto Robinson interrumpia su trabajo, su caza, su caminata sobre los guijarros o a traves del bosque -o bien alumbraba una antorcha en medio de la noche- y su rostro, que realmente no estaba mas que muerto a medias, miraba a Tenn de una determinada manera. Y el perro le sonreia, la cabeza inclinada, y su sonrisa de perro se reflejaba dia a dia cada vez con mas nitidez en el rostro humano de su dueno.
El alba era ya rosa, pero el gran concierto de los pajaros y los insectos no se habia iniciado todavia. Ni un soplo de aire animaba a las palmeras que festoneaban el gran porton abierto de la Residencia. Robinson abrio los ojos mucho despues de lo acostumbrado. Se dio cuenta inmediatamente, pero su conciencia moral, que sin duda dormia aun, no se planteo ningun problema a causa de ello. Imagino, como en un panorama, toda la jornada que le esperaba a la puerta. Primero tendria el aseo, luego la lectura de la Biblia ante el atril, a continuacion el saludo a los colores y la «apertura» del fuerte. Haria descender la pasarela sobre el foso y despejaria las salidas obstruidas por las rocas. La manana estaria dedicada al ganado. Las cabras marcadas B13, L24, G2 y Z17 debian ser llevadas al macho. Robinson no dejaba de experimentar desagrado al imaginar la urgencia indecente con que aquellas diablesas corrian sobre sus patas hirsutas enredadas en sus grandes mamas hacia el redil de los machos. Luego las dejaria fornicar a su gusto durante toda la manana. Ademas tendria que visitar tambien la conejera artificial que queria montar. Era un valle arenoso, sembrado de brezos y de retamas que habia rodeado con una tapia de piedras y donde cultivaba nabos silvestres, alfalfa y un rincon de avena para mantener alli una colonia de jutias, especie de liebre dorada con las orejas cortas, de las que solo habia podido matar algunos raros ejemplares desde su llegada a Speranza. Todavia antes del almuerzo deberia nivelar de nuevo sus tres viveros de agua dulce, afectados peligrosamente por la estacion seca. A continuacion comeria deprisa y se vestiria luego con su gran uniforme de general, porque le esperaba una sobremesa muy cargada de obligaciones oficiales: puesta al dia del censo de las tortugas de mar, presidencia de la comision legislativa de la Carta y del Cogido penal y, por ultimo, inauguracion de un puente de lianas audazmente tendido sobre un barranco de cien pies de profundidad en pleno bosque tropical.
Robinson se preguntaba abrumado, si ademas tendria tiempo para acabar la glorieta de helechos arborescentes que habia comenzado a construir en la linde del bosque, bordeando la orilla de la bahia, y que seria tanto un excelente puesto de vigia para controlar el mar como un retiro de sombra verde de un frescor exquisito en las horas mas calidas de la jornada, cuando comprendio de pronto la causa de su tardio despertar: se habia olvidado la vispera de recargar la clepsidra y se habia parado. A decir verdad, el silencio insolito que reinaba en la pieza acababa de serle revelado por el ruido de la ultima gota al caer en el recipiente de cobre. Volviendo la cabeza, constato que la siguiente gota aparecia timidamente en el extremo de la bombona vacia, se alargaba, adoptaba un perfil periforme, dudaba luego, como desanimada, recuperaba su forma esferica y volvia a ascender hacia su fuente renunciando a caer y esbozando incluso una inversion del curso del tiempo.
