Samarcanda - Maalouf Amin. Страница 23

?Es una mujer colmada, la China? ?Como podria serlo? Cuando esta sola o con Yahan, su confidente, llora lagrimas de madre, lagrimas de sultana, maldice al injusto destino y nadie piensa en reprocharselo. Malikxah habia escogido al mayor de sus hijos como heredero y lo llevaba en todos los viajes, a todas las ceremonias, le ensenaba una a una sus provincias, le hablaba del dia en que le sucederia: «?Jamas ningun sultan ha legado un imperio mayor a su hijo!», le decia. Si, en ese tiempo Terken se sentia colmada, ningun dolor deformaba su sonrisa.

Pero el heredero murio. Una fiebre subita, fulminante, despiadada. Por mas sangrias y cataplasmas que los medicos prescribieron, su vida se apago en dos noches. Se dijo que habia sido mal de ojo, quiza incluso algun veneno imposible de detectar. A pesar de su desconsuelo, Terken se rehace. Una vez pasado el luto, hace que designen como heredero al segundo de sus hijos, con quien pronto se encarina Malikxah, concediendole titulos muy sorprendentes para sus nueve anos, pero la epoca es pomposa, ceremoniosa: «Rey de reyes, Pilar del Estado, Protector del Principe de los Creyentes…»

Maldicion y mal de ojo, el nuevo heredero no tarda en morir, el tambien, y tan subitamente como su hermano, de una fiebre igual de sospechosa.

La China tenia un hijo mas, el ultimo, y le pidio al sultan que lo designara como sucesor. Esta vez el asunto era mas dificil; el nino solo tenia un ano y medio y Malikxah era padre de otros tres muchachos, todos mayores que el. Dos habian nacido de una esclava, pero el mayor, llamado Barkyaruk, era hijo de la propia prima del sultan. ?Como dejarle de lado? ?Con que pretexto? ?Quien mejor que ese principe, doblemente selyuqui, para acceder a la dignidad de heredero? Esa era la opinion de Nizam. El, que queria poner un poco de orden en las disputas turcas, el, que siempre habia tenido la preocupacion de instaurar alguna regla de sucesion dinastica, habia insistido con los mejores argumentos del mundo para que el mayor fuera designado. Sin resultado, Malikxah no se atrevia a contrariar a Terken y, puesto que no podia nombrar a su hijo, no nombraria a nadie. Preferia correr el riesgo de morir sin heredero, como su padre, como todos los suyos.

Terken no esta satisfecha y no lo estara hasta que vea su descendencia debidamente asegurada. Vemos, pues, hasta que punto lo que mas desea en el mundo es la desgracia de Nizam, obstaculo para sus ambiciones. Para obtener su sentencia de muerte esta dispuesta a todo, a intrigas y a amenazas, y ha seguido dia a dia las negociaciones con los Asesinos. Acompana al sultan y a su visir en el viaje a Bagdad. Quiere estar presente en la ejecucion.

Es la ultima comida de Nizam. La cena es un iftar , el banquete que celebra la ruptura del ayuno de decimo dia de ramadan. Dignatarios, cortesanos, emires del ejercito, todos estan sobrios, contra su costumbre, por respecto al mes santo. La mesa esta dispuesta bajo una inmensa tienda. Algunos esclavos sostienen antorchas para que se pueda escoger, en las enormes bandejas de plata, el mejor trozo de camello o de cordero, el muslo mas carnoso de perdigon, hacia los que se tienden sesenta manos hambrientas que rebuscan en la carne y en la salsa. Se reparte, se desgarra, se devora. Cuando alguien se encuentra en posesion de un pedazo apetitoso, se lo presenta al vecino que quiere honrar.

Nizam come poco. Esa noche sufre mas que de costumbre, le arde el pecho y siente como si la mano de un gigante invisible le apretara las entranas. Malikxah esta a su lado, comiendo todo lo que sus vecinos le destinan. A veces se le ve arriesgar una mirada oblicua hacia su visir. Debe de pensar que tiene miedo. De pronto tiende la mano hacia una bandeja de higos negros, escoge el mas gordo y se lo ofrece a Nizam, que lo coge cortesmente y lo muerde sin ganas. ?Que sabor pueden tener los higos cuando uno se sabe tres veces condenado, por Dios, por el sultan y por los Asesinos?

Por fin se termina el iftar. Ya es de noche. Malikxah se levanta de un salto, tiene prisa por reunirse con su China para contarle las muecas del visir. Nizam, por su parte, apoya los codos y luego se incorpora con dificultad para ponerse de pie. Las tiendas de su haren no estan lejos, su anciana prima le habra preparado una coccion de mirobalano para aliviarle. Solo hay que dar cien pasos. A su alrededor, la inevitable algarabia de los campamentos reales. Soldados, servidores, vendedores ambulantes. A veces la risa ahogada de una cortesana. Va solo y ?que largo parece el camino! Habitualmente le rodea un corro de cortesanos, pero ?quien querria que lo vieran con un proscrito? Hasta los pediguenos han huido. ?Que podrian obtener de un anciano en desgracia?

Sin embargo, un individuo se acerca, un buen hombre vestido con un ropon remendado. Murmura unas palabras piadosas. Nizam palpa su bolsa y saca tres monedas de oro. Hay que recompensar al desconocido que aun se acerca a el.

Un centelleo, el centelleo de una hoja, todo sucede muy deprisa. Apenas Nizam alcanza a ver la mano que se mueve y ya el punal atraviesa su ropa, su piel, la punta se desliza entre sus costillas. Ni siquiera grita. Solo un movimiento de estupor mientras aspira una ultima bocanada de aire. Quiza, al desplomarse, haya vuelto a ver repetido lentamente ese centelleo, ese brazo que se estira, se encoge, esa boca crispada que escupe: «?Toma ese regalo! ?Te viene de Alamut!»

