Que dificil es ser Dios - Стругацкие Аркадий и Борис. Страница 31
Que desgracia, penso Rumata. Si me matan ahora, esta colonia de protozoos sera lo ultimo que vea en mi vida. Lo unico que me puede salvar es la sorpresa. Tan solo la sorpresa me puede salvar a mi y a Budaj. Hay que encontrar el momento oportuno y atacar. Hay que cogerle desprevenido, no dejarle que abra la boca y no dejar que me maten. ?Por que he de morir?
Asi llego a la puerta de la alcoba donde, sujetando la espada con la mano, hizo la flexion de piernas prevista por la etiqueta y se aproximo al lecho real. En aquel momento le estaban poniendo las medias al Rey. El Ministro de Ceremonias seguia con la vista los agiles movimientos de los dos ayudas de camara que realizaban la operacion. A la derecha de la revuelta cama estaba Don Reba, conversando en voz muy baja con un hombre alto y huesudo con uniforme militar de terciopelo gris. Aquel personaje era el padre Tsupik, uno de los jefes de las Milicias Grises y coronel de la guardia de palacio. Don Reba, como buen cortesano, sabia hablar de modo que, a juzgar por la expresion de su rostro, lo mismo podia estar alabando las virtudes de una yegua que el buen comportamiento de la sobrina del Rey. Pero el padre Tsupik era militar y antes habia sido tendero de ultramarinos, y no sabia disimular. Asi que el coronel palidecia, se mordia los labios, apretaba y aflojaba los dedos que sujetaban la espada, y finalmente contrajo una mejilla, dio bruscamente media vuelta y, faltando a todas las reglas de etiqueta, salio de la alcoba. Todos los que contemplaban la escena se quedaron helados ante tamana falta de educacion. Don Reba siguio su marcha con una indulgente sonrisa, mientras Rumata, que conocia los roces que se habian producido entre Don Reba y el alto mando Gris, se hacia una tajante reflexion: «Ahi va otro difunto.» La historia del capitan pardo Ernst Rem estaba a punto de repetirse.
El Rey tenia ya las dos medias puestas. Los ayudas de camara, atendiendo a una melodiosa orden del Ministro de Ceremonias, cogieron con las puntas de sus dedos, con veneracion, los zapatos del Soberano. En aquel momento el Monarca aparto a los ayudas de camara con los pies y se volvio hacia Don Reba con tanta energia que su vientre se monto sobre una de sus piernas lo mismo que un saco bien repleto.
— ?Ya estoy harto de atentados! — grito el Rey histericamente -. ?Atentados! ?Atentados! ?Ya es hora de que yo pueda dormir por las noches sin tener que luchar con asesinos! ?Por que no lo arreglas para que los atentados se produzcan de dia? ?Eres un mal ministro, Reba! ?Otra noche asi y dare orden de que se encarguen de ti! — en aquel momento Don Reba hizo una reverencia, con la mano derecha puesta sobre su corazon -. Oh, tras estos atentados me duele terriblemente la cabeza.
El Rey callo de repente y presto atencion a su vientre. El momento era propicio. Los ayudas de camara no sabian que hacer. Habia que atraer la atencion del Rey. Rumata le arrebato el zapato derecho al criado que lo sostenia, hinco una rodilla en el suelo y empezo a calzar respetuosamente el grueso pie enfundado en una media de seda que le ofrecio el monarca. Este era uno de los remotos privilegios de que gozaba la casa de los Rumata: el de calzar el pie derecho de las personas coronadas del Imperio. El Rey lo miro turbiamente, pero de pronto en sus ojos brillo un relampago de interes.
— ?Ah, eres Rumata! — exclamo -. ?Todavia estas vivo? Reba prometio que te estrangularia. — Se echo a reir -. Este Reba es un ministro de pacotilla. No hace mas que prometer y prometer y prometer. Prometio desarraigar el movimiento sedicioso, pero la sedicion sigue desarrollandose. Ha metido en palacio a un monton de patanes Grises… y mientras yo sigo enfermo ha colgado a todos los galenos de la corte.