Robinson se estiro voluptuosamente en su lecho. Era la primera vez desde hacia meses que el ritmo obsesivo de las gotas, estallando una a una en el balde, cesaba de dirigir sus menores gestos con un rigor de metronomo. El tiempo quedaba suspendido. Robinson estaba de vacaciones. Se sento al borde de la cama. Tenn se acerco y coloco amorosamente su hocico sobre su rodilla. ?De modo que la omnipotencia de Robinson sobre la isla -hija de su absoluta soledad- llegaba hasta un dominio del tiempo! Saboreo con arrobo el hecho de que a partir de ese momento no dependeria mas que de su voluntad tapar la clepsidra y suspender asi el vuelo de las horas…
Se levanto y se dirigio hacia la puerta. El desvanecimiento de felicidad que le embargo le hizo tambalearse y le obligo a apoyarse con el hombro en una de las jambas. Mas tarde, al reflexionar sobre aquella especie de extasis que le habia embargado y tratando de darle un nombre, lo llamo un momento de inocencia. Habia creido en un primer impulso que la detencion de la clepsidra no habia hecho mas que aflojar las redes de su empleo del tiempo y detener la urgencia de sus trabajos. Pero ahora se daba cuenta de que aquella pausa no era exclusivamente un acontecimiento suyo, sino de toda la isla. Se podria decir que las cosas al cesar de pronto de inclinarse unas hacia otras orientadas por su utilizacion -y su usura- habian regresado a su esencia; las cosas manifestaban todos sus atributos, existian por si solas, ingenuamente, sin otra justificacion que su propia perfeccion. Una gran dulzura caia del suelo, como si Dios en un repentino impulso de ternura se hubiera acordado de bendecir a todas las criaturas. Habia algo de felicidad suspendida en el aire y, durante un breve instante de indecible alegria, Robinson creyo descubrir otra isla tras aquella en la que pensaba solitariamente desde hacia ya tanto tiempo: otra isla mas fresca, mas calida, mas fraternal, enmascarada habitualmente por la mediocridad de sus ocupaciones.
Descubrimiento maravilloso: ?era posible, por tanto, escapar a la implacable disciplina del empleo del tiempo y a las ceremonias sin por ello sucumbir a la cienaga! Era posible cambiar sin decaer. Podia romper el equilibrio obtenido con tanto trabajo y superarse en vez de degenerar. Indiscutiblemente acababa de franquear un grado en la metamorfosis que minaba la parte mas secreta de si mismo. Pero no era mas que un destello pasajero. La larva habia presentido en aquel breve extasis que algun dia llegaria a volar. Vision embriagadora, pero pasajera.
A partir de ese momento recurrio con frecuencia a detener la clepsidra para entregarse a experiencias que tal vez un dia harian que un nuevo Robinson se desprendiera de la crisalida en la que todavia permanecia dormido. Pero su hora todavia no habia llegado. La otra isla no emergio mas de la neblina roja del alba, como en aquella memorable manana. Con paciencia recogio su antiguo fardo y retomo el juego donde lo habia dejado, olvidandose en la cadena de pequenas tareas y en la etiqueta de que el habia podido aspirar a otra cosa.
Log-book .- Apenas puedo considerarme versado en filosofia, pero las largas meditaciones a que a la fuerza me veo reducido, y sobre todo esa especie de desencadenamiento de algunos de mis mecanismos mentales, al hallarme privado de toda sociedad, me llevan a algunas conclusiones que rozan el antiguo problema del conocimiento. Me parece, en una palabra, que la presencia del otro -y su inadvertida introduccion en todas las teorias- es causa grave de confusion y de oscuridad en la relacion entre el que conoce y lo conocido. No se trata de que el otro no tenga un eminente papel que desempenar en esta relacion, sino que haria falta que su intervencion se diera a su debido tiempo y a plena luz y no de forma intempestiva y como al tuntun.
En una pieza oscura, una vela, que es movida de un lado a otro, ilumina determinados objetos y deja otros en la noche. Emergen de las tinieblas iluminados por un momento y luego se funden de nuevo con la oscuridad. Pero el que sean iluminados o no nada cambia ni de su naturaleza ni de su existencia. Tal y como eran antes de que pasase sobre ellos el haz luminoso, tales seguiran siendo durante y despues de ese paso.
Tal es, mas o menos, la imagen que nos hacemos del acto del conocimiento: la vela representa al sujeto que conoce y los objetos iluminados a todo lo conocido. Pero he aqui lo que me ha ensenado mi soledad: este esquema no corresponde mas que al conocimiento de las cosas por otros, es decir, corresponde a un sector limitado y particular del problema del conocimiento. Un extrano, introducido en mi habitacion, descubriendo determinados objetos, observandolos y luego desinteresandose de ellos para interesarse por otra cosa, esto es precisamente lo que revela el mito de la vela paseada en una pieza oscura. El problema general del conocimiento debe ser planteado en un estadio anterior y mucho mas fundamental, porque para que se pueda hablar de un extrano que se introduce en mi casa y hurga entre las cosas que en ella se encuentran, es preciso que yo este ya alli, abarcando mi habitacion con la mirada y observando los manejos del intruso.