Entonces resuenan los gritos. El Asesino corre, lo acorralan de tienda en tienda, lo encuentran. Apresuradamente le cercenan la garganta y luego lo arrastran por los pies descalzos para arrojarlo a un fuego.

En los anos y decadas venideros, los innumerables mensajeros de Alamut conocerian la misma muerte, con la diferencia de que ya no tratarian de huir. «No basta con matar a nuestros enemigos», les ensena Hassan. «No somos asesinos, sino ejecutores; tenemos que actuar en publico, para ejemplo de todos. Nosotros matamos a un hombre, pero aterrorizamos a cien mil. Sin embargo, no basta con ejecutar y aterrorizar, tambien hay que saber morir, ya que, aunque matando desanimamos a nuestros enemigos de emprender cualquier accion contra nosotros, muriendo de la manera mas valerosa posible provocamos la admiracion de la multitud. Y de esa multitud saldran hombres para unirse a nosotros. Morir es mas importante que matar. Matamos para defendemos, morimos para convertir, para conquistar. Conquistar es una meta, defenderse es solo un medio.»

Desde entonces los asesinatos tendrian lugar, preferentemente, los viernes, en las mezquitas y a la hora de la oracion solemne, ante el pueblo reunido. La victima, visir, principe, dignatario religioso, llega rodeada de una imponente guardia. La multitud esta impresionada, sumisa y admirada. El enviado de Alamut esta alli, en alguna parte, bajo el disfraz mas inesperado. Por ejemplo, de miembro de la guardia. En el momento en que todas las miradas convergen, golpea. La victima se derrumba, el verdugo no se mueve, grita una formula aprendida y afecta una sonrisa de desafio esperando dejarse inmolar por los guardias enfurecidos y luego despedazar por la muchedumbre atemorizada. El mensaje ha llegado; el sucesor del personaje asesinado se mostrara mas conciliador con respecto a Alamut; y entre la asistencia habra diez, veinte, cuarenta conversiones.

Se ha dicho con frecuencia, a la vista de estas irreales escenas, que los hombres de Hassan estaban drogados. De otro modo, ?como explicar que fueran al encuentro de la muerte con la sonrisa en los labios? Se ha intentado demostrar la tesis de que actuaban bajo el efecto del haxix . Marco Polo popularizo esta idea en Occidente; sus enemigos en el mundo musulman los han llamado a veces haxixiyun , fumadores de haxix , para desprestigiarlos; algunos orientalistas han creido ver en este termino el origen de la palabra «asesino» que se convirtio, en varias lenguas europeas, en sinonimo de criminal. El mito de los Asesinos fue todavia mas aterrador.

La verdad es otra. Segun los textos que nos han llegado de Alamut, a Hassan le agradaba llamar a sus adeptos Asasiyun , los que son fieles al Asas , al «Fundamento» de la fe, y fue esa palabra, mal comprendida por los viajeros extranjeros, la que parecia tener efluvios de haxix .

Es cierto que Sabbah era un apasionado de las plantas, que conocia perfectamente sus virtudes curativas, sedantes o estimulantes. El mismo cultivaba toda clase de hierbas, cuidaba a sus fieles cuando estaban enfermos y sabia prescribirles pociones para enfriarles el temperamento. De este modo, se conoce una de sus recetas destinada a activar el cerebro de sus adeptos y a hacerles mas aptos para los estudios. Es una mezcla de miel, de nueces machacadas y de cilantro. Como se ve, una medicina de lo mas dulce. A pesar de una tenaz y sugerente tradicion, hay que rendirse ante la evidencia: los Asesinos no tenian otra droga que una fe inamovible, constantemente fortalecida por la mas rigurosa de las ensenanzas, la mas eficaz de las organizaciones, el mas estricto reparto de tareas.

En la cuspide de la jerarquia se halla Hassan, el Gran Maestro, el Predicador supremo, el poseedor de todos los secretos. Esta rodeado de un punado de misioneros propagandistas, los day , entre los que hay tres adjuntos, uno para Persia oriental, Jorasan, Kuhistan y Transoxiana; otro para Persia occidental e Iraq; y un tercero para Siria. Justo por debajo estan los companeros, los ragik , los jefes del movimiento. Despues de recibir la ensenanza adecuada, estan capacitados para mandar una fortaleza, para dirigir la organizacion en el ambito de una ciudad o de una provincia. Los mas aptos seran un dia misioneros.

Mas abajo en la jerarquia estan los lasek , literalmente aquellos que estan vinculados a la organizacion. Son los creyentes de base, sin predisposicion particular para los estudios ni la accion violenta. Entre ellos hay muchos pastores de los alrededores de Alamut y un numero considerable de mujeres y ancianos.

Luego vienen los muyib, los «que responden» de hecho los novicios. Reciben una primera ensenanza y segun sus capacidades se les orienta, ya sea hacia unos estudios mas avanzados para convertirse en companeros, ya sea hacia la masa de creyentes o tambien hacia la categoria siguiente, la que simboliza, a los ojos de los musulmanes de la epoca, el verdadero poder de Hassan Sabbah: la clase de los fiday , «los que se sacrifican». El Gran Maestro los elige entre los adeptos que tienen inmensas reservas de fe, de habilidad y de resistencia, pero pocas aptitudes para la ensenanza. Nunca enviaria al sacrificio a un hombre que podria convertirse en misionero.