Rumata termino de calzarle el zapato, hizo una reverencia y retrocedio dos pasos. Al hacerlo se dio cuenta de que Don Reba lo estaba mirando atentamente, y se apresuro a adoptar una expresion entre orgullosa y estupida.
— Estoy completamente enfermo — continuo el Rey -. Me duele todo. Quiero que me dejen en paz. Ya hace tiempo que me hubiera marchado a descansar, pero ?que seria de todos vosotros sin mi?
Le calzaron el otro zapato. Se puso en pie, e inmediatamente lanzo un quejido y se llevo una mano a la rodilla.
— ?Donde estan los galenos? — se lamento amargamente -. ?Donde esta mi buen Tata? ?Lo ahorcaste tu, imbecil! ?Con solo oir su voz ya me sentia mejor! ?Callate! Ya se que era un envenenador. Pero a mi eso me importaba poco. ?Que tenia que ver que fuera un envenenador? ?Era un ga-le-no, ?comprendes, asesino?! ?Un ga-le-no! Envenenaba a unos, pero a otros los curaba. A mi me curaba. Vosotros lo unico que sabeis hacer es envenenar. ?Seria mejor que os colgaseis todos! — Don Reba hizo una reverencia, poniendose una mano sobre el corazon, y permanecio asi -. ?En cambio los habeis colgado a todos ellos! ?Ahora ya no quedan mas que tus charlatanes! Y los curas, que me dan agua bendita en lugar de medicinas. Pero, ?quien sabe hacer una pocima? ?Quien puede darme friegas en mi pierna enferma?
— ?Majestad! — exclamo Rumata en aquel instante, y le parecio que todo el palacio habia quedado en silencio -. ?Dad una orden, y dentro de media hora tendreis en palacio al mejor galeno del Imperio!
El Rey lo miro sorprendido. El riesgo era extraordinario. Don Reba no tenia mas que hacer una sena y… Rumata sentia fisicamente todos los ojos clavados en el a traves de las plumas de las flechas. Sabia perfectamente para que servian aquellas claraboyas que habia en el techo de la alcoba. Don Reba lo miro con expresion de cortes y bondadosa curiosidad.
— ?Que significa esto? — refunfuno el Rey -. ?Pues claro que lo ordeno! ?Donde esta este galeno?
Rumata hizo un esfuerzo. Le parecia que las puntas de las flechas se clavaban ya en su espalda.
— ?Majestad! — dijo apresuradamente -. ?Ordenad a Don Reba que traiga aqui al insigne doctor Budaj!
A Don Reba le habia faltado decision. Lo principal ya estaba dicho, y Rumata aun seguia vivo. El Rey dirigio sus empanados ojos hacia el Ministro de Seguridad de la Corona.
— ?Majestad! — prosiguio Rumata, ya mas seguro de si -. Como sabia que Vuestra Majestad sufria horriblemente, y teniendo en cuenta las obligaciones de mi linaje para con mis Soberanos, hice venir de Irukan al eminente galeno doctor Budaj. Por desgracia, por el camino el insigne doctor fue apresado por las Milicias Grises de nuestro respetado Don Reba, y hace una semana que solo el conoce lo que haya podido ocurrir despues. Tengo la seguridad de que este galeno no esta lejos de aqui, tal vez en la Torre de la Alegria, y confio en que esa incomprensible fobia que siente Don Reba por los curanderos no haya tenido aun funestas consecuencias para la suerte del doctor Budaj.
Al terminar de hablar, Rumata contuvo la respiracion. Parece que todo ha salido a pedir de boca, penso. ?Preparate ahora, Don Reba! Con estos pensamientos, miro a Don Reba y se quedo helado. El Ministro de Seguridad de la Corona permanecia tan tranquilo como siempre, y solamente movio la cabeza como si le reprochase su accion con un carino paternal. Rumata no esperaba aquello. Este hombre es sorprendente, penso.
Pero el Rey si procedio como esperaba.